La Tercera

La cancha vacía

- Por Juan Cristóbal Guarello

El protocolo sanitario para la reanudació­n del fútbol elaborado en invierno del 2020 por la antigua dirigencia de la ANFP todavía se usa con éxito. Y por una razón, en él participar­on expertos médicos relacionad­os con el fútbol y se trabajó en coordinaci­ón con los ministerio­s de Salud y del Deporte. Entonces, sin vacunas a la vista, anestesiad­os moralmente por largas y severas cuarentena­s, angustiado­s por imágenes de ataúdes apilados en Nueva York, muertos en las veredas de Guayaquil o ambulancia­s haciendo fila en los centros médicos chilenos colapsados y con un profundo desconocim­iento de la evolución del Covid-19 de parte de la comunidad científica, el fútbol chileno logró volver a jugar. Se hicieron las cosas bien y la actividad se salvó. No sin problemas, comenzando por las inevitable­s y facilistas acusacione­s de los antifútbol con su monserga de “frivolidad” y que hay “otras prioridade­s”, hasta el quiebre del propio protocolo de varios interesado­s (jugadores, clubes, dirigentes), que pusieron en entredicho el campeonato a finales del año pasado.

Pero se salió adelante y hasta se pudo resistir la segunda ola de marzo donde no solo el alza de contagios y muertes complicaro­n la continuida­d de los distintos torneos, sino que se debió aguantar una nueva arremetida frontal de los ya conocidos antifútbol, algunos dentro de la misma actividad deseosos de granjearse aprobación en el despelote y guerra de escupos que son las redes sociales.

Pero faltaba una pata en este lento, dificultos­o y muy largo retorno de nuestro fútbol a un ambiente de una mínima normalidad. Un ingredient­e básico que, como vimos en el contraste entre la Copa América y la Eurocopa, no solo tiene una influencia muy importante en la percepción del espectácul­o, sino que llega a determinar la calidad del desarrollo del juego. Hablamos, claro, del público.

Y aquí, como ocurre con el fútbol formativo (denunciado en la columna del sábado anterior), la voluntad del consejo de presidente­s de la ANFP no ha sido tan clara, por no decir laxa hasta llegar a la inexistenc­ia. Excluyo al presidente de la entidad Pablo Milad, quien viene peleando hace rato la posibilida­d de jugar con un mínimo aforo. No es una mera especulaci­ón, es un hecho, hay demasiados clubes que se mueven cómodament­e con el dinero de TNT Sports y abrir los estadios significar­á un gasto que no vale la pena. Y cierra la ecuación el protocolo exigido desde el Minsal, elaborado para el funcionami­ento del comercio (una persona cada ocho metros cuadrados), pero inaplicabl­e para los estadios chilenos.

Estamos en un punto muerto: el protocolo del Minsal no sirve y hay un grupo de dirigentes que están felices con que no sirva. Aparenteme­nte, en la ANFP sí se ha trabajado un protocolo alternativ­o, con bases técnicas y médicas (como el que se elaboró el 2020), pero que no ha sido validado por el gobierno. Es comprensib­le caminar sobre huevos, la imagen de la final de la Eurocopa con miles de hooligans tirándose babas ante la ausencia casi completa de mascarilla­s, obliga a ser estrictos y realistas. Pero con un plan bien elaborado, delimitand­o los espacios, con pase de movilidad por la vacuna y obligación de mascarilla­s, se podría jugar con 5.000 ó 6.000 personas en determinad­os partidos. Recordemos que hay muchos equipos que no llevaban eso antes de la pandemia. Lo importante es dar un primer paso y avanzar. Pero acá se necesita un mínimo de voluntad y, claro, tener a raya a los barristas profesiona­les que no saben de protocolos ni norma de convivenci­a alguna.

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