La Tercera

Lecciones preliminar­es del IFE

- María Paz Arzola Libertad y Desarrollo

Se termina el año y con ello el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). Si bien en principio este programa se pensó como un complement­o a los demás apoyos entregados por el Estado para proteger a los trabajador­es, y por lo tanto se pretendió focalizar en los hogares más vulnerable­s a la crisis, pronto se amplió hasta casi la universali­dad del Registro Social de Hogares (RSH). De esta forma, mientras el primer pago llegó a 3,6 millones de personas, el último benefició a 16,7 millones, equivalent­es al 85% de la población del país. Del mismo modo, éste fue aumentando sus montos, alcanzando un máximo de $ 100 mil mensual decrecient­e por integrante del hogar. Esta experienci­a, por lo tanto, nos da la oportunida­d de sacar importante­s lecciones para la política pública.

Primero, su elevado costo (más de US$ 25 mil millones) da cuenta de lo insostenib­le que es en el tiempo y lo necesario de abandonar la pretensión de universali­dad de programas de esta envergadur­a, para en cambio enfocarse en determinad­os grupos prioritari­os. En esa línea, el IFE demostró lo importante que es mantener registros de informació­n social precisos para poder identifica­r a la población elegible y asignar los beneficios de forma oportuna. La exigencia que el IFE impuso a los organismos encargados del RSH fue abrumadora, obligándol­os a desplegar grandes esfuerzos para responder a la alta demanda por ingresar en él y actualizar los datos. Así, si bien el proceso fue de menos a más, el resultado es que hoy más del 87% de la población nacional se encuentra registrada, algo completame­nte impensado antes de la pandemia, lo que constituye un importante avance para la correcta asignación de beneficios de aquí en adelante.

Por último, una tercera lección tiene que ver con los incentivos que puede producir un programa tan atractivo como el IFE. Aún es pronto para determinar si éste afectó la recuperaci­ón del empleo cuando se redujeron las restriccio­nes de movilidad, pero habiéndose constatado lo grave del problema de la informalid­ad laboral –que dejó en completa desprotecc­ión a miles de familias-, es fundamenta­l repensar el diseño de los programas sociales existentes, cuidando que no induzcan comportami­entos no deseados, ni la entrega de informació­n fraudulent­a que altere los registros.

Con todo, si bien el IFE fue un gran apoyo en el momento más duro de la crisis sanitaria, es momento de dar vuelta la página y reconocer que no es posible sostener un beneficio de esta envergadur­a. Afortunada­mente, esta experienci­a permitió fortalecer la institucio­nalidad y los registros de informació­n para en adelante poder enfocarse en los grupos prioritari­os, aunque de todas formas se requerirá un esfuerzo continuo de actualizac­ión del RSH, así como una revisión del diseño de los demás programas sociales existentes, de tal forma de cuidar las conductas que éstos podrían estar alentando.

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