Chile contradictorio
Luego de haber fracasado en sus anticipos para las elecciones recientes, tanto las del mes pasado como las de segunda vuelta de gobernadores regionales, ahora los analistas políticos intentan laboriosamente desentrañar los ejes o las grandes directrices de la voluntad ciudadana. El desafío es arduo y la verdad es que no está fácil. Y no solo porque sea mucha la competencia, sino básicamente porque los chilenos votamos de una manera para elegir concejales, de otra para elegir alcaldes, de una muy distinta para elegir constituyentes y de otra que no tiene nada que ver con las anteriores para elegir gobernadores.
Es verdad que los veredictos ciudadanos están muy contaminados en cada caso por el sistema electoral que rija respecto de la autoridad o autoridades que estemos eligiendo. Es verdad también que, en el caso de los alcaldes, que son más cercanos a la gente y están en mayor contacto con la base social, el carácter o los atributos personales gravitan mucho más que los partidos o las sensibilidades políticas que representen. Pero ni aun considerando eso, y ni siquiera dejando un margen adicional para los lamentables niveles de la cultura cívica del país, el cuadro termina por cerrar. Está difícil interpretar o establecer para adónde va la voluntad nacional. Y lo más probable es que el problema no sea solo hermenéutico o de interpretación. El asunto podría ser más serio, porque tal vez los chilenos, como sociedad, no tenemos la menor idea para dónde vamos ni tampoco hacia dónde queremos ir.
Este vacío, que obviamente es dramático y que va mucho más allá de los mecanismos electorales específicos de cada elección, es lo que explica las asimetrías e incongruencias que se observan. ¿Por qué un partido como la DC prácticamente desaparece de la Convención Constituyente, pero que, sin embargo, sigue respirando bastante bien en alcaldes y concejales, termina renaciendo como el ave Fénix en la elección de gobernadores? ¿Por qué la derecha parece haberse ido al diablo, no obstante que, en principio al menos, más por las sensaciones térmicas que transmite el cuadro político que por las encuestas -que están siendo, dicho sea de paso, muy poco confiablessus posibilidades para la elección presidencial no están completamente descartadas? ¿No hay acaso una abierta contradicción en todo esto?
Estas no son las únicas incongruencias que nos van a acompañar en los próximos meses, y por mucho tiempo. Hay otras. Por de pronto, vamos a tener que acostumbrarnos a funcionar en la práctica con dos Parlamentos, entre otras cosas porque una no desdeñable fracción de los constituyentes todavía no termina por entender que lo suyo es redactar una nueva Constitución y no andar legislando para construir un país a la pinta de ellos. Al margen de eso, obviamente veremos cortocircuitos entre la instancia constitucional y la legislativa. Hasta aquí, la actual mayoría parlamentaria no tiene otra cosa que flores para referirse a los equilibrios que se impusieron en la convención. Pero llegará el día en que las flores se marchiten por efecto de la competencia, de la defensa de las prerrogativas de una y otra instancia de poder y porque sería muy raro que un cuerpo político termine inmolándose a favor de otro por bolitas de dulce.
Como el país no sabe muy bien ni lo que tiene ni lo que quiere, y como está llamado a decidir nada menos que la composición de la próxima legislatura y la identidad del próximo Presidente de la República, la clase política en estos momentos debiera estar trabajando a toda máquina para facilitarle al electorado las opciones que tendrá que tomar. Sí, es lo que debiera. Pero es lo que no ha estado haciendo. El hecho de que el balotaje de los gobernadores haya movilizado a menos del 20% del padrón electoral es una vergüenza y revela que ni los partidos ni los candidatos se quemaron las pestañas inventando maneras creativas de llegar con sus mensajes a la gente o de movilizarla a votar. Desde que comenzó a regir el voto voluntario, lo más fácil parece ser hablarles solo a las tribus incondicionales, ignorando al resto, porque eso basta para asegurar un escaño. Es lo que se instaló a partir de la voluntariedad del voto y es un efecto que, al parecer, no estaba en el libreto de nadie.
Puesto que volvieron a reaparecer los viejos tres tercios de la política chilena, la gran pregunta es cuál de ellos será el menor y quedará, en consecuencia, debajo de la mesa, al menos en la elección presidencial, puesto que la segunda vuelta asegura que a La Moneda no entre nadie que no tenga por lo bajo la mitad más uno de los votos escrutados. Eso no es en sí una gran garantía de gobernabilidad, pero sí lo es de legitimidad, lo cual no es poca cosa en los días que corren.
Tendremos, pues, un Presidente o Presidenta elegido por mayoría y en muchos casos como mal menor. Ella o él tendrán que vérselas con un Parlamento fragmentado y una convención transmitiendo en su propia sintonía contra cualquier autoridad que no sea la suya. Lo sabíamos: ya era difícil gobernar antes. Ahora será casi imposible.