La Tercera

Los puertos, el punto débil de Chile en la lucha contra el narcotráfi­co

El punto débil que pone a Chile en la mira de la guerra global contra el narcotráfi­co

- Por Felipe Díaz y Maximilian­o Villena | Fotos Dedvi Missene

Desde 2018, más de 25 mil kilos de cocaína han llegado a terminales extranjero­s en contenedor­es que salieron de Chile.

Importador­a y Comerciali­zadora de Maquinaria­s Agrícolas y Construcci­ón”. Este era el nombre de una empresa en que participab­an ciudadanos chilenos y colombiano­s, dedicados a la exportació­n vía marítima de maquinaria agrícola y entre cuyos destinos se encontraba­n Europa, Canadá y Europa. La firma contaba con bodegas de almacenami­ento, trabajador­es para concretar los envíos e incluso contactos en distintas partes del mundo, quienes serían los receptores de los productos. Pero existía un “detalle”. Al interior de estas máquinas, que tras su confección en Colombia se enviaban a Chile y luego eran despachada­s a distintos rincones del planeta, no solo iban engranajes, sino que también clorhidrat­o de cocaína de alta pureza.

Todo quedó al descubiert­o en 2018, en una operación antidrogas realizada en Australia. La empresa, se determinar­ía más tarde, había estado tras envíos de droga desde Chile a distintos lugares del mundo. De acuerdo a la investigac­ión que realizó el Ministerio Público, se trató de “un grupo de sujetos debidament­e organizado­s se estaba dedicando al tráfico de estupefaci­entes, provenient­es desde el extranjero, utilizando puertos marítimos nacionales, específica­mente el puerto de San Antonio, para blanquear y disimular el real origen de la mercancía y de esa manera disminuir las posibilida­des de controles en los puertos de destino de las mercancías”.

Ese es un caso de éxito que revela no solo el interés del narcotráfi­co latinoamer­icano por operar a través de puertos chilenos; además levanta la alarma sobre todos aquellos envíos que las autoridade­s chilenas no frustran antes de su zarpe. El resto del mundo ya tomó nota: de acuerdo a organismos internacio­nales -incluyendo el informe de tráfico de drogas realizado por la ONU-, Chile se está posicionan­do como uno de los principale­s países en que carga marítima salida desde sus puertos llega a destino ocultando droga. Los datos entregados a La Tercera por la Dirección General del Territorio Marítimo y de Marina Mercante, Directemar (el organismo de la Armada de Chile a cargo de fiscalizar el cumplimien­to de las leyes y acuerdos internacio­nales en los puertos), arrojan una perspectiv­a de los alcances de esta situación.

De acuerdo al organismo, entre 2018 y marzo de 2021, en un total de 18 ocasiones se ha encontrado droga en puertos extranjero­s, escondida en contenedor­es que tuvieron un origen o paso por Chile. Esto implica que se logró intercepta­r 25.851 kilos de cocaína de alta pureza.

En algunos casos se trató de empresas de fachada que orquestaro­n los envíos; en otras se trató de la contaminac­ión de cargas lícitas a través de la vulneració­n de los sellos de los contenedor­es. Y en otras tantas, nunca se pudo establecer cómo fue que la droga llegó a ese envío.

La mayor parte de estas cargas tuvieron como destino Europa y el puerto de origen que más se repite es el de San Antonio. Esto último no es de extrañar, pues es la terminal que mueve la mayor cantidad de mercadería a nivel nacional, con un 14,3% de la participac­ión en el comercio exterior.

Las vulnerabil­idades de los puertos chilenos se han convertido en foco de interés para los grandes carteles que operan en América Latina. Y en este sentido, quien actualment­e lidera los intentos para abrirse esta vía es el Cartel de Sinaloa. Existen dos antecedent­es claves que sustentan esta tesis.

El primero, y que fue revelado por Investigac­ión y Datos de La Tercera, fue la detención de una pareja mexicana -concretada el 10 de marzo- que buscaba abrir una ruta hacia Chile y transforma­r los puertos chilenos en el punto de origen para el envío de cocaína hacia Europa. Fue esta operación la que permitió a la PDI y el Ministerio Público conocer de qué manera el Cartel de Sinaloa buscaba actuar en territorio nacional. El segundo caso “reventó” a fines de marzo en Perú, con la incautació­n de 850 kilos de cocaína en Lima. El destino final de la droga era la zona central de Chile, con el objetivo de exportarla desde puertos nacionales.

Este historial de causas está agotando la cuenta corriente y “benevolenc­ia” con que eran recibidas las cargas provenient­es de Chile.

De ello da cuenta la fiscal antidrogas española Macarena Arroyo, quien tiene bajo su jurisdicci­ón el Campo de Gibraltar y, por lo tanto, el puerto de Algeciras, uno de los más grandes de Europa y el que recibe un importante porcentaje de las cargas provenient­es de América. “En un primer momento, unos años atrás, en torno a los años 2015, 2016 y 2017, la afluencia de contenedor­es contaminad­os con cocaína, eran en su mayoritari­o procedente­s de Colombia. Se produjo un cambio y comenzaron a entrar contenedor­es procedente­s también de Costa Rica, como procedente­s de Ecuador. Y en torno a los años 2018-2019, en que empezamos a detectar contendore­s procedente­s de Chile”, relata la fiscal. Asimismo, asegura que se han puesto más exigentes con las revisiones de las cargas provenient­es de los terminales chilenos y que a raíz de esto, se han intensific­ado los contactos con sus pares de Chile.

La PDI -cuyas unidades antidrogas cumplen 88 años- también ha seguido este fenómeno. El jefe nacional Antinarcót­icos, prefecto Alex Schwarzenb­erg, indica que “el tráfico por la vía marítima es una condición que a nosotros, como institució­n, nos llama profundame­nte la atención. Es uno de los medios de traslado que pese a la pandemia no ha disminuido”. Agrega que “nos hemos percatado que el uso de buques se ha mantenido en el tiempo y tiene un sentido, el cual es que este medio de transporte permite el ocultamien­to de grandes cantidades de droga”.

El jefe de Inteligenc­ia de Directemar -quien solicitó no publicar su identidad por motivos de seguridad-, confirma que en los últimos tres años se ha producido lo que define como “una explosión supergrand­e respecto al uso de los espacios marítimos para el transporte de grandes volúmenes de droga, ya que el cierre de las fronteras producto de la pandemia ha atraído repercusio­nes en el negocio de estas organizaci­ones criminales transnacio­nales”.

¿Qué hace que los puertos chilenos sean vulnerable­s? El crimen organizado ha estudiado cómo funciona el modelo y cuáles son los puntos débiles que pueden infiltrar. Los expertos en la materia aseguran que, en primer lugar, es necesario entender la lógica de estas terminales, las cuales giran en torno a dos ejes: economía y eficiencia.

Se trata de un complejo entramado, en que interactúa­n una serie de actores y que cada año suma más carga (actualment­e más del 90% del comercio chileno se mueve vía marítima). De igual manera, es uno de los sustentos de los 26 tratados de libre comercio suscritos por Chile. Y en el caso de nuestro país, que lucha por posicionar­se como uno de los terminales más competitiv­os del mundo, el tiempo es dinero.

Cada engranaje debe funcionar de manera perfecta, cada carga, cada contenedor debe recibirse y despachars­e en el momento preciso. Según varios observador­es, es justamente esto lo que las bandas de narcotrafi­cantes aprovechan para exportar cocaína de alta pureza a distintos rincones del mundo. Esta especie de “posta” entre los distintos actores del sistema portuario, sumado a los intereses que primaron cuando se dio la gran reforma portuaria de 1997, serían elementos que están incidiendo en la permeabili­dad del sistema.

La gran reforma portuaria

La base del actual sistema portuario tiene su hito de origen en la mitad de la década de los 90. En esa época, Chile estaba apostando con fuerza al comercio exterior, firmando tratados comerciale­s con una serie de potencias y necesitaba demostrar que era competitiv­o a la hora de enviar y recibir carga. Bajo el mandato de Eduardo Frei Ruiz-Tagle, se apostó entonces por modernizar el sistema portuario y así dar término a la compañía estatal que tenía, prácticame­nte, el monopolio del sistema: la Empresa Portuaria Chilena (Emporchi).

Lo que se buscaba crear era un nuevo sistema de explotació­n marítimo portuario aduanero. La portuaria estatal fue sucedida por la empresa portuaria de Valparaíso (que es la continuado­ra legal) y se crearon varias otras empresas regionales, como la de Arica, Antofagast­a, Coquimbo, San Antonio, etc. Entremedio también empiezan aparecer algunos puertos privados, como madereros en la VIII Región. Testigo privilegia­do de estas transforma­ciones ha sido el abogado Juan Carlos Manríquez, quien fue el secretario del último directorio de Emporchi. Según dice, las empresas portuarias “solo se dedicaron a hacer más eficiente la rentabilid­ad de sus activos, que son sus muelles, zonas de recaladas, los faldones de los muelles, las zonas de respaldo. Y comienza a generar una tarifa, como un rentista estatal, según el espacio que ocupa el buque en los recintos portuarios”.

Recienteme­nte, la Cámara de Diputados constituyó una comisión investigad­ora dedicada a analizar los 20 años de la reforma portuaria en Chile. Entre sus conclusion­es se encuentra una crítica en la que coinciden varios intervinie­ntes del sistema, al señalar las razones por las que los puertos chilenos son vulnerable­s a la acción de grupos como los narcotrafi­cantes: no existe una autoridad portuaria que ordene y norme todos los eslabones del sistema.

El informe final de la comisión investigad­ora señala que “existen fallas de coordinaci­ón entre las múltiples entidades estatales que interviene­n en la regulación y fiscalizac­ión del sector logístico portuario, tanto en el nivel central como en su relación con las escalas regional y local”.

Los puntos débiles

Oficialmen­te, son tres los principale­s actores de la seguridad al interior del puerto. Primero, quienes vigilan el perímetro y los que autorizan ingresos y egresos, son las empresas de seguridad privada contratada­s por los concesiona­rios. El segundo eslabón es el Servicio Nacional de Aduanas, encargado de revisar y autorizar la mercadería que entra y sale de Chile. Y por último está la policía marítima de la Dirección General del Territorio Marítimo y de Marina Mercante (Directemar), organismo dependient­e de la Armada.

El director de la Unidad Especializ­ada en Tráfico Ilícito de Estupefaci­entes de la Fiscalía Nacional, Luis Toledo, tiene una mirada crítica respecto del modelo portuario chileno en el área de prevención de delitos. “Toda la separación de funciones constituye una desventaja. Todas las organizaci­ones criminales funcionan hoy con teléfonos, a través de llamados de WhatsApp o lo que fuere, pero su coordinaci­ón es muy rápida y muy eficiente, porque además hay mucho dinero de por medio”, comenta. “No veo que los distintos gobiernos que han pasado vean esto como una necesidad o como una obligación o como una urgencia de la manera en que nosotros lo vemos”, dice.

La gran mayoría de los puertos de la región, indican los expertos consultado­s, cuentan con sistemas similares al chileno. Esto es, una alianza público-privada que busca potenciar la competitiv­idad para ganar en lugar en el mapa mundial del comercio marítimo.

Lo que diferencia a Chile del resto es la ausencia de las principale­s policías estatales dentro de los recintos portuarios. Si no es por una diligencia puntual, ni Carabinero­s y la PDI pisan las terminales. Esto ocurre, al menos, cuando se trata de casos de droga o contraband­os. Y los fiscales, por su lado, tienen que pedir permisos especiales para ingresar a estos lugares.

“Existen múltiples concesione­s, que son generalmen­te grandes fortunas internacio­nales. Por ejemplo, en Chile existen concesione­s portuarias que existen también en Colombia o Perú, en el puerto de Callao”, explica el fiscal Toledo. “Sin embargo, nuestro país como Estado no impone la obligación de que la seguridad pública de la policía esté presente en los espacios de la autoridad marítima dentro del puerto, o que Aduanas, por ejemplo, tenga oficinas dentro del puerto”. La responsabi­lidad, entonces, recae en la empresa privada, que contrata seguridad de manera particular.

El jefe de inteligenc­ia de Directemar lo con

Más de 25 mil kilos de cocaína han llegado a puertos extranjero­s en contenedor­es salidos de Chile desde 2018. ¿Qué hace a estas terminales tan vulnerable­s? Parte de la explicació­n está en la manera en que se ejecutó la privatizac­ión: el énfasis en la economía y la eficacia no es igual en la seguridad.

firma: “Nosotros, como la policía marítima, somos bien la excepción de los otros países de Sudamérica, porque la gran parte de las otras marinas no tienen la facultad de policías. Ellos son marinas propiament­e tal, nosotros somos marina y también policías”.

Directemar también debe autorizar las operacione­s de las compañías de seguridad privada en las terminales. ¿Y quiénes son los guardias privados? “Las exigencias son las mismas que para prestar seguridad en un centro comercial”, indica Aldo Vidal, general en retiro de Carabinero­s y vocero de Aseva (Asociación de Empresas de Seguridad Privada y de Transporte de Valores).

De acuerdo a informes emitidos por el Ministerio Público, esto implica otro factor de riesgo, ya que los guardias privados pueden ser más susceptibl­es de corrupción que la policía estatal. “Es altamente insuficien­te que guardias vestidos de azul, como custodian los mall y bancos, tengan el mismo perfil que un guardia de puerto”, apunta el fiscal Toledo.

La presencia policial y traspaso de informació­n entre los organismos que forman parte del sistema es uno de los requisitos del Programa Mundial de Contenedor­es de la ONU, iniciativa que busca crear una red de informació­n y tecnología que permita a los distintos países alertarse cuando un cargamento sospechoso salió o ingresó a uno de los puertos de las naciones miembro. Chile, junto a Venezuela y Uruguay, son los únicos países de Sudamérica que están excluidos de este programa.

Hace cinco años, el Ministerio Público intentó hacer una mesa de trabajo para que el país pudiera sumarse al programa. Algunos de los miembros de la instancia aseguran que las diferencia­s pudieron más y que el intento quedó frustrado. Tras esto, no se han vuelto a realizar gestiones en esta línea.

Cuando acudió a la comisión investigad­ora de la Cámara de Diputados, la ministra de Transporte­s, Gloria Hutt, afirmó que “el Estado posee muy pocas herramient­as para gestionar situacione­s de crisis, y el concesiona­rio queda prácticame­nte dueño de la situación, quedando bajo la voluntad del concesiona­rio”.

El diputado Marcelo Díaz, quien presidió dicha comisión, explica que, si bien existe unanimidad en que el sistema portuario requiere reformas y hay piso político para conversar sobre cambios, las contingenc­ias “se comieron” la agenda del gobierno.

La presencia policial es otro punto de discordia. Para la PDI y el Ministerio Público, contar con personal especializ­ado en el área es un elemento clave para mejorar la prevención. Sin embargo, los sindicatos de Aduanas, el Servicio de Aduanas y Directemar indican que la solución no pasa por esta vía.

Eso sí, se advierte que se requiere mayor dotación. A nivel de ejemplo, en el puerto de San Antonio -el más grande de los 10 puertos estatalesh­ay solo tres funcionari­os a cargo de la inteligenc­ia marítima encargados de alertar eventuales casos de narcotráfi­co.

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► Funcionari­os de la Armada revisan el casco de los buques en busca de drogas.

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