La Tercera

LEGITIMIDA­D Y COERCIÓN

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SEÑOR DIRECTOR

Vivimos una crisis de legitimida­d profunda, enraizada en una corrupción política de carácter sistémico, que hoy se manifiesta en la marginaliz­ación de la mayoría de la política electoral. Mientras solo la mitad de la ciudadanía votó en el plebiscito que iniciaría formalment­e el proceso constituye­nte, solo un 43% eligió a quienes redactarán la nueva Constituci­ón. El proceso, visto desde un punto de vista procedimen­tal, tiene una legitimida­d precaria que afectará la legitimida­d de la nueva Constituci­ón, independie­nte de su contenido.

Hay quienes quieren tapar esta crisis haciendo del voto un deber legal. Pero la legitimida­d no se obtiene con coerción.

Se dice que el voto voluntario tiene sesgo de clase, ya que quienes tienen menos tienden a no votar. Si el anhelo de la inclusión de los sectores populares es genuino, entonces hay que pensar en ir más allá del voto hacia otras formas de participac­ión con incentivos materiales adecuados. En Atenas, la cuna de la democracia, solo cuando se instauró el pago por asistencia a la asamblea pudieron las clases trabajador­as dedicar el tiempo necesario para ejercer sus derechos políticos.

La participac­ión política del pueblo plebeyo — quienes gozan de facto de una ciudadanía de segunda clase— demanda no solo una remuneraci­ón básica, sino que también recursos para cuidado de dependient­es, para que las mujeres (jefas de hogar del 78% de las familias de escasos recursos) puedan participar en igualdad de condicione­s en cabildos deliberati­vos y así ejercer el derecho político a informarse y a decidir responsabl­emente sobre las reglas básicas de la vida en común.

Camila Vergara

Dra. en Teoría Política

Investigad­ora Columbia Law School

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