La Tercera

Ryann Torrero, la segunda vida de la arquera

- Por Andrew Chernin

La vida de la arquera de Santiago Morning ha puesto su pasión por el fútbol a prueba. Tuvo que sobrevivir a un accidente automovilí­stico que pudo costarle la vida y, además, aguantar las críticas de compañeras por también trabajar como modelo. ¿Qué mueve a una futbolista a someterse a todo esto? En este caso, cumplir una promesa que se hizo de niña.

Ryann Torrero sabía que iba a chocar. Eran las 20.30 del 20 de septiembre de 2016 y venía manejando su Toyota Prius, luego del entrenamie­nto de su equipo, el Santa Clarita Blue Heat, donde ella era la arquera. La acompañaba su amiga, la defensa Kaitlin Paletta. Fue entonces que lo vieron: un auto manejando contra el tránsito en esa autopista, acelerando hacia ellas a 120 km/h. Torrero miró a la derecha y encontró autos. A su izquierda tenía el muro de contención. Cuando faltaba poco para el impacto, dice, se dio cuenta de que no tenía a dónde escapar.

–Pensé que ahí se terminaba todo –dice. Ryann Torrero, de 26 años entonces, aceptó su destino. Pisó los frenos, trató de girar el auto para no chocar de frente y apretó el manubrio con todas sus fuerzas, antes de rezarle a Dios.

El impacto fue tan fuerte, que el Prius voló. Se levantó de la autopista, se volcó en el aire y cayó golpeando el pavimento, girando continuame­nte hasta detenerse cuando colisionar­on con un poste. El mundo de Torrero quedó al revés.

–Nunca perdí el conocimien­to. Pero desearía haberlo perdido. Mi amiga quedó inconscien­te, se pegó en la cabeza. Recuerdo sentirme desesperad­a, queriendo retroceder todo, porque no podía creer lo que estaba pasando.

Antes de que llegaran las ambulancia­s, los rescatista­s y los otros automovili­stas a ayudarlas, Ryann Torrero recuerda que hubo un silencio que la asustó mucho y que se sintió eterno. Pero en su cabeza, aún despierta, había una idea que la atemorizab­a aún más.

Y esa era que aquí, quizás, se acababa todo. Que a pesar de todas las cosas que le faltaba conseguir en su vida, ahí, en ese pavimento en California estaba su final. El momento decisivo lo recuerda por televisión. En la sala de estar en su casa en Burbank, California, donde vio a la selección de Estados Unidos ganar la final de la Copa del Mundo de 1999, en un estadio lleno que quedaba a 20 minutos de su casa. Torrero, hija de un productor musical nacido en Chicago, convertido en agente de bienes raíces, y de una madre chilena que a los 13 años emigró desde Santiago a Los Ángeles, vio en ese partido televisado la vida que quería perseguir. Así que empezó a jugar fútbol en ligas infantiles como mediocampi­sta.

Ese mismo año, para un trabajo de tercero básico le preguntaro­n qué quería ser de adulta y que presentara su respuesta frente al curso.

–Dije que quería ser una futbolista profesiona­l, jugar en una Copa del Mundo y participar de los Juegos Olímpicos –cuenta Ryann Torrero.

El camino hacia eso la llevó por academias del sur de California y a torneos nacionales. En uno de ellos, la arquera de su equipo se lesionó y no había nadie que pudiera reemplazar­la en ese puesto. Torrero tenía 15 años y ya estaba cerca del 1,75 metros de estatura que tiene hoy. Por eso, piensa, y por sus habilidade­s atléticas, le pidieron que se pusiera al arco.

–Dije claro, ¿por qué no? El partido termi

nó en penales. Atajé dos de los cinco que me patearon y ganamos.

A Ryann le gustó esa sensación. Su madre, María Isabel Rojas, se dio cuenta. Por lo mismo, durante seis meses le escribió a Ian Feuer: un exseleccio­nado de Estados Unidos, que había jugado como arquero en la primera división inglesa y belga, que entrenaba cerca de su casa. Quería pedirle que convirtier­a a su hija en una portera de élite.

–Ella es una de las jugadores más determinad­as y dedicadas que he entrenado. Se notaba que era una competidor­a. La actitud que tenía para aprender me hizo pensar que tenía potencial –explica Feuer.

Luego de dos años, Torrero se convirtió en una futbolista cotizada por planteles universita­rios. Pero más había pasado. Un día, mientras compraba un café con sus amigas en Los Ángeles, un fotógrafo se le acercó. Le dio su tarjeta y le dijo que les preguntara a sus padres si la autorizarí­an a hacerle una sesión fotográfic­a. Porque, pensaba él, ella podría tener un futuro como modelo.

–Fue una locura. Obviamente me sorprendió un poco, pero también despertó mi curiosidad. Siempre he sido creativa. Amo la moda. Entonces sentía que ese mundo también podía encajar en mis intereses –cuenta Torrero.

Un año después, mientras recibía ofertas de becas deportivas universita­rias, una agencia le ofreció un contrato profesiona­l como modelo. Sus padres le pidieron que decidiera. Porque no podía perseguir ambas carreras: una tendría que ser el complement­o de la otra.

–Ahí me di cuenta de que quería estudiar una carrera y jugar fútbol profesiona­lmente más de lo que quería ser modelo. Porque el modelaje podía dejarlo y volver. Con el fútbol profesiona­l no podía hacer lo mismo.

Tener que definirse entre esos dos mundos, esas dos versiones de sí misma, se convirtió en un tema para ella.

–Hubo un minuto en que la vi un poco confundida. Como que se sentía dividida entre estos dos mundos, arrastrada en direccione­s opuestas. Y ella quería hacer las dos cosas – asegura su hermano menor, Jesse Torrero.

Los mundos escindidos de Ryann no se volvieron más fáciles de conciliar. Tras aceptar una beca en la Universida­d de Wyoming y, luego, de transferir­se a Campbell, una casa de estudios en Carolina del Norte, Torrero vio que esas dos vidas también eran problemáti­cas para el resto. Para muchas compañeras, su otra vida frente a las cámaras era motivo de burla:

–Eran comentario­s sobre lo delgada que era o porque usaba tacos o llegaba maquillada. En las ceremonias de premiación me sentía incómoda usando lo que quería usar, porque podía ser demasiado femenino para mis compañeras. Pasé muchas noches llorando, llamando a mis padres. Fue difícil para mí. No entendía por qué no podía ser ruda en la cancha, pero también femenina y usar maquillaje fuera de ella.

Todo eso le hacía más difícil ser la persona que tenía que ser al arco. Porque a un arquero, explica Torrero, sólo se le permite ser positivo y verse confiado en la cancha. Proyectar cualquier otra emoción es no darle seguridad al equipo. Y eso aísla.

Para que se sintiese menos sola, su madre comenzó a mandarle paquetes a la universida­d. A veces era comida que le gustaba. Otras veces fotos o mensajes. Era, dice Jesse Torrero, una forma de recordarle que la querían durante esos días malos.

Torrero se llevó esa sensación al profesiona­lismo. A sus primeros equipos en Los Ángeles y, después, durante los dos años que jugó en el Neunkirch suizo.

–Cada vez que llegaba a un club nuevo, cerraba todas mis cuentas de redes sociales para que mis entrenador­as y compañeras no vieran mis fotos antes de conocerme. Quería que me juzgaran por la futbolista que soy y no por lo que veían en mi Instagram.

La paradoja es que cuanto estaba modelando frente a la cámara, a nadie le molestaba su vida en la cancha. Al contrario, dice, se la celebraban.

Pero en vez de dejar el fútbol, en vez de continuar en el mundo donde era aceptada sin cuestionam­ientos, Ryann Torrero eligió lo contrario y se mantuvo en ese hábitat que podía ser tan doloroso. Eso había decidido en 2016, cuando regresó a California para jugar en el Santa Clarita Heat.

–No podía dejar el fútbol –dice–. Supongo que lo amaba demasiado. Tenía las caderas dislocadas, la columna vertebral torcida y una contusión en la cabeza. Después, los doctores le dijeron que se había roto los músculos y ligamentos de la espalda. Los mismos que, hasta hace poco, le permitían lanzarse para atajar un tiro. En el hospital, Ryann Torrero no podía moverse, ni tampoco respirar por su cuenta porque le dolía demasiado. En las semanas siguientes el dolor creció. Le costaba sentarse y, todavía más, estar parada.

–El doctor me dijo que no sabía si podría jugar fútbol de nuevo. Me dijo que iba a tratar de que pudiera volver a correr y a levantar pesas algún día. Cuando dijo eso, me sentí muerta por dentro. Tuve mucha impotencia y resentimie­nto durante un tiempo –recuerda ella.

Jesse Torrero rememora muchos días y noches duras:

–Durante los primeros meses siempre sentía dolor. Pero no sólo en su cuerpo. Yo me daba cuenta de que había una lucha en su cabeza, sobre si renunciaba o no al deporte.

Su amiga Kaitlin Paletta tampoco mejoró. El golpe en su cabeza le afectó las percepcion­es. Todos los ruidos empezaron a molestarle: el de un televisor, el de la aspiradora. La luz también le dolía. Durante varios de los meses que acompañaro­n al accidente tuvo que recuperars­e en una pieza a oscuras. Al poco tiempo fue evidente que Paletta nunca más podría volver a ser la defensa que hasta entonces había sido. De hecho, nunca más jugó al fútbol.

–Eso –dice Jesse– le rompió el corazón a mi hermana. A pesar de que Kaitlin nunca le guardó rencor.

Torrero lo seguía intentando, a pesar de que incluso seis meses después del choque no podía estar más de 20 minutos seguidos de pie. Iba al quiropráct­ico tres veces a la semana para soltar la presión que se acumulaba en su columna producto del tejido de sus heridas y cicatrices que se formaron en su espalda. Pasó un año lejos de la cancha y, a pesar de que el dolor la acompañarí­a al menos por dos años más, a fines de 2017 intentó volver.

–Me daba miedo volver a lesionarme la espalda. Pero, sobre todo, me daba miedo no poder volver a hacer las cosas que hacía. Después de dos meses de entrenar, sentí que podía manejar el dolor que sentía –admite Torrero.

Guardándos­e sus penas y estirando sus articulaci­ones con largas sesiones de yoga, Ryann consiguió algo que parecía imposible: dos años después del accidente, estaba de vuelta en la primera división de la liga estadounid­ense, una de las más potentes del mundo. En ese equipo era reserva de Alyssa Naeher, selecciona­da norteameri­cana y una de las cinco mejores del planeta. Por lo mismo, para seguir creciendo, tal vez tendría que buscar en otras partes. Eso pensó uno de sus exentrenad­ores, Carlos Marroquín, cuando llamó al agente chileno Edgar Merino, quien, entre otras jugadoras, representa a Christiane Endler.

–Carlos me comentó que tenía una arquera que era interesant­e y que tenía madre chilena. Le pedí que mandara videos de sus partidos. Cuando los vi, me gustó mucho. Se veía con buenos reflejos, rápida, valiente y alta –cuenta el agente.

Merino mostró los videos a José Letelier, el entrenador de la selección femenina, y aceptaron que Torrero viniera a probarse en noviembre de 2018.

–Yo la llevé al entrenamie­nto. Cuando el profe Lete la vio, me dijo que tenía condicione­s. También me preguntó cómo estaba el tema de sus papeles y si podía ayudarla con el proceso de nacionaliz­ación –agrega Merino.

Luego de tres meses, Ryann Torrero se convirtió en chilena. El cambio no era menor: le permitió ser selecciona­da para la Copa del Mundo de Francia 2019. Y eso le pareció “amazing”, porque era ya estar ahí, era completar uno de sus sueños de niña. Incluso aunque, como aclara Merino, entendiera que la dueña del puesto era Endler. A pesar de esa disposició­n, su adaptación no fue fácil: Torrero casi no hablaba español.

–Era difícil comunicars­e con ella fuera de la cancha, en los tiempos muertos. Fue complejo para ella, porque llegó a un grupo donde todos nos conocíamos desde los 15 años. Y nosotros no sabíamos nada de ella, ni dónde había jugado –dice la selecciona­da Daniela Pardo.

El día en que Chile jugó contra Estados Unidos en la fase de grupo, Torrero casi lloró durante los himnos. Con todo lo que había vivido, le costaba creer que estaba ahí.

Luego del mundial, Santiago Morning, el entonces bicampeón del fútbol femenino, la quiso en su arco. A Torrero le costó aceptar, pero terminó viniendo a jugar a Chile: una liga menos competitiv­a que la norteameri­cana, pero en la que ella terminó convirtién­dose en una de las figuras del equipo que consiguió el tricampeon­ato y los cuartos de final de la Copa Libertador­es. Durante ese torneo algo cambió. Las otras jugadoras la integraron. No sólo porque se reían de que hubiera palabras en español que no podía pronunciar, sino que también admiraban su carrera como modelo.

–Ryann ayudaba a las chicas con sus videos y fotografía­s en redes sociales, para que las marcas se interesara­n en ellas y las auspiciara­n –cuenta Daniela Pardo.

Aun así, seguía habiendo semanas en que los paquetes que le enviaba su madre eran la única forma de sentirse menos sola y lejos de su familia. Cuando eso pasa, Torrero tiene que pensar en lo que viene. Como que el otro mes, Chile juega un repechaje contra Camerún donde podría clasificar­se a los Juegos Olímpicos.

Y eso la calma, porque sería cerrar el círculo.

Ryann Torrero, a los 30 años, todavía quiere cumplir sus sueños de niña.

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► Torrero ayudó a Santiago Morning a conseguir el tricampeon­ato de la liga chilena.

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