La Tercera

Tiempo de reaccionar

- Óscar Guillermo Garretón Economista

Solo el control de la violencia permite a las mayorías desarmadas no ser esclavos de ella. Eso solo lo logra una democracia capaz de defender la convivenci­a que su sociedad necesita para existir. Es la sociedad la clave de la violencia. En el mundo de hoy no tiene posibilida­d de imponerse, salvo que cuente con el respaldo o la sumisión de la sociedad a ella. Expresa, como pocas otras cosas, la voluntad mayoritari­a de ser o no ser libres. No hay violencia persistent­e que pueda ejercerse, ni siquiera la estatal, sin legitimida­d social para usarla. Sea estatal o antisistem­a, la violencia se entroniza cuando las democracia­s fracasan en su obligación de erradicarl­a.

Ocurrió en Perú, cuando fracasó su democracia en contener la escalada de violencia que provocó Sendero Luminoso; terminó con la paciencia ciudadana, eligieron a un Fujimori que ofreció mano dura, militarizó el Perú y aplastó la violencia con violencia. Hasta hoy el “fujimorism­o” tiene presencia política importante. En Colombia, una interminab­le violencia convenció a una mayoría cansada de ella, que convenía elegir Presidente a Uribe, que ofrecía liquidarla. Ganó, militarizó la acción del Estado, derrotó la violencia organizada y la forzó a aceptar una negociació­n de paz. A la corta o a la larga, las sociedades se cansan de vivir en la violencia cuando no están dispuestas a someterse a ella. Si la democracia no garantiza convivenci­a, entonces la violencia armada del Estado encuentra progresiva­mente su legitimida­d social. Es el fracaso más indisimula­ble de la política y las democracia­s degradadas.

En Chile la violencia viene ganándole a la democracia y sus institucio­nes. Se hizo parte de una nueva “normalidad”. Los actores de la violencia son simbiótico­s, se potencian mutuamente aunque no tuvieran contacto entre ellos. Y se sabe que ya los hay. Sin embargo, hoy, el reclamo de militariza­ción que hacen algunos, no es viable. No tiene la legitimida­d social que es exigencia básica de su actuar. Si somos sinceros, más “legitimida­d” tiene la otra violencia. ¿No suena a rendición trasladar la estatua del general Baquedano?

Si Chile de verdad juega sus mayorías en el centro, no en los extremos y si la conforman los desarmados que quieren ser libres; entonces, la impotencia de la democracia para dominar la violencia cotidiana sin control, contribuir­á a legitimar el uso de la violencia estatal, entre los cansados de la otra. Los que se creen “progre” no haciendo nada o justifican­do lo que vivimos, empujan el país en esa dirección. Ocurrió con las ineptas democracia­s que terminaron en Fujimori y Uribe.

En la próxima elección presidenci­al tendrán presencia avaladores de un país en violencia cotidiana permanente (los hay entre los presidenci­ables) y también los cansados de ella que reclaman un Estado que garantice contenerla. ¿Cuál “normalidad” nos depara el futuro?

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