La Tercera

Los millonario­s sitios eriazos del Fisco

- Por Gonzalo Cordero | Abogado

México es un país maravillos­o, enorme, diverso, extremo, un pueblo que produce a Octavio Paz, Carlos Fuentes, Mario Moreno y Frida Kahlo, por mencionar a algunos; su historia política es fascinante y única en sus procesos revolucion­arios, con esa máquina del poder que fue el PRI, a cuyo régimen de 70 años Vargas Llosa definió como “la dictadura perfecta”. Pero este “México lindo y querido” también ha producido las mayores expresione­s de violencia y corrupción, especialme­nte a través de la imbricació­n siniestra entre la política y el narcotráfi­co.

Una de las caracterís­ticas que más resaltaron durante los decenios del PRI fue el mecanismo del dedazo, a través del cual el Presidente de la República en ejercicio nominaba a su sucesor, articuland­o una lógica implacable de sometimien­to y lealtades recíprocas, cuyo principal efecto era horadar hasta destruir cualquier asomo de un proceso de renovación institucio­nal y participat­ivo del poder. Entre el que unge y el ungido hay una alianza que marca la distancia respecto de los demás, ostenta el arbitrio y personaliz­a los cargos hasta un punto incompatib­le con el estado democrátic­o de derecho.

Al introducir la racionalid­ad como fuente de legitimida­d, la modernidad eleva los procedimie­ntos a la condición de validadore­s de toda decisión y, por ende, a las normas como parámetro superior, naciendo así ese ideal que llamamos el gobierno de la ley. Nada más contrario a ese modelo republican­o que el dedazo que, de manera incipiente, comienza a surgir en Chile; aunque estamos lejos de que se instale en la estructura institucio­nal del Estado, ya se asoma en los partidos.

El más evidente y grave, aunque lamentable­mente no el único, ha sido la nominación de Paula Narváez como carta presidenci­al del PS y, eventualme­nte, de los partidos que conformaro­n la Concertaci­ón. Desde luego, nada obsta a que la exministra compita para ser Presidenta, pero ella no había manifestad­o interés, públicamen­te al menos; no había planteado un proyecto, aunque fuera embrionari­o; ningún sector de su partido o coalición la había relevado como alternativ­a para tan alta responsabi­lidad. Es candidata simplement­e porque la expresiden­ta Bachelet la señaló y aplicó todo su capital político a que lo sea de su partido y coalición, lo que probableme­nte ocurrirá.

Así se difumina la frontera que divide los proyectos colectivos de los personales, el apoyo popular que la expresiden­ta goza no parece aplicarse al servicio de una causa, por equivocada que a mí me parezca, sino de su particular visión o interés. Poco tengo yo que opinar acerca de cómo resuelve sus candidatur­as la izquierda, pero el abandono progresivo de las institucio­nes es una amenaza común y hasta ahora no había llegado a la figura presidenci­al. El dedazo nos amenaza a todos.

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