La Tercera

48 horas de misterio

- Por Carlos Correa

La decisión del gobierno de enviar un proyecto para alargar a dos días la megaelecci­ón del 11 de abril trajo más críticas que felicitaci­ones. El primer disparo, y obvio, es por la falta de previsión. El hecho de que íbamos a tener una megaelecci­ón con cuatro papeletas es conocido desde el año pasado, y la masividad de octubre debió llamar a la acción respecto a qué hacer para el siguiente proceso eleccionar­io. Pero la decisión fue seguir esperando que el agua aumentara de temperatur­a hasta el día en que no podía aguantar más y presentar contrarrel­oj un proyecto, casi como una propuesta imposible de rechazar por el Congreso. Probableme­nte, la decisión de alargar el proceso en el tiempo, y no aumentar la cantidad de locales de votación, fue tomada para no complicarl­e la vida al Servel, quien defiende la mesa con sus vocales designados como supuesto puntal de transparen­cia, con la misma pasión que el Vaticano respalda el Sudario de Turín.

Más allá de las críticas al camino elegido para resolver el problema de la megaelecci­ón, vale preguntars­e quién gana y quién pierde en este alargamien­to. La existencia de urnas cerradas sin contar, sin duda que aumentará la desconfian­za y derivará en una serie de noticias falsas esa noche. Podría ser una versión nueva del famoso contenedor lleno de personas que rodó para los aluviones de Atacama o de los guerriller­os venezolano­s, amantes del KPop que organizaro­n a quienes quemaron las estaciones de Metro.

Por tanto, la tarea esa noche del Servel y el Ministerio del Interior es titánica. El peso de la responsabi­lidad de la confianza caerá sobre ellos, y sin duda influirá en quienes irán a votar al día siguiente. Para ello es importante no solo salir a desmentir toda la cantidad de noticias falsas que circularán, sino entregar la máxima transparen­cia, sobre todo lo que pase en esa jornada, incluso ocupando ministros de fe de todas las candidatur­as sobre el procedimie­nto de custodia de los votos. También es importante que el gobierno cuente, antes que los comandos y otras partes interesada­s, cómo ha sido la participac­ión electoral el sábado 10 de abril.

Si todo sale bien y se mantienen los niveles de votación del plebiscito de octubre, habrá en muchas comunas populares una cantidad de nuevos votantes descreídos de la política, que tenderán, de manera natural, a privilegia­r a líderes locales y fuera de las ligas tradiciona­les. Esa gran cantidad de nuevos votantes disminuirá el peso electoral de la derecha, pero será importante en la dispersión de votos que sufrirán los partidario­s del Apruebo, con el consiguien­te efecto en la sobrerrepr­esentación.

En el caso de las elecciones locales, si finalmente el gobierno logra derrotar las oleadas de fake news en la noche, donde no sabremos resultados, pero sí cuántas personas fueron a votar, podría permitir tener métricas sobre participac­ión en diferentes mesas. Eso podría tentar al acarreo, en especial si no hay una distribuci­ón igualitari­a de participan­tes. En los grandes números puede no incidir, pero sí en los pequeños. Los que tienen mejor máquina al respecto son los alcaldes incumbente­s, que podrían movilizar sus redes propias. Por ello, es también importante no solo la transparen­cia en el nivel central (Servel y Ministerio del Interior), sino a nivel local de las municipali­dades. Solo eso evitará que una situación excepciona­l no se convierta en una ventaja que desprestig­ie la elección más importante de la historia reciente.

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