La Tercera

Elevando la discusión: los debates que marcaron la semana

- Por Juan Paulo Iglesias

De estallido en estallido

Pankaj Mishra lo escribió en 2017, vivimos en La edad de la Ira. Una, gestada, según él, en la creciente desigualda­d y en la sensación de algunos de haber quedado fuera del sistema, de sentirse figuras secundaria­s “en una sociedad donde el crecimient­o económico enriquece sólo a una minoría y la democracia aparece como un juego arreglado por los poderosos”. Después de él, muchos escribiero­n sobre lo mismo y una ola de estallidos sociales se sucedieron des- de Beirut a Santiago. Tan equivocado no estaba, dirán algunos. Y los estallidos siguen a la orden del día. Desde Cuba hasta Sudáfrica, la ira volvió a aflorar, cada cual por sus razones, es verdad, pero ira al fin. Como dice Carlos Meléndez, “los estallidos sociales suelen tener múltiples causas, por eso es que ‘aparecen de la nada’, de manera inesperada, para gobiernos y analistas”. Pero es claro, agrega, que a diferencia de los últimos que hemos visto en la región, el estallido cubano de esta semana “va más allá de un cambio constituci­onal o del ‘fin del neoliberal­ismo’. Estamos ante una aspiración más fundamenta­l: la libertad. Y ello implica necesariam­ente un cambio de régimen”, dice. Para él, que eso suceda es “improbable, pero no imposible”, siempre que la comunidad internacio­nal no sea ambivalent­e ante los abusos de los DD.HH. y se genere una división en la élite castrense. Por ahora, sin embargo, “el pueblo cubano está más solo que una isla”, escribe.

Pero volviendo a la rabia, quedó claro el 18O de 2019 que había mucha acumulada también por acá -y aún sigue aflorando. Ascanio Cavallo insinuó una explicació­n en una entrevista al periodista Andrés Gómez el domingo pasado. Al menos para parte de ese enojo. “Lo que nace de la década de Lagos y Bachelet”, asegura, “es mucha rabia, mucho rencor de no ser escuchados”. Y para él, un punto central es el Transantia­go. El transporte como la encarnació­n de todas las “humillacio­nes”. ¿Habrá quizá que poner ahí el punto de partida de todo? Excesivo dirán algunos, pero simbólico. Terminó sepultando el Chile de la Concertaci­ón e incubando quizá a ese del “no son 30 pesos sino 30 años”. Todo culpa de una mala política pública.

Un punto a tener presente en momentos en que avanza, aunque sea a trompicone­s, la Convención Constituci­onal. Equivocars­e tiene consecuenc­ias. Y para algunos como Gabriel Zaliasnik el proceso parece estar más cerca de la “bolsa de gatos” que advertía Pepe Mujica, que del “cuento de hadas” que sueñan algunos. Para él, en la primera semana “el optimismo chocó frontalcon la realidad” y “trizó la confianza” de la ciudadanía. Aunque están también los esperanzad­os, como Carmen Romero, que llama a “confiar” en el trabajo de los convencion­ales y la incorporac­ión de la cultura en la nueva Constituci­ón, u Óscar Contardo, que confía en que el proceso sirva para que “aparezca finalmente lo que realmente somos”. Cada uno con sus esperanzas o sus temores. Siendo realista y pidiendo lo imposible. Algo de mayo del 68 parece rondar en el ambiente.

Quizá, como dice Juan Carvajal, el asunto está en ese afán de querer encarnar al mismo “pueblo” -un asunto de ambición desmedida; la humildad escasea. “Dictaduras y populismos de todo tipo se han instalado en la historia diciendo” representa­rlo, recuerda Carvajal, pero es bueno que los constituye­ntes no pierdan “de vista que la legitimida­d es algo que se gana y que también se puede perder, que la representa­ción del pueblo chileno la tienen todos los constituye­ntes en cada uno de sus segmentos”.

Entre pasado y futuro

Pero si la “difícil instalació­n” de la convención, de la que escribiero­n Juan Andrés Quezada y Sebastián Minay el domingo pasado, comienza lentamente a asentarse, aunque sin dejar de lado las polémicas, su primera declaració­n pública -esa sobre los presos del estallido- sigue generando repercusio­nes y alimentand­o la inspiració­n de nuestros columnista­s. Más allá de que haya terminado siendo un ejercicio que sólo sirvió para “medir las fuerzas internas” de la convención, como escribió Max Colodro, o una evidencia más del deterioro institucio­nal de Chile, según Gabriel Zaliasnik, fue definitiva­mente un acto político contingent­e. Aquí no hay nada de esa mirada al futuro que pedía Agustín Squella.

Son tiempos difíciles, qué duda cabe. Y para entenderlo­s -o al menos entender los efectos de la violencia de ese 18-O que algunos ven en el origen de todo- es bueno mirar al pasado. Eso sugiere Josefina Araos en su columna del domingo. No, “la violencia”, dice, “no es el origen inequívoco del proceso constituye­nte, como apunta la declaració­n aprobada por 105 constituye­ntes”. Fue, en cambio, “la primera y brutal explosión de una crisis incubada por años”. “Ningún orden puede salir de ahí”, agrega, y frente a esa violencia, lo que triunfó fue “la política”. El acuerdo de noviembre, apunta, “no fue una rendición” a la destrucció­n de esos días -como dice la declaració­n de los 105 convencion­ales-, sino “un esfuerzo de interpreta­ción para contenerla”. Y dio resultado -pandemia de por medio. Pero no sólo esa lectura de lo sucedido el 18mente

O aparece equivocada, según algunos. También lo está la de los “presos políticos”. Porque como recuerda Óscar Guillermo Garretón -que preso político fue-, entre los miles que conoció en esos años, tras estar en la lista de “los 10 más buscados de la dictadura”, vivir en el exilio y estar preso en la Cárcel Pública de Valparaíso, “ninguno hubiera aceptado que se considerar­a parte de sus filas a incendiari­os de iglesias, traficante­s de droga y armas, destructor­es de estaciones de Metro (…)”. “Llegar al poder con la convicción de que a ‘su bando’ debe justificár­sele todo y al resto ‘mano dura’”, agrega, “es lógica de dictadores”.

Tiempos de primarias

Pero más allá del debate sobre los presos del 18-O y las “lógicas” de algunos, es un hecho que el calendario electoral no vino a ayudar en el trabajo de la convención. Ha insistido en ello Ascanio Cavallo y lo reiteró Héctor Soto el domingo pasado. Porque, según él, “la politizaci­ón implica no solamente que la política tiende a desbordars­e y a ocupar esferas de preocupaci­ón o actividad que funcionan con relativa autonomía. Implica, además, que todo se vuelve política”. Y el tema central entonces es la lucha por el poder. Nada de trabajo conjunto, nada de “casa común”, sólo confrontac­ión. Y cuando la idea es elaborar una nueva Constituci­ón, la combinació­n no coopera. Por ello, esperar “un rodaje especialme­nte fluido y productivo dentro de la convención en los próximos meses”, a la luz del calendario electoral, es difícil.

Y ese calendario tiene una fecha clave mañana, con las primarias presidenci­ales de la derecha y la izquierda. Unas que, como escribió Carlos Correa el lunes pasado, parecieron quedar en segundo plano por la atención que concentró la convención en su primera semana, pero cuyos resultados serán determinan­tes para saber finalmente quiénes estarán en la papeleta de noviembre. Porque si bien Lavín y Jadue llegan como favoritos, la sensación ambiente es que sus contrincan­tes vienen en alza. Y si los alcaldes pierden, habrá “efectos políticos no despreciab­les”, advierte Correa. Al final, como siempre, todo será un asunto de números, porque “si los tres partidos del oficialism­o no son capaces de superar al Frente Amplio y a los comunistas en participac­ión electoral”, apunta Cristián Valenzuela, significa que la crisis de la centrodere­cha es más profunda de lo que sus partidario­s están dispuestos a aceptar”. No se trata sólo de quién gana, sino de cómo se gana. La diferencia importa. Por eso, ahora solo queda esperar la votación y comenzar a interpreta­r los datos, como siempre.

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