La Tercera

EDUCACIÓN PREESCOLAR: UNA ALTERNATIV­A

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SEÑOR DIRECTOR

El Senado de este histórico Congreso 2018-22 ahora ha rechazado el Proyecto de Ley para ampliar la cantidad de niñas y niños menores de 5 años que pueden acceder gratuitame­nte a educación o cuidado especializ­ado; es decir, sin costo para los padres, sino pagado por los contribuye­ntes a través del Estado. Esto ocurre después de existir un consenso técnico y político amplio sobre la convenienc­ia de esta medida, sobre todo para reducir desigualda­des de ingresos generadas por diferencia­s en niveles educaciona­les posteriore­s como adultos. Este consenso se logró y expresaba los ocho años de tramitació­n a lo largo de los períodos de dos gobiernos de signo opuesto.

Entre los argumentos confusos y contradict­orios de los honorables para rechazar el proyecto (entre los cuales destacaron Provoste y Montes), estuvo el de que implicaba una “excesiva escolariza­ción”. Al margen de que probableme­nte esa era una materia susceptibl­e de corregir con buena voluntad, propongo una alternativ­a que cumpliría con ese requisito. Se trata de usar en Chile el sistema ampliament­e usado en Europa y otros países desarrolla­dos (especialme­nte Francia y Canadá), que es el cuidado compartido de hijos en sus casas por personas certificad­as por el Estado. Se realiza en grupos pequeños, que pueden ser de 4 a 6 niños que son vecinos o viven tan cerca como para trasladars­e a pie. Esta modalidad puede ser una valiosa fuente de empleo para mamás criando, o abuelas que han sido profesoras y que ahora están jubiladas. Obtendrían así un ingreso extra por sobre sus bajas pensiones y aprovechar­ían espacio disponible en sus casas después de la partida de los hijos. Esto ya se ofrece en Chile, pero para familias de altos ingresos (playgroup o homeschool­ing). Espero que algún candidato presidenci­al lo promueva.

Ernesto Tironi B.

Fundación Educaciona­l Master7

Hoy, el 97% de los niños ya asiste a ese curso y solo el 3% no está incorporad­o. Hay que aclarar que nadie está en contra de que todos asistan y aprendan, como se ha tratado de instalar en los medios, pues existe consenso absoluto sobre que es necesario equiparar cobertura y calidad.

Durante su tramitació­n se constató que la obligatori­edad es una respuesta insuficien­te para garantizar la inclusión de ese porcentaje ausente que todos queremos integrar. Lo que hace es obligar sin asegurar condicione­s para el acceso y permanenci­a, ni mejoras significat­ivas en los estándares de calidad para los cursos actuales. Se argumenta que la obligatori­edad disminuirí­a el ausentismo crónico, pero ¿cómo podría incrementa­rse la asistencia sin cambios evidentes que modifiquen ese comportami­ento? Por ejemplo, se mantiene ratio de 45 niños por aula (uno de los más altos del mundo), no hay avances para cambiar el sistema de financiami­ento, no se altera el hecho de que solo algunos tengan derecho a alimentaci­ón en un mismo curso y no hay medidas para evitar la sobre-escolariza­ción. Estos son parte de los temas de fondo.

Entonces, ¿cuál sería el real aporte de la obligatori­edad en un nivel que, en la práctica, ya es asumido por la gran mayoría de las familias? Escaso, en realidad, al no asegurar condicione­s efectivas para aquellos niños que no asisten, ni mejorarlas para la mayoría que asiste. Por ello, los países desarrolla­dos han sido extremadam­ente cautelosos en adoptar esta medida.

En síntesis, el proyecto a pesar de los avances solo cumpliría con un mandato constituci­onal, sin constituir una apuesta ambiciosa que incluya políticas más robustas para reactivar la agenda en la primera infancia.

M. Isabel Díaz

Educadora

Ex subsecreta­ria de Educación Parvularia

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