La Tercera

Hijo del Sol: Con piloto automático

- Por Álvaro Peralta Sáinz Cronista gastronómi­co

Aprovechan­do la llegada de la fase de transición, decidí almorzar un tranquilo día de semana en este restaurant­e peruano de la comuna de La Reina. Instalado en solitario en su terraza exterior partí con un Pisco Sour Peruano y un Ceviche Frutos del Mar ($10.900). El sour llegó rápidament­e y muy frío. Tan frío que más que frappé parecía un sorbete de sour. Aún así se le podía sentir una buena intensidad de pisco aunque muy dulce y dejando un leve amargor en boca, como si se le hubiese agregado algo de cáscara de limón a la mezcla. En resumen, tomable; pero cuando uno pide un coctel pide eso y no un sorbete. Vamos con el cebiche, que traía cubos de reineta, anillos de calamar, láminas de pulpo, varios camarones y tres ostiones más algo de carne de jaiba casi hecha pasta. Todo aliñado con una contundent­e leche de tigre que levantaba el sabor de todos estos productos del mar que -hay que decirlo- no sabían mal pero tampoco eran la frescura misma. Curiosamen­te, la leche de tigre dejaba al final en la boca ese mismo leve amargor del pisco sour y ni siquiera un dejo de picante. Otra vez, sospecho de cáscara de limón o incluso de un limón entero que se fue a la licuadora.

Pensando en testear otro plato que se encuentra en prácticame­nte todos los restaurant­es peruanos del país, pedí de fondo un lomo saltado ($10.900), acompañado de una cerveza. A pesar de ser un plato de wok, muy rápido, tardó bastante en llegar. Probableme­nte porque mi pedido coincidió con una masiva llegada de comensales.

Pero una vez en la mesa se veía bien, con un arroz bien amoldado, papas fritas cortadas a cuchillo y una buena cantidad de cubos de carne más cebolla morada, tomate, cebollín y algo de cilantro. La primera sorpresa fue que la carne era un blandísimo filete. Las verduras estaban duritas, pero se notaba que apenas habían pasado por el wok, por lo que carecían casi totalmente de esos tonos dorados que denotan la carameliza­ción de sus azúcares y que tanto aportan en sabor. Por lo mismo, el juguito del lomo (filete) saltado resultaba más bien soso. Aún así, lo mejor del plato resultó ser el arroz blanco combinado con este líquido más alguna papita frita bien remojada. Pero de esa sazón peruana que nos conquistó hace ya 20 años a los chilenos, de ese suave y rico picantito, nada. De postre otro clásico: suspiro limeño. Este venía con un merengue -al parecer- mezclado con algo de moras, el que no estaba del todo mal pero que no combinaba de buena forma con el buen manjar que traía.

Qué se puede decir de este almuerzo. Estuvo comible, obviamente, pero no tuvo nada de la magia de la comida peruana que uno ha aprendido a conocer. Al final, todo sabe igual que en decenas de otros restaurant­es peruanos santiaguin­os de precios similares y con cartas casi idénticas (al menos los más populares y los más refinados siguen manteniend­o el sabor). Es decir, todo plano, como si estuviesen cocinando con piloto automático. Tanto así, que un par de cremitas que acompañaro­n la panera que se puso en la mesa fue lo más sabroso que probé en este almuerzo.

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