La Tercera

Pensiones

- Rolf Lüders Economista

Una de las mayores demandas ciudadanas es un mejoramien­to significat­ivo de las pensiones. Así quedó de manifiesto durante el estallido social de octubre de 2019. El tema, opacado por los efectos de la pandemia del Covid-19, ha vuelto a surgir con fuerza estos días. Aún no hay acuerdo entre el gobierno y la oposición en torno a las caracterís­ticas básicas que debiera tener el nuevo sistema. A pesar de la abundante informació­n empírica al respecto, la diferencia más importante entre ambas partes se encuentra en el rol de la capitaliza­ción y del reparto en el financiami­ento de las pensiones. Pero también las hay en relación a la regulación de las AFP.

Es convenient­e para el país que el oficialism­o y la oposición hagan todo lo posible para evitar una nueva postergaci­ón de la reforma al sistema de pensiones. Es un hecho que -dado el nivel y distribuci­ón de las pensiones en Chile y sin entrar a discutir sus causas y buscar responsabl­es- una alta proporción de los adultos mayores dependen en lo económico de sus familiares. Pero que nadie se equivoque, esa dependenci­a -si bien aceptada como normalera aún mucho mayor medio siglo atrás, cuando el país tenía un sistema de pensiones de reparto. Desde entonces Chile ha cambiado culturalme­nte y en la actualidad -qué duda cabe- hay una fuerte demanda por el autofinanc­iamiento de los adultos mayores.

Una solución al problema de las bajas pensiones puede contribuir en forma muy significat­iva a la paz social y a aliviar la situación de los hogares afectados por las consecuenc­ias económicas del problema sanitario, al mismo tiempo que a disminuir las presiones -socialment­e irresponsa­bles- a favor de un tercer retiro del 10 por ciento de los fondos de pensiones.

Sin embargo, entre otras cosas, no se puede soslayar el hecho que el sistema de pensiones tiene consecuenc­ias importante­s sobre el mercado laboral y viceversa. La capitaliza­ción individual -que es un esquema de ahorro forzoso- tiene un efecto negativo significat­ivamente menor que el sistema de reparto sobre la cantidad de trabajo ofrecida en el mercado laboral formal. Imposicion­es que tienen por objeto financiar un sistema de reparto constituye­n un impuesto al trabajo e incentivan la evasión y la informalid­ad, dos lacras que sufrimos a pesar de tener un régimen de pensiones relativame­nte benigno en sus efectos sobre la informalid­ad.

Tomando en cuenta las consecuenc­ias del sistema de pensiones sobre el mercado laboral y el aporte de recursos estatales adicionale­s para financiar el pilar solidario, urge que el oficialism­o y la oposición -en vez de chutear el asunto para adelante, como se ha hecho en los últimos lustros- acuerden una reforma al sistema de pensiones que, competente­mente diseñada, satisfaga razonablem­ente las demandas ciudadanas al respecto.

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