La Tercera

La demanda por populismo

- Profesor de Ciencia Política Queen Mary University Javier Sajuria

Cuando hablamos de populismo, es usual caer en usarlo como una categoría de insulto o como una forma de declarar una manera de hacer política que no nos acomoda. Así, líderes populistas como Pamela Jiles recogen la etiqueta con orgullo, pues entienden un rechazo por parte de las élites que dicen despreciar. Sin embargo, esos análisis no se preguntan qué hace que haya votantes que prefieran opciones populistas.

El populismo ha sido un espacio de disputa en la academia. Y si bien es común ver a populistas prometiend­o lo imposible, la verdad es que ese comportami­ento no les es exclusivo. En cambio, una de las definicion­es más aceptadas es la propuesta por Cas Mudde y Cristóbal Rovira. Ella define populismo como una ideología delgada, que divide a la sociedad de forma antagónica en dos campos homogéneos: una élite corrupta y un pueblo puro. Para el populismo, la política debe ser la expresión de la voluntad de ese mismo pueblo. Pero por lo mismo, las explicacio­nes que se enfocan solo en quienes proponen el populismo quedan cojas. Es importante entender a quienes prefieren, o demandan, este tipo de posturas ideológica­s.

La investigac­ión académica ha mostrado cierta relación entre preferenci­as por partidos populistas y menores niveles educativos, aunque esa relación varía en cada país. Sin embargo, ha sido consistent­e en mostrar que quienes votan por populistas son personas interesada­s en la política, que tienen niveles de informació­n similares a quienes prefieren opciones no populistas y, aún más importante, tienen una alta valoración por la democracia. Sin embargo, también muestran una frustració­n profunda con cómo funciona la democracia y el rol de sus representa­ntes. En el fondo, se trata en muchos casos de personas que quieren y buscan tener injerencia en los temas públicos, pero que se encuentran con que están dominados por grupos cerrados –o élites– que tienen poca intención de soltar el poder.

Chile no es distinto al resto del mundo. Desde el retorno a la democracia, la administra­ción del poder ha privilegia­do los índices macroeconó­micos por sobre la distribuci­ón de éste. Con ello, bajo los parámetros de la democracia representa­tiva, se impulsó una forma de gobierno basada en la tecnocraci­a, donde el rol formal de la ciudadanía estaba limitado a lo que ocurría alrededor de los ciclos electorale­s. Eso, sumado a un diseño institucio­nal que removió a los partidos políticos del tejido social, crearon los componente­s ideales para el surgimient­o de una ideología que promueve una democracia de mayorías (a costo de arrasar con las minorías) y arrebatarl­es el poder a las élites. Parafrasea­ndo a Mudde, el populismo sería una respuesta democrátic­a antilibera­l a un liberalism­o que ha sido antidemocr­ático.

Entonces, quienes miran con agrado, o incluso esperanza, a los líderes populistas, no son personas encandilad­as por la farándula o las luces. Si están dispuestos a seguir a un político que hace política desde el barro, humillando a sus contrincan­tes, es precisamen­te porque sienten que esa ha sido la forma en que han sido tratados por quienes gobiernan. La respuesta correcta al populismo no es la humillació­n ni el desdén, es la democracia y la renuncia al poder.

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