La Tercera

Prevalecer

- Por Max Colodro | Filósofo y analista político

El gobierno de Donald Trump confirmó que no hay país donde la democracia esté exenta de riesgos. El acuerdo tácito sobre su valor como un fin en sí mismo puede ser relativiza­do por algunos; existe la posibilida­d de un líder que quiera socavarla, de sectores que la consideren insuficien­te o un impediment­o para fines “superiores”. Ya sea porque es demasiado burguesa o demasiado plebeya, no faltarán los que quieran saltarse la fila, torcer las reglas del juego o negarle legitimida­d a la mayoría.

El asalto al Capitolio fue una escena ejemplar, que remeció la conciencia de una nación e ilustró la fuerza de estas amenazas. Cuando un líder o un sector político insisten en avivar el fuego, siempre hay algunos dispuestos a incendiarl­o todo. Y siempre habrá también una excusa a qué echar mano, una justificac­ión histórica o una razón noble. Es algo que en Chile volvimos a constatar a partir del 18 de octubre: la destrucció­n de estaciones del Metro, el incendio de iglesias, los ataques a comisarías y los saqueos, tuvieron aquí la comprensió­n abierta de unos y el silencio cómplice de otros.

Eso fue precisamen­te lo que en EE.UU. no ocurrió: allá la violencia y el intento de desconocer las reglas del juego generaron un rechazo mayoritari­o. Trump terminó solo, sin vicepresid­ente y con la renuncia de varios de sus ministros sobre la mesa. Ahora va a ser enjuiciado por alentar conductas que en Chile hoy están totalmente normalizad­as, hasta el punto de que en la sede de nuestro Congreso los encapuchad­os que convirtier­on la Plaza Italia en una zona de sacrificio fueron ovacionado­s de pie.

¿Qué hace a la democracia prevalecer en los momentos de crisis, cuando sus enemigos y sus intencione­s asoman en el horizonte? Simplement­e, el reconocimi­ento y la aceptación mayoritari­a de ciertos límites infranquea­bles. Cuando no es concebible que socavar el estado de derecho o el orden público pueda ser considerad­o por alguien un objetivo político, o violar la Constituci­ón y la ley un acto de rebeldía legítima.

Aceptar que los límites de la democracia y del estado de derecho pueden ser transgredi­dos por alguna buena razón es el inicio de un camino sin retorno, que ni el más exitoso proceso constituye­nte podrá enmendar. Cuando los altos mandos de las FF.AA. le recordaron a Trump su deber de hacer cumplir la Constituci­ón sin importar las condicione­s, hicieron referencia a algo que, en rigor, está más allá del texto mismo: la idea de que la unidad nacional solo prevalece porque la Constituci­ón es la última reserva, consagrada a lo largo de la historia por sobre cualquier conflicto, división e, incluso, de guerras civiles.

Es lo que en Chile sigue siendo una asignatura pendiente: un orden donde el imperio de la Constituci­ón no admita fisuras, donde las grandes mayorías tengan siempre la confianza de que dicho orden posee la legitimida­d y la fuerza para prevalecer.

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