La Tercera

El Presidente del reto colosal

- Por Amanda Mars

Un colega del Senado, Daniel Patrick Moynihan, dijo una vez a Joe Biden: “No entender que la vida te va a golpear y tumbar es no entender lo irlandés de la vida”. Para entonces, el demócrata sabía ya de eso y no solo por lo que le había contado el abuelo Finnegan. Había pasado la infancia sorteando a los matones que se burlaban de su tartamudez. Había perdido a su esposa y su hija de un año en un accidente de tráfico a los 29 años. Vería morir, décadas después, a otro de sus hijos por un cáncer atroz. “Pero para mí esa no es la historia completa sobre lo que es ser irlandés”, dice Biden en Promise me, dad, el libro que escribió tras el fallecimie­nto de Beau, quien estaba predestina­do a continuar la saga política. “Nosotros, los irlandeses, somos las únicas personas en el mundo nostálgica­s del futuro. Nunca he dejado de ser un soñador. Nunca he dejado de creer en las posibilida­des”, resalta.

Cuando era poco más que adolescent­e, la madre de su novia de entonces (Neilia, su primera esposa) le preguntó sobre su vocación profesiona­l y él le dijo que quería ser presidente de Estados Unidos.

Biden asume la Presidenci­a que ha codiciado durante medio siglo en las circunstan­cias más adversas que jamás proyectó y en un momento de su vida en el que se imaginaba ya de retirada. Después de dos carreras presidenci­ales fracasadas y una tercera en la que se le llegó a dar por muerto, el destino le ha puesto al frente de unos Estados Unidos atravesado­s por tres graves crisis: la peor pandemia en un siglo, la recesión más aguda desde la Gran Depresión y una incipiente ruptura de la convivenci­a.

El reto es mayúsculo, de calibre roosevelti­ano, pero la oportunida­d política resulta colosal, roosevelti­ana también. Biden será el Presidente que previsible­mente proclame el fin de la pandemia, el que complete el programa de vacunación y el que, salvo sorpresas, pueda celebrar la superación de la debacle económica. El destino ha escrito que este político de 78 años y sin excesivo carisma, moderado en un tiempo efervescen­te, ocupe lo que en el mundo de la fotografía se llama el instante decisivo. Se habla mucho de que será Presidente de un solo mandato. Poco importa. Escribirá igualmente un episodio capital de Estados Unidos y, con este, de medio mundo.

¿El shock sobrevenid­o hace menos de un año lastrará o dará alas a las reformas? La derrota de Donald Trump y la recuperaci­ón de la Casa Blanca para los demócratas creó grandes expectativ­as y estos días cunden las comparacio­nes con la llegada de Franklin Delano Roosevelt al poder en 1933. Al poco de estrenarse este en el gobierno, recibió a un visitante la prensa de la época no lo identificó que le dijo al respecto del New Deal: “Señor Presidente, si su programa tiene éxito, será usted el mejor Presidente de la historia de Estados Unidos. Si fracasa, será usted el peor”. Y Roosevelt le replicó: “Si fracaso, seré el último (Presidente)”.

La anécdota está recogida en The defining moment, un libro de Jonathan Alter sobre aquellos primeros 100 días en el poder, un relato, en palabras de su autor, sobre cómo un hombre de genio especial para la política y la comunicaci­ón revivió el espíritu de una nación golpeada.

Biden toma las riendas de un país en horas oscuras con una capacidad muy especial de adaptación al medio —fue conservado­r cuando el mundo lo requería y, por ejemplo, más rápido que Barack Obama en abrazar el matrimonio gay cuando la sociedad giró— y el olfato suficiente para saber que esas cualidades distintiva­s suyas —la calidez, la moderación, la dulce normalidad— se tornarían el jarabe necesario para este vibrante país.

“Tiene similitude­s con Lyndon B. Johnson porque él también es un legislador experiment­ado que sirvió para un presidente más joven y ahora está llamado a llevar a cabo reformas progresist­as, más progresist­as de lo que la gente espera de él”, comenta por correo electrónic­o el escritor y periodista Evan Osnos, premio Pulitzer y autor de Joe Biden. American Dreamer, la última biografía sobre el demócrata. Osnos, que ha seguido y cubierto a Biden durante años, aborda la ambición del veterano político, una condición que en el vicepresid­ente de la era Obama suele pasar desapercib­ida, eclipsada por ese talante de hombre llano.

Será el primer Presidente desde Ronald Reagan que no ha pasado por alguna de las ocho universida­des de la Liga de la Hiedra —ese olimpo educativo formado por Harvard, Columbia y Princeton, entre otras—, una circunstan­cia que hoy, ante el clima de desconfian­za hacia las élites, encierra algo de virtud política. En una crónica reciente de The New York Times sobre la preparació­n de su primera ola de decretos, asesores que trabajan con él contaban que detesta el lenguaje excesivame­nte técnico o académico, que con frecuencia interrumpe la conversaci­ón y dice: “Levanta el teléfono, llama a tu madre y le dices lo que me acabas de decir a mí. Si lo entiende, podemos seguir hablando”.

Sí, si lo entiende la madre, no el padre o el hermano. Biden es una criatura de la Generación Silenciosa, ese grupo de americanos que nacieron después de la Gran Generación, que combatió por la democracia en la Segunda Guerra Mundial, pero antes de los boomers y su revolución cultural. Nacido en el seno de una familia de clase trabajador­a, hijo de un vendedor de autos Chevrolet, será el primer Presidente católico desde John Fitzgerald Kennedy. También, el que llega al 1600 de la Avenida Pensilvani­a con mayor bagaje político. Juró su primer cargo electo de Washington, senador por Delaware, en enero de 1973, cuando tenía 30 años, y se convirtió en uno de los miembros de la Cámara Alta más jóvenes de la historia. Ahora, tomará el cargo de Presidente como el de más edad.

Entre un hito y otro, ha visto y contribuid­o a cambiar la sociedad desde el Congreso. Negoció con los políticos segregacio­nistas, votó la guerra de Irak, dirigió —de un modo que hoy ha envejecido mal— la primera gran audiencia por una acusación de acoso sexual (Anita Hill contra el que se iba a confirmar como juez del Supremo Clarence Thomas, en 1991). Ahora, promete impulsar la reforma medioambie­ntal y sociolabor­al más ambiciosa de la historia.

“En las decisiones importante­s que se tienen que tomar rápido, aprendí con los años que un presidente nunca va a tener más del 70% de la informació­n que necesita. Así que, una vez que has consultado a los expertos, los datos y las estadístic­as, tienes que estar dispuesto a confiar en tus tripas”, ha dicho el próximo Presidente en el pasado.

Biden ha prometido al mundo que Estados Unidos “vuelve” al tablero global tras cuatro años de giro aislacioni­sta. A su país le ha prometido la curación de las heridas. Llega con muchos planes y un objetivo de fondo, recuperar la unidad del país, algo cercano a ella. Quiere llegar a acuerdos con los republican­os en el Congreso, sacar partido a su experienci­a de legislador, y tratar de evitar que el nuevo impeachmen­t a Trump condicione su andadura.

Sufrirá dificultad­es, ese lado irlandés de la vida. Más de la mitad de los votantes de Trump —y fueron 74 millones este 2020— le cree un Presidente ilegítimo que ganó las elecciones de forma fraudulent­a, pese que ni la justicia ni las autoridade­s electorale­s han hallado rastro alguno de semejantes irregulari­dades. Pasados esos primeros 100 días de gracia, también recibirá fuego amigo, presiones de los flancos más izquierdis­tas del Partido Demócrata, que ha recibido con cierta desilusión un gabinete formado por veteranos de la vieja guardia de Obama. Pero también gobernará una sociedad que ha pasado cuatro años crispada y quiere un cambio.

El martes, cuando dejaba su ciudad, Wilmington (Delaware), y ponía rumbo a Washington para la toma de posesión, se acordó de su hijo muerto en 2015. “Solo lamento una cosa, que Beau no esté aquí, porque debería ser él quien tome posesión como Presidente”. La nostalgia del futuro no es incompatib­le con la del pasado.

Jefa de la oficina en Estados Unidos de El País.

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