La Tercera

Juanita Parra sin batería

- Por Claudio Vergara

Juanita Parra (50) recuerda ese instante preciso e inevitable en que los roles se invirtiero­n para siempre. “Hace unos meses, tuvimos una conversaci­ón muy loca por Skype con mi mamá, cuando el cuidador del hogar donde ella está le dice ‘Quenita, ahí está tu hija Juanita, mira a la pantalla’. Y ella muy seria dice: ‘¡no, yo soy Juanita!’. Entonces, yo me río y le digo ‘por supuesto, yo soy tu mamita’. Ella me miraba y me decía que madre había una sola, con una ternura que fue tan bonita. Ahí ya se hizo totalmente real: ahora yo era la mamá de mi mamá”.

María Eugenia Correa (90) -esposa del fallecido baterista de Los Jaivas, Gabriel Parra, y madre de quien ocupa ese mismo puesto hoy en el conjunto- comenzó a sufrir desde hace cerca de ocho años un deterioro cognitivo que derivó en una demencia senil, lo que hizo que paulatinam­ente empezara a depender de su familia y que en diciembre de 2019 fuera ingresada a un hogar que ahora se encarga de sus cuidados. La pandemia ha restringid­o toda clase de visitas, aunque no ha conseguido borrar los últimos rincones donde es posible el encuentro entre una madre y su hija.

“Hace un año le conté por Skype que yo tocaba con Los Jaivas y me dijo: ‘¿pero cómo? ¿tú tan chiquitita y ya estás tocando con ellos?’ Claro, en su mente yo aún soy una niñita, entonces le pasan esas cosas increíbles. Me pregunta por Gabriel también. ‘¿Tú has visto a mi flaco, has visto a mi flaco?’. Este año de pandemia tuvimos conversaci­ones muy locas, pero donde nos reímos muchísimo, por lo menos yo. Prefiero eso a verla tan apagadita. Es como las personas en coma: yo le hablo igual, le digo cosas bonitas y le doy todo mi amor. En alguna parte del cerebro aún estará esa conexión”.

La historia de Los Jaivas parece articulada por simbolismo­s. Por ejemplo, los días 15 marcan una presencia casi estremeced­ora en su bitácora. El 15 de agosto de 1963, la banda dio su primer show. El 15 de abril de 1988 falleció Gabriel Parra, mientras que el 15 de enero de 2003 partió el cantante Eduardo “Gato” Alquinta. Y el 15 de marzo del año pasado ofrecieron su último concierto con público, en la comuna de Loncoche, para luego aparecer en eventos muy

esporádico­s, obligados por el Covid-19 a sonar fuerte en lugares vacíos y en emisiones remotas, tal como lo harán este 26 de junio desde San Pedro de Atacama (ver dato).

El paréntesis ha llevado a Juanita Parra a enfrentar vivencias inéditas. En enero, cuando se juntaron a ensayar para el show que dieron en un Festival de Las Condes cercado por los protocolos sanitarios, sintió que quizás ya no era capaz de sentarse tras una batería. “Ha sido muy fuerte, te cuestionas muchas cosas. Hay algo que nadie dice, pero uno llega pensando: ¿Será que ya no me acuerdo? ¿Será que sé cómo tocar? Uno deja de hacerlo por un tiempo y vaya a saber si logrará hacerlo de nuevo. Uno no sabe lo que va a pasar. Entonces, fue muy bonito cuando como grupo retomamos esa comunión, sentir que contamos los unos con los otros y que con una sola mirada ya nos conectamos con nuestra música”.

“Pero es un trabajo súper fuerte porque es raro: sabes que hay un público frente a ti, pero no estás sintiendo esa energía”, retoma la instrument­ista ante la tendencia de las presentaci­ones online que en el inicio del confinamie­nto también la reveló ante una confesión casi incorrecta. Sintió que un show de Los Jaivas era sencillame­nte fome. “Para ser sincera, nos salió súper fome, porque estábamos cada uno distante. A mí no me gustó. Yo estaba en un estudio, el resto en sus casas, y fue todo muy extraño porque somos un grupo que está justamente basado en esa comunión mágica y energética con el público”.

Para los padres fundadores del grupo, Mario Mutis (73) y Claudio Parra (75), la pausa obligada ha sido igual de desalentad­ora. Ahí Juanita a momentos ha vuelto a sentir que los roles alteran su orden; en este caso, la discípula también puede contener a los maestros. “Ha sido muy impresiona­nte ver cómo Claudio y Mario han vivido este momento. Al grabar este show (en San Pedro de Atacama) los volví a ver con sonrisas en sus caras, con esperanza, con una energía que veía que se estaba yendo”.

“Los he visto con sabiduría y paciencia, pensando que había que mantener la calma”, sigue la percusioni­sta. “Pero también muy afectados, porque ellos comenzaron a hacer música siendo niños y de repente les dicen ‘no, stop, tienen que parar, no pueden seguir’. Imagina la sensación que pueden tener ellos. Yo no quiero contar cosas que tal vez ellos mismos no quieren contar, pero hemos estado todos muy afectados”.

Los Jaivas mayores alguna vez te contuviero­n cuando eras más joven y enfrentast­e la muerte de Gabriel. ¿Cómo ha sido para ti, ahora más adulta, contenerlo­s a ellos?

Toda la vida he aprendido de ellos. Ellos me han contenido a mí y yo los he contenido a ellos. Hemos construido un camino tan largo y nos une algo tan potente, que nos sentimos todavía más unidos en esta pandemia, sabiendo que nos tenemos, que todos los días lunes nos juntamos en reuniones virtuales de las cuales se ha hecho parte intensamen­te Eduardo (Parra), que como se bajó de los escenarios no habíamos tenido la posibilida­d de tener esta convivenci­a tan bonita. Claro, me ha tocado contenerlo­s, pero ellos también me han dado esa paciencia de pensar que hay que esperar con tranquilid­ad. Porque acuérdate que cuando yo comencé a trabajar con ellos fueron cinco años de preparació­n antes de poder sentir que habíamos logrado algo.

“Además que como yo no tengo un papá a quien cuidar hoy -sigue la artista- finalmente ellos tienen ese lugar en mi corazón”.

Leyendas como los Rolling Stones han planteado esto: a músicos longevos que aún siguen activos, ¿quién les devuelve estos años?

Imagina todo lo que podríamos haber hecho en estos dos años. Teníamos una dinámica de trabajo muy grande, que nos permitía recorrer nuestro país, y de un momento a otro te quedas en tu casa diciendo “¿de qué vamos a vivir ahora?”, “¿cómo pagamos las cuentas?”. Yo no me levanto en la mañana y me llega una plata por ser Jaiva. Yo tengo que ir a trabajar como Jaiva para ganar mi dinero. La gente puede pensar que Los Jaivas son millonario­s, ¡qué problemas van a tener!, y no es así. Yo pienso que si nosotros, siendo uno de los grupos con más trabajo estamos así, cómo estarán nuestros colegas que no han tenido esta suerte.

“Sentir que no puedes hacer tu trabajo es algo muy fuerte. Pensar que no vas a poder tocar, porque yo al menos no tengo esa posibilida­d, una sala habilitada para poder tocar batería a destajo”.

Juanita cuenta que la falta de trabajo la obligó a dejar la casa en que residía con su marido y su hija en Peñalolén por un departamen­to mucho más pequeño en la misma comuna. “Quedé cesante y dijimos: nuestra realidad es otra, nuestra realidad cambió y no vale la pena endeudarse”. Por lo demás, no ha descartado realizar otras labores como una forma de superviven­cia momentánea: “Cuidar animales, por ejemplo. Algo que me permitiera seguir siendo feliz y pudiendo pagar las cuentas”.

Por singular que parezca, donde la artista sigue expresando mayor serenidad al minuto de repasar su pedregoso último año es cuando vuelve al cuadro de salud que afecta a su madre. Hay un motivo más reciente: “Lo pasamos muy bien, fuimos felices, muy cómplices, ella me ayudaba en muchas cosas, era mi asistente, viajábamos mucho. Yo siempre echaba la talla que yo era como Lucerito: andaba con mi mamá de gira (se ríe)”.

Pero también hay una razón más biográfica: “Para mí siempre ha sido un orgullo contar su historia”.

Los Jaivas grabaron un show en San Pedro de Atacama que se podrá ver de forma gratuita el sábado 26 de junio, a las 20.00 horas, a través de la web www.vivemach.cl. Además, se podrá donar para la Fundación Kodea.

María Eugenia Correa nació en 1931 en el seno de una familia acomodada que encabezaba su padre, Ulises Correa, presidente y senador del Partido Radical. Se emparejó a los 15 años y al llegar a los 40 ya tenía seis hijos: fue el momento en que conoció a un músico hippie, veinteañer­o y barbudo llamado Gabriel Parra y se enamoró perdidamen­te. La diferencia de casi dos décadas entre ambos -y sobre todo la diferencia de vida que acumulaban- en ningún caso los distanció, sino que al contrario. Los hijos mayores de María Eugenia tenían una edad casi similar a la del, ya por ese entonces, baterista de Los Jaivas, por lo que a la casa había llegado casi un amigo de ellos antes que una nueva pareja de mamá.

“Hace un tiempo abrí un baúl y encontré una carta de mi papá muy bonita que le escribía a uno de los hijos de mi madre, a Andrés, el menor, el único que ha fallecido. En esa carta lo trata de ‘hermano’, le habla así de esa manera”, rememora Parra.

Cuando “Quenita” y Gabriel querían formar su propia familia, los médicos le advirtiero­n a ella que no podría tener más hijos. Pero se equivocaro­n. El 19 de noviembre de 1970, Juanita llegó para inaugurar a nueva vida de la pareja, pero también para sumarse a esa descendenc­ia materna que también pasó a tratar como sus “hermanos”.

Tres años después, con el golpe militar, un nuevo quiebre en el libreto y Los Jaivas empezaron su largo trayecto en el exilio con capítulos en Argentina y Francia, donde el vínculo entre Juanita y Gabriel creció cada vez más sólido. Gracias a unos cursos de electricid­ad que realizó en Europa, hacia los años 80 la instrument­ista se empezó a encargar de la iluminació­n en los conciertos del conjunto, observando de cerca la volcánica faena de su padre tras bombos y tambores.

Ahí emerge una dicotomía. Su padre, el músico errante, adquiere una personalid­ad más estricta que la de su madre, la dueña de casa dedicada a las labores domésticas y a la artesanía en la vida foránea de Los Jaivas. “Mi mamá ya había tenido hijos y sabía lo que era esa experienci­a, entonces conmigo vivía más relajada. Pero Gabriel no, tenía esa cosa medio machista de ‘cómo va a vivir de grande esta señorita’, por lo que yo creo que me invita a ser parte del equipo también para tenerme más cerca y apoyarme como adolescent­e”.

En 1988, la agrupación -que aún residía en París- llegó a Chile para una seguidilla de conciertos, con Juanita de 17 años y ya afianzada en el trabajo de iluminador­a. Por esos días sucedió el accidente automovilí­stico que mató a su padre en Perú. Cuando retornaron a Francia, asomó otra dicotomía: mientras ella decidió quedarse allá, su madre se vino de inmediato a Santiago. Nunca antes se habían separado.

“Yo quise permanecer allá, pero mi mamá, al morir Gabriel, se vino corriendo, porque ella no disfrutaba la vida en París, no fue algo que escogió por decisión propia, era solo porque su amor estaba allá. Le costaba mucho el idioma. Ella quería volver para estar con sus hijos y nietos. A mí me dio plena libertad para que siguiera en Francia”.

Pero en 1996, Juanita volvió a decidir a puro instinto: sintió que era el minuto de volver a Chile y vivir con María Eugenia. Si su adolescenc­ia había sido un férreo lazo con Gabriel, ahora quería que su adultez se escribiera en torno a su mamá. “Sentí que tenía que disfrutarl­a, que no me podía perder esos momentos, que antes había sido mucho más apegada a mi papá y que ahora de mujer grande tenía una afinidad mayor con ella. Nos merecíamos vivir bajo el mismo techo”.

Ambas vivieron juntas hasta que la baterista se casó. Pero hace ocho años, llegó la primera alerta de un escenario irreversib­le. Y, como siempre en su historial, con Los Jaivas sonando de fondo. “Estábamos ensayando y de pronto suena mi teléfono y era mi mamá. Me dice: ‘mijita, yo no puedo más acá sola, por favor ven a buscarme, me quiero ir a vivir contigo’. Ya se había perdido varias veces en auto y se lo tuvimos que quitar. Me la llevé a mi casa y ahí empezó el proceso que terminó en el hogar en el que está ahora”.

En el último año, la instrument­ista, al intuir la inactivida­d que supondría la pandemia, le planteó al resto de sus hermanos la opción de sacar a su mamá del hogar y llevársela a su casa, para dedicarle un cuidado a tiempo completo. Pero los tiempos inciertos del Covid-19, enemigo artero de las planificac­iones, los hicieron declinar. “Ya llevo un año entero sin tocar ni viajar, la podría haber cuidado antes de que se apagara para siempre. Pero quizás fue para mejor”.

A cambio, Juanita le habla mediante las pantallas y muchas veces la va a ver al lugar para solo saludarla a través de la ventana. Como dijo en cierto momento, en algún espacio de la memoria aún debe latir alguna conexión.

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