Cuando muere una detective
Valeria Vivanco quería resolver crímenes y por eso nunca se restaba del trabajo en terreno. Incluso si eso significaba ponerse en riesgo, como ocurrió la semana pasada en La Granja.
El último día de Valeria Vivanco (25) fue más pesado de lo normal. Su turno, que debía comenzar a las 20.00 del sábado 12 de junio, hasta las 8.00 del domingo, se alargó hasta la tarde por una serie de homicidios que ocurrieron en un mismo día y que no podían quedar sin investigar. A las 20.40, minutos después de llegar a la Brigada de Homicidios Metropolitana junto a otros nueve compañeros del turno de noche, había fallecido una mujer de 21 años en Puente Alto, cerca de Bajos de Mena. La causa de muerte, según consta en su certificado de defunción, fue por múltiples heridas torácicas a causa de un proyectil. Y había que resolver quién le había disparado. Casi al mismo tiempo que eso ocurría, recibieron otro llamado para avisar de un parricidio en La Granja, y luego uno que alertaba de un homicidio en La Pintana.
Entre tanto trabajo, Vivanco pasó de largo esa noche: tuvieron que dividirse los tres casos y ella, junto a otra funcionaria de su equipo, fueron a hacer diligencias en los últimos dos. “Esa noche salimos como a las 23.00 de la unidad, regresamos a las 4.00, tomamos declaraciones, luego volvimos a salir y así. No hubo tiempo de ir a dormir”, recuerda su compañera de turno.
Ya en la mañana, Vivanco junto a su equipo tenían identificados dos vehículos que habrían participado en el homicidio de la mujer de Puente Alto, gracias a las grabaciones de una cámara de seguridad. Esa prueba sirvió para definir el radio de calles por las que, por la tarde, saldrían a realizar el operativo de búsqueda en la comuna de La Granja, pues ahí era donde estaban domiciliados ambos autos implicados.
Para Vivanco, esta no era cualquier investigación. En los casi tres años que llevaba como funcionaria de la Policía de Investigaciones (PDI), resolver crímenes complejos era su mayor desafío y lo que más le gustaba. Ya había logrado sacar uno el año pasado en la comuna de Recoleta: algo que no era común dentro de los compañeros de su promoción, pues quienes querían hacían labores más administrativas. Para ella, esta era una oportunidad para resolver en terreno lo que tantas veces había intentado hacer en su corta carrera.
Antes de subir al auto, conversaron todos los antecedentes con el equipo en una reunión que tuvieron a las 13.30 con el subprefecto Eduardo Haro, de la Brigada de Homicidios Metropolitana. A esas alturas del día, Vivanco llevaba más 15 horas seguidas trabajando. Pero, pese al cansancio, esta salida era importante. Haro recuerda esos últimos minutos: “Ella andaba vestida con su uniforme corporativo. Se fue a cambiar de ropa, a ponerse su pinta más de calle. A las 14.00 salí a almorzar y ellos partieron. Fue la última vez que la vi”.
La memoria de Karim
Valeria Vivanco Caru era la tercera de cuatro hermanos de una familia en Quilicura. A sus 18 años, en 2015, ingresó a la Escuela de Investigaciones Policiales. No era la única en su familia que era parte de la institución. Juan, su hermano menor, hoy está a cinco meses de egresar como policía.
Cuando Cynthia Urzúa entró con Vivanco ese 2015, recuerda haber conversado con ella sobre sus motivaciones. “Siempre quiso estar en la Brigada de Homicidios, le gustaban todas estas series de crímenes. Había una en particular, no recuerdo el nombre, pero que le encantaba, y al protagonista lo tuvo un año de fondo de pantalla”, cuenta ella.
Quizás por eso la recuerda como una de sus compañeras más arriesgadas. Dice que “le gustaban los allanamientos, los ejercicios de combate y de defensa personal”. Prueba de ello fueron las ganas que mostró, posteriormente, de asistir a operativos y resolver casos, además de sus calificaciones finales que la llevaron a ser brigadier. Esa distinción sólo se reservaba para quienes eran escogidos por su buena conducta, lealtad y disciplina.
Pero Vivanco era mucho más que una buena alumna y policía. Bien lo sabe Urzúa. Ella no solo era su compañera de promoción, también estaba en la misma sección y compartían la misma pieza de domingo a lunes. En ese periodo se fueron conociendo: “Ella era muy rápida. Dejaba todo desordenado, pero siempre era de las primeras en estar lista. A mí, en cambio, me costaba estar lista en las mañanas. En uno de esos días en que estaba atrasada, Valeria -sin conocernos mucho- se echó un puñado de gel en la mano y me ayudó a hacerme la cola en el pelo. Así pude llegar a la hora. De ahí que fuimos agarrando un poquito más de confianza: me pedía que la pintara, yo le echaba las sombras, y así nos fuimos acercando hasta formar nuestro grupo de amigas con otras dos compañeras”.
Mientras estudiaba, Felipe Sammur, su inspector académico en ese entonces, fue notando ese compañerismo y ganas de aprender. Sobre todo porque Vivanco tenía una habilidad especial a la hora de resolver casos. Lo notó una vez que les encargó un ejercicio en terreno a sus alumnos: averiguar el nombre completo y lo que iba a hacer en el día una persona cual