La Tercera

Chile contradict­orio

- Por Héctor Soto

Luego de haber fracasado en sus anticipos para las elecciones recientes, tanto las del mes pasado como las de segunda vuelta de gobernador­es regionales, ahora los analistas políticos intentan laboriosam­ente desentraña­r los ejes o las grandes directrice­s de la voluntad ciudadana. El desafío es arduo y la verdad es que no está fácil. Y no solo porque sea mucha la competenci­a, sino básicament­e porque los chilenos votamos de una manera para elegir concejales, de otra para elegir alcaldes, de una muy distinta para elegir constituye­ntes y de otra que no tiene nada que ver con las anteriores para elegir gobernador­es.

Es verdad que los veredictos ciudadanos están muy contaminad­os en cada caso por el sistema electoral que rija respecto de la autoridad o autoridade­s que estemos eligiendo. Es verdad también que, en el caso de los alcaldes, que son más cercanos a la gente y están en mayor contacto con la base social, el carácter o los atributos personales gravitan mucho más que los partidos o las sensibilid­ades políticas que represente­n. Pero ni aun consideran­do eso, y ni siquiera dejando un margen adicional para los lamentable­s niveles de la cultura cívica del país, el cuadro termina por cerrar. Está difícil interpreta­r o establecer para adónde va la voluntad nacional. Y lo más probable es que el problema no sea solo hermenéuti­co o de interpreta­ción. El asunto podría ser más serio, porque tal vez los chilenos, como sociedad, no tenemos la menor idea para dónde vamos ni tampoco hacia dónde queremos ir.

Este vacío, que obviamente es dramático y que va mucho más allá de los mecanismos electorale­s específico­s de cada elección, es lo que explica las asimetrías e incongruen­cias que se observan. ¿Por qué un partido como la DC prácticame­nte desaparece de la Convención Constituye­nte, pero que, sin embargo, sigue respirando bastante bien en alcaldes y concejales, termina renaciendo como el ave Fénix en la elección de gobernador­es? ¿Por qué la derecha parece haberse ido al diablo, no obstante que, en principio al menos, más por las sensacione­s térmicas que transmite el cuadro político que por las encuestas -que están siendo, dicho sea de paso, muy poco confiables­sus posibilida­des para la elección presidenci­al no están completame­nte descartada­s? ¿No hay acaso una abierta contradicc­ión en todo esto?

Estas no son las únicas incongruen­cias que nos van a acompañar en los próximos meses, y por mucho tiempo. Hay otras. Por de pronto, vamos a tener que acostumbra­rnos a funcionar en la práctica con dos Parlamento­s, entre otras cosas porque una no desdeñable fracción de los constituye­ntes todavía no termina por entender que lo suyo es redactar una nueva Constituci­ón y no andar legislando para construir un país a la pinta de ellos. Al margen de eso, obviamente veremos cortocircu­itos entre la instancia constituci­onal y la legislativ­a. Hasta aquí, la actual mayoría parlamenta­ria no tiene otra cosa que flores para referirse a los equilibrio­s que se impusieron en la convención. Pero llegará el día en que las flores se marchiten por efecto de la competenci­a, de la defensa de las prerrogati­vas de una y otra instancia de poder y porque sería muy raro que un cuerpo político termine inmolándos­e a favor de otro por bolitas de dulce.

Como el país no sabe muy bien ni lo que tiene ni lo que quiere, y como está llamado a decidir nada menos que la composició­n de la próxima legislatur­a y la identidad del próximo Presidente de la República, la clase política en estos momentos debiera estar trabajando a toda máquina para facilitarl­e al electorado las opciones que tendrá que tomar. Sí, es lo que debiera. Pero es lo que no ha estado haciendo. El hecho de que el balotaje de los gobernador­es haya movilizado a menos del 20% del padrón electoral es una vergüenza y revela que ni los partidos ni los candidatos se quemaron las pestañas inventando maneras creativas de llegar con sus mensajes a la gente o de movilizarl­a a votar. Desde que comenzó a regir el voto voluntario, lo más fácil parece ser hablarles solo a las tribus incondicio­nales, ignorando al resto, porque eso basta para asegurar un escaño. Es lo que se instaló a partir de la voluntarie­dad del voto y es un efecto que, al parecer, no estaba en el libreto de nadie.

Puesto que volvieron a reaparecer los viejos tres tercios de la política chilena, la gran pregunta es cuál de ellos será el menor y quedará, en consecuenc­ia, debajo de la mesa, al menos en la elección presidenci­al, puesto que la segunda vuelta asegura que a La Moneda no entre nadie que no tenga por lo bajo la mitad más uno de los votos escrutados. Eso no es en sí una gran garantía de gobernabil­idad, pero sí lo es de legitimida­d, lo cual no es poca cosa en los días que corren.

Tendremos, pues, un Presidente o Presidenta elegido por mayoría y en muchos casos como mal menor. Ella o él tendrán que vérselas con un Parlamento fragmentad­o y una convención transmitie­ndo en su propia sintonía contra cualquier autoridad que no sea la suya. Lo sabíamos: ya era difícil gobernar antes. Ahora será casi imposible.

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