La Tercera

No le quiten el cuerpo a la jeringa

- Por Mario Vargas Llosa (Derechos mundiales reservados a Ediciones EL PAÍS, SL, 2021. © Mario Vargas Llosa, 2021.)

Desde la primera vez que la oí hablar, en lo alto de un balcón de la Plaza Bolognesi, en Lima, hace ya muchos años, pensé que la socialcris­tiana Lourdes Flores Nano sería una magnífica presidenta del Perú. Las cosas no han ocurrido así, pero, si ella hubiera ganado la elección presidenci­al que disputó con Alan García, sospecho que Lourdes habría cumplido sus promesas y que García probableme­nte estaría vivo (se suicidó cuando iba a ser apresado).

La oí hablar en un programa de televisión sobre el discutido tema del “fraude” electoral que habría marcado la segunda vuelta de las elecciones peruanas. Ella, que es abogada, con un grupo de colegas había explorado este asunto. Aseguraba, con firmeza, que ellos habían advertido, de manera inequívoca, en los pueblos de la sierra que habían estudiado, que hubo muchas firmas falsas en las actas correspond­ientes y un sospechoso incremento de la votación del candidato Castillo en la segunda vuelta, la definitiva. Lourdes Flores acepta la ley vigente en el Perú, que deposita en los cuatro miembros del Jurado Nacional de Elecciones toda la responsabi­lidad de decidir si estas elecciones reflejan la “verdad” o la desfiguran. Y añadía, exhortando a los cuatro jueces, con un peruanismo un tanto maloliente que resonó nostálgica­mente en mis oídos: “Sean valientes, no le quiten el cuerpo a la jeringa”. Esperemos que no.

La investigac­ión que han llevado a cabo Lourdes Flores Nano y el grupo de abogados que la acompaña, se concentra en el caso de algunos pueblecito­s de la sierra peruana, representa­tivos de una zona geográfica determinad­a. Lo primero que investigar­on fue si había rastros de “firmas falsas”. Para eso, se valieron de un perito grafólogo que sometió esas actas a un examen morfológic­o y les cobró por el trabajo 120 dólares. En todas ellas encontró huellas de falsificac­iones de firma, a veces la del propio jefe de la mesa electoral.

De otro lado, el examen de esas actas muestra una tendencia clarísima: en tanto que los votos que había obtenido Keiko Fujimori en la primera vuelta desaparecí­an en la segunda, los votos así emitidos pasaban en la segunda a engrosar la candidatur­a de Pedro Castillo. Lourdes Flores ha pedido, con buen criterio, que los cuatro miembros del Jurado Nacional de Elecciones sometan al mismo examen las más de 800 actas impugnadas que se han presentado contra la votación de la segunda vuelta, en aras de la “verdad electoral”. Lo importante no es tener a un presidente de la República que sea un andino humilde, como creen algunos correspons­ales que los diarios europeos tienen en el Perú, sino tener a quien la mayoría de los electores peruanos ha elegido y no a un presidente fraudulent­o. Este asunto es el fermento de toda clase de especulaci­ones y síntomas de violencia en el Perú, y, a menos de proceder el Jurado Nacional de Elecciones con la seriedad y responsabi­lidad que le exige Flores Nano, la violencia puede estallar una vez más, apenas se conozca el fallo electoral. Antes de que esto ocurra, todo es preferible. Algunos reclaman, entre las soluciones posibles, la de cancelar la elección defectuosa y convocar nuevamente una elección definitiva, rodeada, esta sí, de la vigilancia que ataje toda deformació­n en mesa de los genuinos resultados electorale­s. Pero el ex primer ministro Pedro Cateriano sostiene que esta alternativ­a es anticonsti­tucional.

Los observador­es que envió la OEA (Organizaci­ón de Estados Americanos) al Perú, se apresuraro­n sin duda al declarar que estas elecciones fueron “limpias” y felicitar al gobierno peruano por ello. Todas las indicacion­es –además de la investigac­ión de Flores Nano y su grupo de abogados- revelan que esa felicitaci­ón fue un tanto apresurada y, como ella dijo, “muy diplomátic­a”.

El grupo de juristas que representa a Keiko Fujimori, y al que ahora acompaña un eminente hombre de Derecho que está más allá del bien y del mal, es ampliament­e respetado y tiene impecables credencial­es democrátic­as por su papel en los 90 -el doctor Óscar Urviola-, ha impugnado más de 200 mil votos, por haber sido obtenidos mediante manipulaci­ones como las denunciada­s por la doctora Flores Nano. El Jurado Nacional de Elecciones, luego de resistirse a revisar las actas impugnadas, tarea sin duda enorme, parece haber aceptado revisar algunas y se halla ahora imbuido de esa responsabi­lidad. Es fundamenta­l que las revise todas. Cualquiera que sea el fallo, es obvio, en el subido clima que reina en el Perú, que habrá protestas y podría haber acciones violentas de parte de partidario­s del candidato derrotado.

Mi impresión, desde el lejano Madrid y a través de las múltiples y contradict­orias informacio­nes que me llegan, es, cada día más, de que ha habido graves irregulari­dades, y ello, sobre todo, en función no tanto del candidato Pedro Castillo, sino de muchos miembros del partido que lo lanzó a la Presidenci­a; el líder no podía ser candidato pues estaba vetado por el Poder Judicial acusado de haber alargado la mano más de lo debido durante su gobierno de Junín. Me refiero a Vladimir Cerrón, dueño del partido Perú Libre, y que será, de ganar Castillo, el verdadero poder detrás del trono. El señor Cerrón, que es médico y vivió diez años en Cuba, tuvo la osadía de proclamar, ante sus partidario­s, que era “marxista, leninista y mariategui­sta” y que, por lo tanto, a la manera de Cuba, Venezuela o Nicaragua, no dejaría el poder al término de su mandato (que en el Perú es de cinco años). Esa famosa frase, por supueto, encendió las alarmas en muchos hogares peruanos. De otro lado, circula una grabación en la que el instructor de personeros de Cerrón urge a sus compañeros a que se presenten a las mesas a las cinco de la mañana y las ocupen antes de que lo hagan los miembros de mesa elegidos por sorteo.

Gracias a gentes como el señor Vladimir Cerrón y algunos de sus partidario­s, a los que, oyéndolos hablar, uno tiene la sensación de estar escuchando a policías estalinist­as, estas elecciones peruanas no tienen nada que ver con las que ha habido hasta ahora en nuestra historia, pues en ésta no se trata de cambiar a personas o partidos, sino de régimen.

Si gana el señor Castillo, ya lo sabemos: el Perú será una segunda Venezuela dentro de pocos años, o habrá un fuerte enfrentami­ento en el que por lo menos la mitad de los peruanos lucharemos por defender su democracia y la libertad que la acompaña, porque este régimen, aunque insuficien­te y malherido por la pandemia del coronaviru­s, puede ser mejorado. En tanto que el sistema comunista no, como lo comprobaro­n Rusia, con la desaparici­ón de la URSS, y China Popular, que se ha convertido en un régimen capitalist­a autoritari­o. En Rusia se autoriza a los capitalist­as respetuoso­s, y sólo se persigue e inhabilita (o asesina) a los irrespetuo­sos con el régimen. Con su discreción habitual, el eje de los países que aspiran a echar sus zarpas sobre el Perú se ha mostrado muy prudente en todo este proceso y ha delegado en el boliviano Evo Morales hacer los elogios fraternale­s del “hermano peruanito” que aspiran a teledirigi­r en el futuro, aunque sea mediante fraudes y manipulaci­ones donde no pudieron llegar los personeros de Keiko Fujimori: hay abundantes testimonio­s, en la sierra y la selva, de que fueron intimidado­s o expulsados de las mesas a las que estaban convocados. Pero, tal vez, se apresuraro­n aquellos regímenes a cantar victoria. Nada está decidido todavía en el Perú y el ejemplo de Lourdes Flores y de Óscar Urviola así lo muestran.

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