La Tercera

Diálogo social para la nueva organizaci­ón del trabajo

- Eduardo Abarzúa Decano Facultad de Economía y Negocios Universida­d Alberto Hurtado

Hemos visto durante este último tiempo múltiples iniciativa­s del Poder Legislativ­o o del Ejecutivo para regular la organizaci­ón del trabajo, como la jornada laboral o la distribuci­ón de ésta, como es el sistema 4x3 ampliament­e utilizado en el sector minero; las últimas normativas relacionad­as con la implementa­ción del sistema de teletrabaj­o, que ha sido utilizado por un 95,3% de las empresas (ACHS, 2020), o propuestas de distribuir los días feriados como vacaciones a utilizar en común acuerdo entre el empleador y los trabajador­es. Al mismo tiempo, se ha tenido que legislar sobre un permiso especial para acceder a los programas de vacunación dispuestos por la autoridad sanitaria, dado que algunos empleadore­s no otorgaban las facilidade­s del caso hace algunas semanas atrás.

Da la impresión que la discusión no incorpora la complejida­d de las formas de empleo y trabajo que se despliegan en nuestra economía y tampoco la perspectiv­a de los diferentes actores laborales. Casi todas las discusione­s e ideas de reforma tienen de referencia una imagen simplifica­da del trabajo, aquel que se desempeña de manera presencial, con supervisió­n directa, igualdad de poder entre las partes y con salarios atractivos. Sin embargo, la realidad de Chile es diferente: el 66,5% de quienes trabajan perciben ingresos inferiores o iguales a $550.000 mensuales y solo un 7,1 % percibe salarios de 1,5 millones o más. Y ni hablar de la asimetría de poder y la ausencia de diálogo social entre las partes o algún rol del Estado en la materia.

En el actual contexto socioeconó­mico y de relaciones laborales, iniciativa­s que parecen correctas y modernizad­oras, como la flexibilid­ad de las jornadas y el teletrabaj­o, pueden significar, paradojalm­ente, la intensific­ación de las jornadas, el aumento del doble trabajo, una mayor precarizac­ión del empleo y el sufrimient­o de las personas. Es cierto, en una gran parte del mercado laboral hace falta fijar mínimos que configuren auténticas relaciones de trabajo: contratos escritos, sueldo mínimo, limitar jornadas, establecer descansos, fijar permisos para necesidade­s básicas, etc. Es hora de preguntarn­os si el camino normativo, cuyo conflicto asociado se expresó durante dos décadas a través de la judicializ­ación en tribunales y la Dirección del Trabajo, tiene la posibilida­d de abordar los múltiples y crecientes cambios en el trabajo, consideran­do los tiempos legislativ­os limitados, producto de las múltiples demandas de la ciudadanía y el encaje futuro de la legislació­n a la potencial nueva Constituci­ón que redefinirá la relación entre el Estado, el mercado y la sociedad civil.

Por supuesto, la reducción progresiva de la jornada laboral es un tema mundial que ninguna nación puede sustraerse, ya que pone al centro la mejora en las condicione­s de vida de las personas y la disponibil­idad de empleos en una sociedad digital. Dicha discusión requiere, como demuestra la experienci­a comparada, un amplio proceso de diálogo social de los actores laborales representa­tivos como única manera de incorporar la heterogene­idad de nuestro mercado laboral. Con ese contexto también resultará posible construir una transición justa frente a los desafíos de transforma­ción y reducción de empleos que genera la llamada cuarta revolución industrial.

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