La Tercera

Allende Baradit

Investigad­or del IES.

- Por Pablo Ortúzar

La inauguraci­ón de la Convención Constituci­onal fue pródiga en símbolos. Pero ninguno fue más desconcert­ante que el del novelista Jorge Baradit portando la pluma del Presidente Salvador Allende, prestada por la familia de este último. “Entrega un mandato claro”, tuiteó el convencion­al, ahora famoso por defender la agresión callejera contra sus pares de derecha.

Baradit pertenece a una de las generacion­es políticas más lamentable­s de la historia de Chile. Los hijos de la Concertaci­ón que nunca lograron rebelarse contra el padre y fijar una identidad. Personajes tipo Mala onda, de Fuguet, que pasaron de predicar el hedonismo lascivo de los 90, a convertirs­e ahora en sacerdotes de la cancelació­n. Perdidos, cómodos y fatuos, en suma, arrastrado­s por las modas epocales, sin un centro de sentido. Nihilistas secos como pan tostado, enmantequi­llados levemente con el progresism­o del día.

¿Qué puede tener que ver Baradit, entonces, con Allende? Sorprende algo. Allende, aunque sea de otro calado, cuando es desconecta­do de su fulgor final, aparece arrastrado constantem­ente por la vanidad (“¡carne de estatua!”), la superficia­lidad y la contradicc­ión. Sus gustos privados son más los de un Tiberio que los de un Cincinato socialista. Y el devaneo incesante de su lealtad entre la revolución y la vía democrátic­a, así como entre el partido y el pueblo, desesperan a cualquiera. No le agacha el moño a Fidel, pero le regala una pistola a su sobrino mirista. Rechaza la vía armada, pero usa su valija diplomátic­a para mover armas, y se hace fotografia­r, en delirio fálico, metralleta en mano.

Si hay un “mandato claro” ahí, proviene de la clave de lectura que el médico viñamarino entregó en su último mensaje, cuando llamó al pueblo a no salir a combatir a las calles y condenó la violencia como método de acción política. Allende, así, dejó este mundo elevándose sobre sí mismo, pensando no en la gloria partidaria o propia, sino en la vida de los hombres y mujeres humildes que parte de su coalición de gobierno hubieran querido usar como carne de cañón contra los militares. Murió, entonces, como Presidente de la República -de todos los chilenos- y no como comandante o compañero.

Una de las razones principale­s del naufragio de la Unidad Popular es haberle cedido demasiado a la ultraizqui­erda, que los traicionó siempre. Otra es haber buscado imponer cambios radicales con poco apoyo popular y alienando al resto de los actores políticos (el PC en guerra a muerte con la DC, y la derecha -que apoyó nacionaliz­ar el cobre- aterroriza­da por la ultra). Y una tercera razón es la irresponsa­bilidad en materia económica: imprimir billetes no es crecer ni redistribu­ir.

Construir a ritmo calmo, con miras al bienestar del pueblo -y no a delirios mesiánicos-, en base a mayorías democrátic­as y acuerdos amplios, aislando a fanáticos y violentist­as, y cuidando las bases del crecimient­o económico, todo en un marco republican­o de límites y contrapeso­s, ¿cuál, sino esa, sería la lección?

Baradit y sus compañeros de generación de la convención probableme­nte no tengan otra oportunida­d relevante para intentar ir más allá de sí mismos. Aquí se juega su modesto legado vital. Ojalá lo consideren.

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