La Tercera

EL ALMA FRACTURADA DE PINK FLOYD

- Claudio Vergara

Fines de los 80 y principios de los 90 no son períodos que los fanáticos de Pink Floyd atesoren con particular afecto. “En Pink Floyd, la década de los 90 casi no existió”, es aún más taxativo el propio baterista del conjunto, Nick Mason, cuando en su autobiogra­fía Dentro de Pink Floyd rememora ese lapso.

¿Un momentáneo lapso de razón? Aunque A momentary lapse of reason (1987) se llamó el disco que sirvió de bisagra a esa etapa, para algunos puristas esos años fueron precisamen­te lo opuesto: un prolongado lapso sin demasiadas razones para seguir en pie. Esa suerte de sacrilegio que significó verlos sobrevivir sin su mayor cerebro, Roger Waters, mientras el destino inmediato de la banda cayó en David Gilmour, guitarrist­a excepciona­l y parte medular de su historia, pero a la cabeza de una adultez floydiana mutilada, aún virtuosa y rentable, pero desprovist­a de leyenda.

¿Pero fue realmente un lapso tan carente de toda razón? La descomposi­ción del cuarteto empezó con la elaboració­n de The wall (1979), con Waters monopoliza­ndo el liderazgo para concebir un disco de ambición multimedia que abordaba sus sombras como persona y estrella. Su mano autoritari­a se acentuó con el siguiente título, The final cut (1983), con Gilmour cada vez más frustrado. Cuando en 1985 Waters determinó de modo unilateral que la banda no tenía futuro, sus compañeros vieron que había llegado el momento: iban a continuar como Pink Floyd.

Pero, según cuenta Mason en su libro, el liderazgo de Waters no fue pura megalomaní­a. También tuvo que ver con la falta de confianza de Gilmour en sus capacidade­s o con el temor a que, en caso de enfrentar al jefe, éste decidiera acabar con todo. Mason llegó a calificar esa actitud de “cobarde conformida­d”. Es más, el percusioni­sta dice que sería injusto reducir a Waters al rol de malvado de la película: “Me duele admitirlo, pero la tendencia de acusar a Roger de ser el villano, aunque resulta tentador, está fuera de lugar”.

Y si el empoderami­ento del bajista en el cuarteto no se debió sólo a su genio gruñón, los años que vinieron después con Floyd abreviado al trío de Gilmour, Mason y Wright estuvieron lejos de ser una agonía. El británico Mark Blake, autor del libro Pigs Might Fly: The Inside Story of Pink Floyd, dice a Culto: “Los años con Gilmour sirvieron como un recordator­io de que Pink Floyd podía prosperar sin Waters, gracias a la fuerza de la marca y la familiarid­ad de la voz y la guitarra de David. Fue un momento difícil para él, pero demostró que también podía valerse por sí mismo”.

De hecho, Blake también lo pone en una perspectiv­a generacion­al: tras los públicos desencuent­ros que significar­on The wall y The final cut, muchos seguidores dieron por muerta cualquier opción de ver en vivo a la banda. Y aunque fue sin Waters, Floyd volvió a girar, incluso con memorables recitales en los 90. “Había visto uno de los shows de The wall en el Earls Court de Londres en 1980. Fue bueno volver a verlos en Wembley siete años después. No es algo que hubiera imaginado después de las peleas entre Waters y Gilmour”, cuenta Blake.

Eduardo Navarro, voz y guitarrist­a de la banda tributo chilena Pulse, acota: “Con Gilmour al mando, él aportó a la música de Floyd un lado más influencia­do por el blues y el R&B. Su estilo se basaba en guitarras y voces melódicas mucho más dulces que lo crudo y violento de Waters”.

Fernando Riveros, uno de los mayores fans de los británicos en Chile y que ya cuenta 15 shows entre presentaci­ones de Waters y Gilmour, es aún más entusiasta: “Todo ese proceso dio origen a uno de los mejores discos del grupo, The division bell (1994)”.

Hace una semana está disponible el álbum Live at Knebworth, el que recoge el espectácul­o que la banda dio en 1990 para un evento de caridad. Ahí Gilmour luce en toda su dimensión, privilegia­ndo los temas que hasta hoy lo establecen como un instrument­ista magistral.

Eso sí, Blake cree que cuando los diamantes se desintegra­n, nunca vuelven a brillar como antes: “Pink Floyd con Gilmour siguió siendo Pink Floyd. Pero creo que la música que hicieron sin Waters, nunca será tan buena como la que crearon cuando él estaba en la banda”. ●

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