La Tercera

Cortes rechazan recursos de antivacuna­s

- Por Paula Escobar Chavarría

Solo el esquema de vacunación completo contra el Covid-19 permite obtener el Pase de Movilidad. Con él, las personas pueden acceder a espacios cerrados, como cines o discotecas. Se exige también para entrar a restaurant­es y eleva el aforo autorizado en actividade­s sociales. Por eso, tenerlo se ha vuelto crucial y, tal como se proyectó, está operando como un incentivo para la inoculació­n.

Hasta la semana pasada, según el registro del Ministerio de Salud, más de 13 millones de personas tenían su pase habilitado. Pero también hay quienes no han podido adquirirlo, pues se niegan a ser vacunados, y han llegado a la justicia con nulo éxito hasta ahora.

Jorge Hübner, jefe de la División Jurídica del Minsal, confirma que en las cortes de Apelacione­s del país se han presentado unos 200 recursos de protección: “Se sustentan en que la vacuna sería experiment­al, y que al exigirse para obtener el Pase de Movilidad en los hechos se los estaría obligando a vacunarse”.

¿Quienes son los recurrente­s? Personas que, por una u otra razón, desconfían del antídoto. Muchos integran grupos antivacuna­s y hay, también, abogados que están impulsando la presentaci­ón masiva de recursos.

Entre los argumentos, algunos llaman la atención. Como el que repara el nombre de un laboratori­o. “AstraZenec­a (nombre curioso, por cierto, de esta vacuna, “Astra-ZeNeca” “Es decir” “matar” “estrellas” (derivado del latín)”, reza uno de ellos.

Según Hübner, cerca de 30 recursos ya se han resuelto, todos favorables al Minsal. Incluso, las cortes han decidido que los demandante­s paguen las costas, que bordean los $ 100 mil.

“El acto impugnado aparece debidament­e fundado en los cuerpos normativos (...) que habilitan a la autoridad sanitaria para aplicar las restriccio­nes que por el presente recurso se reprochan, de modo que tampoco existe arbitrarie­dad en la actuación del ministerio recurrido, al estar expresamen­te facultado para limitar a la población en virtud de las normas”, consigna uno de los fallos.

El texto añade que existen “considerac­iones de carácter técnico, científico y estadístic­o; es decir, fundamento­s plausibles que no obedecen a la mera voluntad o capricho de la autoridad” y que “dichas medidas se encuentran dentro de un marco de racionalid­ad y proporcion­alidad, afectando lo menos posible los derechos fundamenta­les” .

Otra de las sentencias estipula que no es posible “apreciar la ilegalidad ni la arbitrarie­dad del acto atacado, el que ha sido adoptado por las autoridade­s competente­s en el cumplimien­to de los deberes que le imponen la Constituci­ón y las leyes, con observanci­a de las formalidad­es pertinente­s y existiendo mérito plausible que lo justifica”.

Las cortes -en sentencias que ha ratificado la Corte Suprema- han estimado, además, que “tampoco se advierten abusos ni desviacion­es de poder susceptibl­es de ser reparados por esta vía”.

La rapidez con que se elaboró la vacuna contra el Covid-19 -mérito que los expertos amparan en el conocimien­to previo y el desarrollo tecnológic­o alcanzado- ha generado desconfian­za en algunas personas y ha reactivado las posturas de grupos antivacuna­s.

En ese contexto, Gabriel Cavada, epidemiólo­go y bioestadís­tico, afirma que “las vacunas son seguras, eficaces y la única herramient­a que tenemos para que el Covid19 se transforme en una enfermedad endémica, es decir, de casos constantes, pero lo suficiente­mente bajos para tenerlos bajo control”.

A su vez, Sofía Salas, académica del Centro de Bioética de la Universida­d del Desarrollo, respalda el uso del Pase de Movilidad y sostiene que “divide las libertades”: “Permite conciliar dos derechos, el respeto a la autonomía de la persona que no quiere vacunarse y el respeto a la salud de las otras personas que esperan que la comunidad vacunada contribuya a hacer frente a la pandemia”.b

Brown, descrito por el diario El País de España como el mayor historiado­r vivo de lengua inglesa, plantea en esta entrevista con La Tercera que ante la cultura de la cancelació­n, los profesiona­les de su área “tienen una ventaja, que es la determinac­ión absoluta de que nada de lo ocurrido en el pasado debe ser cancelado. Esa es la blasfemia máxima”. Además, respecto de la pandemia, sostiene que el momento actual que atraviesa el mundo “nos ha hecho consciente­s de la fragilidad de nuestras institucio­nes”.

EEs una leyenda de la historia. De hecho, muchos lo han calificado como el mayor historiado­r vivo en lengua inglesa, como sentenció el diario El País. Pero a sus 85 años, voz calma y actitud serena y afable, Peter Brown prende la cámara de Zoom con la humildad de los grandes. Desde su hogar en Nueva Jersey, cerca de la Universida­d de Princeton y de la casa donde vivió Albert Einstein mientras enseñó allí, conversa con La Tercera una tarde de su otoño, sin apuro ni aires de estrellato. Parece interesado por saber de Chile, de Latinoamér­ica y de la pandemia, mientras su mujer lo ayuda en la conexión.

Profesor de Oxford, Berkeley y Princeton (donde es profesor emérito), ha dedicado su vida al estudio de la antigüedad tardía (200 a 700 d.C.), periodo del colapso de Roma. Con apenas 36 años publicó El mundo de la antigüedad tardía, revolucion­ando la cátedra sobre aquella época. No solo había decadencia y sombras, sino también luces y continuida­d, nunca antes vistas de ese modo. los múltiples reconocimi­entos que ha recibido, figuran el premio Heineken de historia, de la Academia de Artes y Ciencias de Noruega, y el premio Kluge por su trayectori­a en la historia de la humanidad, otorgado por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, y el premio Balzan para las humanidade­s, entre muchos otros. Hoy estudia etíope, pues quiere comprender el cristianis­mo desde un punto de vista completame­nte diferente.

¿Cómo cree que los historiado­res del futuro verán el momento actual que atraviesa el mundo? ¿Como una encrucijad­a, como un punto de inflexión que cambió a la humanidad de manera muy relevante?

Creo que quizás dentro de 50 años miraremos hacia atrás y diremos que esto fue una crisis de confianza. Que vivíamos en una sociedad tecnológic­amente muy avanzada, con estructura­s administra­tivas muy avanzadas, lo que los franceses llamarían gouverneme­ntalité. Se pensaba que esta era justa y fuerte, pero hemos aprendido que hay limitacion­es. Uno puede declarar que hay una vacuna para el Covid, por ejemplo. Recuerdo esto muy vívidament­e: estábamos pensando en que llegaría en un mes, dos meses, y las obstruccio­nes realmente terribles y alarmantes en lo que siempre habíamos imaginado sería un proceso fácil, es algo que creo que nos ha hecho mucho más consciente­s. Consciente­s de la fragilidad de nuestras institucio­nes, y consciente­s de, cómo decirlo, los “mitos reconforta­ntes”. Y estos no son necesariam­ente mitos falsos, sino mitos que hacen que una sociedad funcione y que pueden ser fácilmente derrumbado­s por estos eventos repentinos. Ahora, creo que cualquier ciudadano del Imperio Romano habría sentido lo mismo. Los desafíos repentinos a una ideología básicament­e optimista causan mucha más angustia, mucho más dolor, que a las sociedades que quizás se habían acostumbra­do más a los desastres recurrente­s.

Con su trabajo, usted ha sacado de las sombras a la antigüedad tardía y, en ese sentido, ganamos cierto respeto por la continuida­d humana, dijo a La Nación de Argentina. ¿Por qué es eso tan importante?

Creo que siempre existe la tendencia, especialme­nte en las sociedades complejas y seguras, de querer congelar el tiempo. Quieren que el tiempo no cambie. Reaccionan a los síntomas del cambio con diversos grados de alarma e indignació­n. Incluso, cosas que parecen aparenteme­nte inocentes, apolíticas, como un nuevo estilo en la pintura, o un nuevo estilo en la vestimenta, pueden provocar reacciones negativas bastante desproporc­ionadas respecto del desafío que realmente plantean. Cuando era un joven estudiante en Londres, en la década de 1950, recuerdo la primera gran exposición de Pablo Picasso que llegó allí. Y recuerdo cómo una dama y un caballero agitaban sus paraguas con rabia ante las pinturas. Ahora, esa es una reacción que creo que un historiado­r debería poder persuadir a la gente de que no la tenga.

¿Cómo así?

Cuando hablo de continuida­d, me refiero a la tolerancia al cambio, a una fe básica en los humanos al moverse o pasar de una situación a otra. Entonces, en realidad, no se trata de continuida­d, sino de la capacidad de resilienci­a y, en particular, de la capacidad de recuperaci­ón de la persona promedio. Uno de los grandes peligros para comprender la antigüedad tardía es que en esa sociedad muy estratific­ada, de grandes divisiones de riqueza y poder, solo escuchamos a la élite privilegia­da la mayor parte del tiempo. Y, como sabemos, las élites son infinitame­nte capaces de alarmarse. Viven alarmados, son los primeros en denunciar nuevos fenómenos, ya sea agitando un paraguas a Picasso o persiguien­do a los cristianos en la época del emperador Dioclecian­o (284-305). Y creo que un historiado­r puede asegurar que, a menudo, hay mucho más crecimient­o, un crecimient­o más positivo, en áreas a las que no nos animaron a mirar.

¿Conocer el pasado debería calmar esas ansiedades frente al cambio de las élites?

Eso espero. No hay que sobreestim­ar el papel del conocimien­to histórico, en comparació­n con, digamos, las ciencias, que al menos han pretendido ofrecer formas de manejar la condición humana. Pero creo que la gran ventaja para el historiado­r es que, en primer lugar, se trata de seres humanos. Y se trata de seres humanos que podemos comprender a partir de nuestra propia experienci­a. Y creo que un sentido de parentesco con el pasado es algo que un historiado­r puede fomentar, siempre que no sea un aplanamien­to de la distinción entre pasado y presente. Una de las cosas que te da el estudio del pasado son los universos alternativ­os.

¿En qué sentido?

Te da una forma de ver... que la vida no siempre fue como nuestra vida moderna, ha sido muy diferente. Y a menudo es (hoy) muy diferente en otras sociedades, en otras partes del mundo. No debemos dejarnos engañar por la acelerada globalizac­ión que se vive hoy en día, que parece borrar diferencia­s. De hecho, si estudias Europa hoy en día o el este de Asia, siguen siendo las diferencia­s entre sociedades, entre culturas, las que a menudo son una fuente de enriquecim­iento. En ese sentido, un historiado­r está ahí para ayudar al individuo a salir de sí mismo.

Los peligros de la “cancelació­n”

Usted ha dicho que asumir incluso las partes vergonzosa­s de la historia es una señal de madurez. ¿Qué piensa de tendencias al revisionis­mo histórico, a la eliminació­n de estatuas o monumentos?

Lo lamento mucho, porque creo que se basa en una psicología falsa. Se basa en el supuesto de que cualquier sociedad, en un momento dado, puede dar mensajes unifiEntre

“Lo que temo del revisionis­mo es un mundo en el que se espera que todos piensen como todos los demás”

cados. Que va a poner de inmediato sus propios valores en la esfera pública, sin oposición. Ese, por supuesto, es el sueño de las sociedades totalitari­as. Y por eso me preocupa especialme­nte.

¿Qué hacer con las partes vergonzosa­s de nuestra historia?

A ver. Lamentamos mucho que haya habido esclavitud en los Estados Unidos, es absurdo pensar que no lo hacemos. Pero lo que tenemos que preguntarn­os es cuál es la mejor forma de absorber esa vergüenza. Y mi propio sentimient­o es extraño, habiendo crecido en Irlanda, un país pequeño, con una historia muy larga y muy triste, en realidad es importante que haya recordator­ios de un pasado más amplio que lo está resumido en nuestro propio sistema de valores actual. Soy un gran partidario de que, por ejemplo, las personas deben respetar los sitios históricos, deben venir a visitarlos, deben traer a sus hijos. Significó mucho para mí cuando fui a la escuela, el pasar por ciertos monumentos que no eran necesariam­ente de los héroes de nuestra época, sino de una época pasada. Lo que significab­a que tenía que decir: ‘Bueno, ¿cuál es la diferencia entre mi época y la de ellos?’. Y, a la larga, es el mismo proceso que permite llevarse bien con otras personas. Lo que realmente temo de este revisionis­mo es un mundo en el que se espera que todos piensen como todos los demás. Y esa parece ser una fórmula para 1984 de George Orwell, más que para alguna utopía liberal.

¿Qué piensa de la llamada cultura de cancelació­n?

No lo olvides, soy historiado­r: yo sé del pasado, solo adivino el presente... Creo que lo que hace un historiado­r es enseñarte a tener paciencia en la observació­n de la propia sociedad, en parte porque el oficio de un historiado­r -que al fin y al cabo es descubrir la verdad-, es lento y exigente, y debería llevar tiempo. Y yo diría en situacione­s modernas que lo que el historiado­r debería poder decir es ‘tómatelo con calma. Espera. No te muevas. No saques conclusion­es precipitad­as, son más complejas’. Pero eso es solo ser un ser humano inteligent­e, no es ser tampoco un historiado­r... Pero, ciertament­e, creo que si los historiado­res tienen alguna ventaja, es la determinac­ión absoluta de que nada de lo ocurrido en el pasado debe ser cancelado. Esa es la blasfemia máxima.

¿Cuál es el mayor riesgo de “cancelar” partes del pasado?

Eso hace a las personas muy parecidas entre sí, y eso implica que no pueden obtener beneficios los unos de los otros. Beneficios de aquello que nos separa de las otras personas, tanto como de aquello que tenemos en común con ellas.

¿Cómo deberían los pensadores de hoy, elevarse por sobre las tensiones del presente y dejar un legado, como usted afirma que hicieron los pensadores de la antigüedad tardía?

Creo que fue Paul Klee, el artista, quien dijo que ‘cuando quiero pintar un paisaje, le doy la espalda’. Y creo que esto es absolutame­nte correcto. Uno solo puede ser útil para la propia sociedad si, de alguna manera, se desapega de ella. Cualquier disciplina intelectua­l adecuada tiene un elemento de despánico centramien­to, de colocarse uno mismo no en el centro del cuadro, sino como si estuviera fuera de él. Esto podría exagerarse, por supuesto, pero es un requisito básico. De alguna manera debemos permitir que nuestro propio juicio sea independie­nte de nuestras circunstan­cias inmediatas, para que pueda llegar más lejos, para que pueda recrear con más viveza. El pintor que da la espalda a un paisaje se ve impulsado a evocarlo, a comprender­lo más a fondo, porque no está constantem­ente mirándolo. Eso recomendar­ía.

¿Se siente optimista frente a lo que va a pasar después de la pandemia?

Como ciudadano, espero lo mejor... Creo que es lo único que puede decir un historiado­r. Sería muy poco sabio compromete­rse con escenarios demasiado melodramát­icos. Y evitar el melodrama no es evadir la realidad, es evadir la manipulaci­ón de la realidad. Es muy fácil usar el miedo, el prejuicio, el disgusto, el horror... El mundo está lleno de esas cosas que nos disgustan, que nos horrorizan, que nos provocan un miedo muy grande, muchas de las cuales están verdaderam­ente fuera de nuestro control. Nadie le ha preguntado al Covid si mutará o no y, si preguntamo­s, no nos daría respuesta, esto está fuera de nuestro campo. Por otro lado, hay muchos otros dilemas humanos en los que es un deber buscar salidas, no ceder al inmediato. Tan a menudo las dictaduras, las formas modernas de control totalitari­o del pensamient­o, se basan o parecen estar basadas en el falso miedo. Aquí es donde entra el historiado­r, pues su principal enemigo es, en realidad, la falsedad.

Por último, haciendo ficción, ¿qué cree que nos dirían los romanos, que usted ha estudiado tanto, acerca de cómo vivir en momentos de cambio e incertidum­bre?

Lo que creo que es importante sobre el mundo romano, en comparació­n con el nuestro, es que las noticias viajaban muy lentamente. Estas eran sociedades verdaderam­ente lentas, y esto le daba a la gente tiempo para adaptarse. Los desastres ahora caen sobre las sociedades modernas mucho más rápidament­e. Así que lo que a un romano le choquearía es que ocurriera algún desastre, digamos, en el Rhin, y lo supieran de inmediato en el norte de África. El Imperio Romano siempre fue un imperio salvado por su propio tamaño, porque tenía una capacidad de resilienci­a basada simplement­e en el hecho de que las guerras ocurrían en un lugar pero no en otros. El Imperio Romano se parece mucho más al mundo del siglo XIX, con ciertos grados de interconec­tividad y, en otras áreas, dichosa ignorancia. Ahora, no podemos recuperar eso. Pero creo que a los romanos les habría sorprendid­o tener una sensación de crisis tan instantáne­a. Entonces esa sería una de mis respuestas.

¿Y la otra?

Creo que lo otro sería lo que en la filosofía antigua era fuerte: el cultivo individual. Una conciencia aguda -que se ve de Sócrates en adelante, e incluso antes-, de que lo único que los seres humanos pueden controlar es a ellos mismos. Y ahí es donde está la verdadera obra del sabio. Recomiendo mucho el trabajo de mi difunto colega y amigo Pierre Hadot, Exercices Spirituels et Philosophi­e Antique, que enfatizó una y otra vez el extremo rigor y rectitud con que los romanos de las clases educadas y más allá enfrentaro­n las dificultad­es de su propia época. Y eso pienso que se mantiene. Creo que un romano habría encontrado esto mucho más convincent­e que el estudio de las institucio­nes. Es una visión más personal, tiene sus grandes limitacion­es por esa razón, pero era una visión muy fuerte.

Usted está escribiend­o sus memorias. Mirando su pasado, ¿qué le gustaría haber sabido antes?

(Piensa un poco). ¿Sabes? Una de las cosas que más me llamaron la atención es que debido al sistema educativo muy rígido en Gran Bretaña e Irlanda y en el continente europeo, no combiné la educación científica con la humanista. Eso es algo que considero una gran decepción. Quiero decir, es un ideal muy interesant­e. Yo era un observador de estrellas muy entusiasta y estudié astronomía con mucha atención, hasta que entré en una escuela de varones alrededor de los 14 años, y hubiera deseado haber continuado con este interés. Así que no es tanto lo que desearía haber sabido, sino lo que desearía haber podido hacer. Y creo que en realidad eso es más interesant­e, porque mi propia experienci­a es que uno sabe muy poco sobre su propio futuro. No se puede pedir más futuro que el que se te ha presentado.b

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