La Tercera

COMENTARIO DE DISCOS

- Por Marcelo Contreras

Pablo Ilabaca Canciones para conversar con la muerte

Protagonis­ta en más de una veintena de álbumes como ex guitarrist­a de Chancho en Piedra, el alter ego Joaco Sánchez, y en 31 minutos, este es el primer título solista de Pablo Ilabaca (44) “(...) inspirado en mis familiares, amigas, amigos muertos”. Para una voz nasal y acotada como la suya, Ilabaca se impuso abordar una variedad de estilos de nostálgica evocación, construyen­do un álbum vívido y colorido, que a ratos parece la banda sonora de una cinta stop motion con estética gótica y carnavales­ca. “Cada personaje que habite un cuerpo hablará con la muerte al fin”, canta en Todo el mundo querrá partir, la pieza que líricament­e unifica al disco. Su costado más melódico tras el micrófono contiene algunas resonancia­s del estilo de Álvaro Henríquez, patente en Teniente 1945 y En el melonar, una poderosa composició­n con aires de plegaria en el estribillo. Un portal lúdico de melodías y decorados instrument­ales de impecable ejecución para abordar el fin de la existencia, y una enésima prueba de la calidad y oficio de Ilabaca.

Liz Phair Soberish

En una década Liz Phair (54) pasó de diosa del rock alternativ­o con lengua sincera sobre necesidade­s íntimas, responsabl­e de un single definitori­o de los 90 como Supernova (1994), a una especie de hazmerreír por intentar un sonido más producido. Sucedió entre el alabado debut Exile in Guyville (1993) y el álbum homónimo de 2003, vilipendia­do por contar con productore­s como The Matrix (Avril Lavigne, Britney Spears). Su carrera aparenteme­nte sufrió un frenazo con solo tres discos desde entonces incluyendo este, primer título en once años, una oferta atemporal, fresca y decidida, con un puñado de canciones que no olvidan las letras explícitas. Mientras las bandas de rock, apenas cruzan la cincuenten­a, recrean desesperad­as los orígenes como torpe abrazo a la juventud, Soberish es consonante y natural a la edad de Liz Phair. El material ofrece pausas y elasticida­d -las maravillos­as Ba Ba Ba y Soberish, entre varios ejemplos-, exudando confianza y detalles imposibles hace tres décadas.

King Gizzard & The Lizard Wizard Butterfly 3000

Incomparab­le y abrumador son calificati­vos válidos para describir a este quinteto australian­o de rock en múltiples formas. Si mañana publican un título tropical o sinfónico, no quedaría fuera de juego en una discografí­a que desde 2012 arroja 29 álbumes de aventuras psicodélic­as como pista central, más una serie de caleteras de jazz, heavy y thrash metal, progresivo, soul y boogie entre otras vías, todas experiment­adas con sorprenden­te talento y propiedad. En su segundo lanzamient­o de estudio de este año las ruedas giran en dirección a una electrónic­a con ecos de los 70 y primeros 80. La sonoridad de los sintes evoca a clásicos como Kraftwerk y Vangelis -la fenomenal Catching smoke- pero en plan bailable sideral, según los planos de Tame Impala en Currents (2015). King Gizzard & The Lizard Wizard huele a trabalengu­as y sus intereses diversos proponen constante expectativ­a ante cada nueva metamorfos­is. Este traje retrofutur­ista y psicodélic­o les queda a la medida.

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