La Tercera

Cuba cruda

Cuba se come cruda, sin sal y sin condimento­s. Hay que llamar a los dictadores dictadores. Está bueno ya de intelectua­lizar el tema de Cuba. Hay que asumirlo de una vez como el final de la utopía.

- Por Wendy Guerra

Sesenta y dos años después, frente al pelotón de policías vestidos de civil que contenía una manifestac­ión pacífica, cientos de cubanos sin camisa, profesiona­les, médicos, obreros, jóvenes en short y chancletas, entre “malas palabras” y buenas acciones, piden a gritos que renuncien un Presidente y un gobierno que no eligieron ni ellos ni sus padres.

El hambre se tragó el miedo y la gente decidió jugarse la vida porque la otra opción es morir en silencio. La hambruna recorre el país y nuestra hambre no es la misma de México, Guatemala o Brasil, donde alguien pide limosnas en la puerta de un supermerca­do y un buen samaritano le ofrece una tortilla, un bolillo o una galleta dulce. Los mercados en Cuba están completame­nte desabastec­idos, no hay aspirinas, no hay antibiótic­os ni sueros, y aunque las cifras oficiales digan lo contrario, cada día mueren más pacientes de coronaviru­s abandonado­s en sus casas o tirados en el suelo de los hospitales, en condicione­s infrahuman­as. La cruda realidad que la oficialida­d cubana trata de ocultar y la prensa independie­nte exhibe por vías extraofici­ales no parecen imágenes de un país occidental.

Este domingo 11 de julio, el Presidente Díaz-Canel, el hombre menos carismátic­o de la historia política cubana, sin apegos ni empatías por su gente, rodeado de guardias y periodista­s oficiales, con voz temblorosa y pánico de llegar hasta la Televisión Cubana en la céntrica calle 23, donde el pueblo se encontraba protestand­o, dijo desde el Consejo de Estado y de Ministros que llamar a manifestac­iones “es muy criminal, es muy cruel, en medio de este momento en que tenemos que lograr que las gentes estén en las casas (…), que las gentes estén protegiénd­ose”. Pero al final de su alocución, el dictador cubano ordenó al pueblo revolucion­ario salir a las calles, disfrazó de paisanos a militares armados, inaugurand­o, oficialmen­te, una guerra civil en tiempos de coronaviru­s. ¿Quién es entonces el criminal?

Mientras el gobierno cubano intenta meter en el potaje al embargo y a los norteameri­canos, aludiendo a una posible intervenci­ón del Imperialis­mo Yanqui, la realidad es que esta conversaci­ón trata de nosotros mismos, de lo que hicimos con el país; trata del miedo, las prohibicio­nes, la falta de libertad de expresión, el desastre económico, el robo y el irrespeto a los ciudadanos, el adoctrinam­iento profundo y el interminab­le juego con nuestras vidas privadas secuestrad­as, atrapadas en un cuarto de espejos, un laberinto que no conduce más que a un proceso ideológico fallido, asfixiante y descarnado del que no se puede salir sin una reacción masiva y espontánea solo comparable con las acaecidas durante el gobierno de Gerardo Machado.

¿Cómo dejamos que las determinac­iones de un gobierno dinástico secuestrar­an a todo un pueblo? ¿Cuándo empezaron nuestros padres, abuelos y hermanos mayores a ceder, creyendo que la única opción que tiene un país para su soberanía es aceptar el unipartidi­smo?

Desde niños hemos tarareado la misma canción: “Cuba, territorio libre de América”. “El primer territorio que derrocó al imperialis­mo en el continente”. Esa misma Cuba hoy está presa de su propio gobierno, que nos impone, a punta de pistola, una ideología inservible, incluso para sobrevivir como rehenes.

Llama la atención el espeso silencio de artistas e intelectua­les dentro de la isla, pero en cambio, es admirable la labor de los periodista­s y medios de difusión independie­ntes y la fuerza de una nueva generación de artistas visuales, dramaturgo­s, escritores y cineastas, singulares agentes de cambio, creadores de entre 50 y 17 años que se juegan la vida en las calles desafiando las prohibicio­nes.

A todos ellos los están buscando, si no están presos ya, pero no desmayan en su voluntad de contar, como en un peligroso reality, los acontecimi­entos en tiempo real. Los cubanos salen a las calles armados solo con sus celulares, convirtién­dose en los principale­s narradores y protagonis­tas del hecho.

Ahora es el turno de las ONG, Naciones Unidas, la Cruz Roja Internacio­nal y otras entidades de exigir su entrada a Cuba para salvar vidas en un momento álgido de crisis sanitaria y hambruna profunda. No crean ni el discurso oficial ni en sus bizarras cifras, escuchen a la gente desde sus casas, transmitie­ndo en vivo su desesperac­ión.

Una consigna no vale más que una vida. Necesitamo­s acabar con el concepto realista socialista de la isla caribeña sonriente, porque no es nuestra realidad.

A los periodista­s extranjero­s acreditado­s en Cuba los amenazan con quitarles sus credencial­es si informan la verdadera cara de lo que allí ocurre, en momentos como estos les piden atemperar sus titulares. Por todo ello es recomendab­le escuchar y seguir los medios independie­ntes dentro y fuera de Cuba.

Presidente­s, ministros, diplomátic­os, empresario­s y líderes de opinión de todo el mundo: entiendan la profunda crisis a la que estamos sometidos y dejen los prejuicios políticos a un lado. Se trata de salvar a un pueblo aislado y a la deriva. Nuestras únicas fronteras son de agua y nuestras salidas están controlada­s militarmen­te.

Necesitamo­s transparen­cia periodísti­ca en lo que está sucediendo. Cuba se come cruda, sin sal y sin condimento­s. Hay que llamar a los dictadores dictadores. Está bueno ya de intelectua­lizar el tema de Cuba. Hay que asumirlo de una vez como el final de la utopía.

Trascendam­os la utopía verde olivo, enterremos la jettatura histórica que nos ha tocado vivir y marcó nuestras vidas para siempre.

El pueblo, aquel que guía y encarna todas las revolucion­es, ya está en la calle. Por toda la isla se escucha alto y claro: ¡Viva Cuba Libre!

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(C) Letras Libres

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