48 horas de misterio
La decisión del gobierno de enviar un proyecto para alargar a dos días la megaelección del 11 de abril trajo más críticas que felicitaciones. El primer disparo, y obvio, es por la falta de previsión. El hecho de que íbamos a tener una megaelección con cuatro papeletas es conocido desde el año pasado, y la masividad de octubre debió llamar a la acción respecto a qué hacer para el siguiente proceso eleccionario. Pero la decisión fue seguir esperando que el agua aumentara de temperatura hasta el día en que no podía aguantar más y presentar contrarreloj un proyecto, casi como una propuesta imposible de rechazar por el Congreso. Probablemente, la decisión de alargar el proceso en el tiempo, y no aumentar la cantidad de locales de votación, fue tomada para no complicarle la vida al Servel, quien defiende la mesa con sus vocales designados como supuesto puntal de transparencia, con la misma pasión que el Vaticano respalda el Sudario de Turín.
Más allá de las críticas al camino elegido para resolver el problema de la megaelección, vale preguntarse quién gana y quién pierde en este alargamiento. La existencia de urnas cerradas sin contar, sin duda que aumentará la desconfianza y derivará en una serie de noticias falsas esa noche. Podría ser una versión nueva del famoso contenedor lleno de personas que rodó para los aluviones de Atacama o de los guerrilleros venezolanos, amantes del KPop que organizaron a quienes quemaron las estaciones de Metro.
Por tanto, la tarea esa noche del Servel y el Ministerio del Interior es titánica. El peso de la responsabilidad de la confianza caerá sobre ellos, y sin duda influirá en quienes irán a votar al día siguiente. Para ello es importante no solo salir a desmentir toda la cantidad de noticias falsas que circularán, sino entregar la máxima transparencia, sobre todo lo que pase en esa jornada, incluso ocupando ministros de fe de todas las candidaturas sobre el procedimiento de custodia de los votos. También es importante que el gobierno cuente, antes que los comandos y otras partes interesadas, cómo ha sido la participación electoral el sábado 10 de abril.
Si todo sale bien y se mantienen los niveles de votación del plebiscito de octubre, habrá en muchas comunas populares una cantidad de nuevos votantes descreídos de la política, que tenderán, de manera natural, a privilegiar a líderes locales y fuera de las ligas tradicionales. Esa gran cantidad de nuevos votantes disminuirá el peso electoral de la derecha, pero será importante en la dispersión de votos que sufrirán los partidarios del Apruebo, con el consiguiente efecto en la sobrerrepresentación.
En el caso de las elecciones locales, si finalmente el gobierno logra derrotar las oleadas de fake news en la noche, donde no sabremos resultados, pero sí cuántas personas fueron a votar, podría permitir tener métricas sobre participación en diferentes mesas. Eso podría tentar al acarreo, en especial si no hay una distribución igualitaria de participantes. En los grandes números puede no incidir, pero sí en los pequeños. Los que tienen mejor máquina al respecto son los alcaldes incumbentes, que podrían movilizar sus redes propias. Por ello, es también importante no solo la transparencia en el nivel central (Servel y Ministerio del Interior), sino a nivel local de las municipalidades. Solo eso evitará que una situación excepcional no se convierta en una ventaja que desprestigie la elección más importante de la historia reciente.