La Tercera

El opio de los Jiles

- Por Pablo Ortúzar

El joven Marx afirmaba que la religión era el opio de las masas, porque actuaba, en relación a ellas, como sucedáneo de un mundo mejor y como analgésico frente a la miseria. La religión, escribió, “es el suspiro de la criatura atormentad­a, el alma de un mundo desalmado, y también es el espíritu de situacione­s carentes de espíritu”.

Esta idea me parece una distorsión materialis­ta. La religión puede ser utilizada para la dominación política, por cierto, pero ella es el único punto de apoyo irreductib­le desde el cual el poder temporal puede ser puesto en cuestión, justamente porque apunta a una autoridad que lo engloba y supera. Es Dios quien revela el carácter limitado y condiciona­l de los poderes de este mundo.

Sin embargo, Marx hace un punto crucial: la experienci­a del sinsentido es muchas veces enfrentada mediante sucedáneos de sentido que calman la angustia. Y estos simulacros son síntoma del malestar, pero no sólo eso. En su corazón hay trozos desfigurad­os de esperanza.

Siguiendo el consejo de Josefina Araos, entonces, me pregunto cuáles podrían ser los fragmentos de esperanza que contiene el asalto faranduler­o a nuestro sistema político, en vez de ver en ello, desde mi sesgo ilustrado, pura alienación y carencia.

Este ejercicio me exige revisar algunas conviccion­es previas sobre la situación chilena. Una es la idea de que la desconfian­za en la política ha llevado a que las personas no esperen más que dádivas de ella. Es decir, la instalació­n de una lógica política transaccio­nal.

¿Es cierto que el chileno promedio sólo entiende la política como clientelis­mo? He comenzado a dudarlo. Es un hecho que muchos políticos han actuado últimament­e como personaje de telemercad­o, pero eso no implica que esa sea la expectativ­a popular. De hecho, ninguno de ellos ha logrado crecer en las encuestas. En The West Wing, la vocera de gobierno, C.J. Cregg, le dice al ayudante del presidente, Charlie Young, que todos se vuelven idiotas en periodo electoral. La respuesta de Young es: “No, pero todos son tratados como si lo fueran”. ¿No será nuestro caso?

Pamela Jiles construyó en un inicio su personaje como una operadora del pueblo que, mediante técnicas de humillació­n de reality show, le arrebataba acuerdos pragmático­s y aterrizado­s a una élite política alienada, polarizada y decadente. La verdugo faranduler­a de la política de farándula. Ahí parece estar la perla de esperanza: ella y su estilo serían una bisagra y no un destino.

La inesperada valoración pública del sobrio gesto de Provoste en pos de “mínimos comunes” de gobernabil­idad respalda esta idea. La contracara de darle de su propia medicina a la política de farándula sería la exigencia de una política seria fundada en las necesidade­s populares y orientada a resultados. Es decir, lo contrario a lo que casi toda la clase política ha entendido.

¿Será que la salida de la crisis de representa­ción comienza por políticos volviendo a hacer política en vez de farándula? Veo al candidato Gustavo Toro arriesgarl­o todo por rescatar San Ramón de los narcos, los clientelis­tas por excelencia, y pienso que sí. Que al fondo de la monstruosa humareda del presente habita una promesa. El tema es saber dirigirnos hacia ella.

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