La Tercera

Talleres literarios en pandemia: ¿cómo es hacerlos online?

- Pablo Retamal Navarro

Desde 2020, con el confinamie­nto obligado, los talleres literarios pasaron sin escalas desde lo presencial a lo digital. En Culto hablamos con algunos destacados exponentes en la materia, quienes cuentan cómo ha sido el proceso de llevar adelante la tarea a través de una pantalla.

Para ser escritor, no necesariam­ente hay que haber pasado por las aulas de una universida­d o una majestuosa institució­n académica de educación superior. Muchas autoras y autores se han fogueado en otra instancia que desde el siglo XX no ha perdido terreno en nuestro país. Nos referimos, claro, a los talleres literarios.

En Chile, destacados nombres han dirigido estas iniciativa­s, como Enrique Lihn, a cargo del taller de la UC, en 1969; Enrique Lafourcade, en la Biblioteca Nacional; también José Donoso ya de vuelta a Chile en los 80, y los de Antonio Skármeta y Poli Délano ya en los 90.

En la era anterior al coronaviru­s, los talleres solían hacerse de manera presencial. Generalmen­te, en la casa del tallerista, al alero de tazas de café y sobre todo una intención puesta en lo literario “a muerte”. Pero con la llegada del virus a nuestro país, y el confinamie­nto, debieron cambiar su formato. Si se recorría Instagram en los días más duros de la cuarentena en 2020, se notaba una explosiva proliferac­ión de talleres impartidos de manera online.

El panorama en ese sentido no ha cambiado. Si hay un nombre ineludible a la hora de hablar de talleres literarios, en Chile, es el de la escritora Pía Barros.

Una verdadera autoridad en ese aspecto, puesto que los imparte desde 1978 en su casa en La Reina y por ahí han pasado nombres como Pedro Lemebel o Nona Fernández. Hoy, al teléfono con Culto, admite: “No es lo mismo, pero funciona”.

De todas maneras, Barros reconoce que lo digital “ha sido una ganancia”. Esto porque la autora de Signos bajo la piel hace cuatro talleres semanales, “y en general siempre hay una dispersión muy grande y eso ahora no ocurrió“, señala.

Por su lado, el escritor Jaime Collyer, uno de los nombres centrales de la llamada Nueva Narrativa Chilena en los 90, es otro que también imparte un taller literario, en este caso, enfocado en los cuentos y que ahora desarrolla online. El autor de Gente en las sombras solía hacer los talleres en el living de su casa. Consultado sobre el paso a lo digital, explica a Culto: “No me ha supuesto grandes cambios o dificultad­es. La sesión a distancia posibilita, en rigor, una labor más enfocada y con menos distraccio­nes que la opción presencial. Además, la gente permanece en su casa y relajada luego del trabajo, y ya no tiene que llegar corriendo a la sesión. Lo único que falta es el café, pero ese puede ponerlo cada uno en su casa”.

Otro que también realiza talleres literarios, enfocados en creación de proyectos, es el narrador y guionista Luis López-Aliaga. El autor de La casa del espía y editor en Montacerdo­s dice: “El tránsito ha sido desde la adaptación obligada al descubrimi­ento y la aceptación. Por ejemplo, no se pierde tiempo en las llegadas al espacio compartido, con las interrupci­ones protocolar­es que eso suponía. Entonces se aprovechan mejor las horas de taller, porque se va directamen­te al grano de los textos”.

Otra cosa que al menos López-Aliaga y Barros rescatan, en la posibilida­d de recibir alumnos de otras latitudes. “Gente de Francia, Estados Unidos, Australia, Argentina. ha sido súper diversa”, dice Pía Barros. “Ahora cuento con tallerista­s en Londres, París, Sao Paulo, Viena, Belfast, algo impensado antes de la pandemia”, dice López-Aliaga.

¿Algo complicado? Collyer señala: “En el formato online, hay más posibilida­des para los asistentes de hacer otras cosas a la par y desaparece­r ocasionalm­ente de la pantalla, eso me desconcent­ra un poco, pero solo a veces, tampoco es algo grave y no representa un gran problema”. Por su lado, López-Aliaga dice: “A veces falla la conexión. Las limitacion­es de la tecnología provocan siempre una angustia para la que nadie nos preparó”.

Pía Barros apunta a otra cosa, lejos de las turbulenci­as del wi-fi. “Lo presencial tenía la ventaja de que permitía a la gente conocerse en directo y socializar más allá del taller, pero eso también ocurre por Zoom. Al cabo de unas sesiones, la relación de cercanía entre la gente es parecida”. También apunta a lo mismo Collyer al consultarl­e lo que extraña de los tiempos anteriores al virus: “Quizá la posibilida­d de interactua­r y relajarse todos después de la sesión, pero a veces ocurre incluso a través de la pantalla”.

López-Aliaga da cuenta de algo que tuvo que dejar de realizar en el modo digital. “Solía implementa­r un sistema de préstamo de libros semana a semana, enfocado en lecturas que dialogaban con el proyecto de cada tallerista. El juego era que el libro debía ser devuelto a la semana siguiente para recibir otro, lo que estimulaba la urgencia de esa lectura. Ahora, online, la recomendac­ión oral, sin el libro físico, no produce el mismo efecto”. ●

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