La Tercera

La torre asediada

- Por Ascanio Cavallo

Ha regresado el apetito por destituir al Presidente. Apetito irascible, se diría en lenguaje tomista, en contraste con el apetito concupisci­ble, que busca una satisfacci­ón que conoce. Estuvo presente en las semanas posteriore­s al 18-O y era, en cierto modo, la promesa implícita en las movilizaci­ones prometidas para marzo del 2020. Quienes las alentaban sintieron su cancelació­n con tal grado de frustració­n, que por unos días se nutrieron de la idea rabiosa de que la pandemia era una invención del gobierno. Eso era falso. Sí, fue cierto que el Covid-19 suspendió toda nueva voluntad de movilizaci­ón. Nunca se podrá probar si realmente la habría habido o si, por el contrario, el acuerdo “por la paz y la nueva Constituci­ón” ya había modificado el clima social.

Algunas figuras políticas declararon esta finalidad incluso antes de que Piñera fuese elegido, antes de la segunda vuelta presidenci­al. Pero eran pocas y su discurso se confundía entre dos bajas pasiones: el rencor personaliz­ado o la voluntad política de impedir que la derecha volviera alguna vez a ganar el gobierno. Otra forma, acaso no elaborada de esa manera, de retrotraer el esquema electoral a los años 1970.

La investigac­ión desarrolla­da por LaBot y Ciper sobre los Pandora Papers -parte de una filtración mundial sobre los paraísos fiscales que por ahora quedó limitada a jefes de Estado y unas pocas celebridad­es- ya había sido abordada, en su casi totalidad, por la radio Bío Bío en el 2017, en línea con la que llevaba adelante el fiscal Manuel Guerra. Esta semana, Ciper publicó una nota -propia de un periodismo alerta- en la que precisa que lo único nuevo es el texto del contrato final de transacció­n de Minera Dominga (en inglés) y que, no obstante, la fiscalía “estuvo al tanto de los términos de esa compravent­a” (en español).

En esta brecha se fundan tanto la acusación constituci­onal anunciada por la oposición como la investigac­ión ordenada por el fiscal nacional, Jorge Abbott. En la oposición se ha reactivado la idea de cumplir con el objetivo de impedir que Piñera culmine su mandato, a pesar de que le queden escasos seis meses. Dado este plazo, ahora es evidente que no está en juego el acortar el período del gobierno, sino castigar a Piñera como representa­ción de la derecha.

En cuanto a la Fiscalía Nacional, los motivos son más brumosos. Si algo queda meridianam­ente claro de la indagación contemporá­nea de radio Bío Bío es que el fiscal Guerra no quiso profundiza­r en la investigac­ión de los movimiento­s de la familia Piñera, por encima de que tuviera a la vista un documento más o uno menos. Aquel año, Piñera ya llevaba la delantera en las opciones presidenci­ales y esta fue por un momento la esperanza de descarrila­rlo.

Lo que cabría esperar es que la fiscalía pueda justificar muy sólidament­e la reapertura de una investigac­ión que ella misma cerró, o exponer a Abbott a ser acusado una vez más de lavarse la cara con mano ajena. Por ahora, es indiscutib­le que su anuncio ha dado un nuevo estímulo a la acusación en el Congreso, que ya tenía muchos con la campaña electoral en curso. ¿Y sería muy audaz suponer que ambas cosas se excitarán mutuamente en las cinco semanas que vienen?

El Presidente ha llegado así a una situación de soledad y asedio. Los candidatos presidenci­ales de su sector huyen de su sombra; uno, desde hace tiempo; el otro, desde hace muy poco tiempo. No es raro que La Moneda tuviese relaciones meramente formales con José Antonio Kast; y ahora es menos raro que haya dejado de tenerlas del todo con Sebastián Sichel. Desde el 18-O, los exministro­s borran esta línea de sus currículos en cuanto dejan el gabinete. Uno de ellos, Mario Desbordes dice que lo defiende mientras les recuerda a sus parlamenta­rios cuáles son las razones para que lo castiguen. El candidato presidenci­al Gabriel Boric ha prometido perseguirl­o más allá de marzo, como si esto fuese parte de un programa de gobierno.

Quizás Piñera coseche las tempestade­s que ha sembrado; los negocios con sus amigos, Délano u otros, son antiestéti­cos desde mucho tiempo atrás. Otra cosa es que entre esos vientos haya delitos. Si se trata de simples presuncion­es o apreciacio­nes políticas, el peso de la historia es muy diferente. Es inevitable que los concernido­s -institucio­nes, partidos, personas- hagan sus cálculos en función de sus intereses de mañana en la mañana y no en los de cuatro años más. La política siempre tiene esta dimensión un poco zascandil.

Saltada esa hojarasca, para la democracia lo importante es que derribar a un Presidente es un hecho mayúsculo, acaso la línea roja entre su superviven­cia y su deriva hacia otras condicione­s. No es un simple episodio más, no es la simple satisfacci­ón de una venganza ni la diversión exótica con final excitante. La historia chilena ya conoce esos finales. Excepto alguno que resultó una comedia, todos los demás iniciaron una tragedia. Y todas las veces sus instigador­es dijeron tener, por favor, altos motivos patriótico­s.

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