Tiempo de reaccionar
Solo el control de la violencia permite a las mayorías desarmadas no ser esclavos de ella. Eso solo lo logra una democracia capaz de defender la convivencia que su sociedad necesita para existir. Es la sociedad la clave de la violencia. En el mundo de hoy no tiene posibilidad de imponerse, salvo que cuente con el respaldo o la sumisión de la sociedad a ella. Expresa, como pocas otras cosas, la voluntad mayoritaria de ser o no ser libres. No hay violencia persistente que pueda ejercerse, ni siquiera la estatal, sin legitimidad social para usarla. Sea estatal o antisistema, la violencia se entroniza cuando las democracias fracasan en su obligación de erradicarla.
Ocurrió en Perú, cuando fracasó su democracia en contener la escalada de violencia que provocó Sendero Luminoso; terminó con la paciencia ciudadana, eligieron a un Fujimori que ofreció mano dura, militarizó el Perú y aplastó la violencia con violencia. Hasta hoy el “fujimorismo” tiene presencia política importante. En Colombia, una interminable violencia convenció a una mayoría cansada de ella, que convenía elegir Presidente a Uribe, que ofrecía liquidarla. Ganó, militarizó la acción del Estado, derrotó la violencia organizada y la forzó a aceptar una negociación de paz. A la corta o a la larga, las sociedades se cansan de vivir en la violencia cuando no están dispuestas a someterse a ella. Si la democracia no garantiza convivencia, entonces la violencia armada del Estado encuentra progresivamente su legitimidad social. Es el fracaso más indisimulable de la política y las democracias degradadas.
En Chile la violencia viene ganándole a la democracia y sus instituciones. Se hizo parte de una nueva “normalidad”. Los actores de la violencia son simbióticos, se potencian mutuamente aunque no tuvieran contacto entre ellos. Y se sabe que ya los hay. Sin embargo, hoy, el reclamo de militarización que hacen algunos, no es viable. No tiene la legitimidad social que es exigencia básica de su actuar. Si somos sinceros, más “legitimidad” tiene la otra violencia. ¿No suena a rendición trasladar la estatua del general Baquedano?
Si Chile de verdad juega sus mayorías en el centro, no en los extremos y si la conforman los desarmados que quieren ser libres; entonces, la impotencia de la democracia para dominar la violencia cotidiana sin control, contribuirá a legitimar el uso de la violencia estatal, entre los cansados de la otra. Los que se creen “progre” no haciendo nada o justificando lo que vivimos, empujan el país en esa dirección. Ocurrió con las ineptas democracias que terminaron en Fujimori y Uribe.
En la próxima elección presidencial tendrán presencia avaladores de un país en violencia cotidiana permanente (los hay entre los presidenciables) y también los cansados de ella que reclaman un Estado que garantice contenerla. ¿Cuál “normalidad” nos depara el futuro?