La Tercera

Presidente Ícaro

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Tiendo a confiar en Gabriel Boric. Es alguien que nunca ha fallado en transmitir honestidad. Posee un carisma deslumbran­te. Y, pasado un punto, esta confianza que irradia se alimenta a sí misma: todos tendemos a proyectar en él las virtudes que nos gustaría que los gobernante­s poseyeran.

El Presidente ilusiona, entonces. Pero esta capacidad es un arma de doble filo. Sirve para avanzar causas nobles, pero también para engañar. Y, en el poder, el límite entre ambas cosas tiende a disolverse. Perdidos en la desmesura, tal como nos advierten Heródoto y Tucídides, los poderosos piensan tener la capacidad de dictar la verdad al mundo. Hasta que chocan con él. La hybris es un préstamo con intereses impagables.

En este sentido, Joaquín Trujillo ha llamado varias veces la atención respecto de la trayectori­a del lote político liderado por Boric, subrayando que han reventado todos los escalones que han pisado para llegar al poder. No han mejorado ninguno de los espacios conquistad­os -al revés-, y siempre han saltado al escalón siguiente alegando que para materializ­ar sus buenas intencione­s necesitan más poder. Como un Ícaro con plumas hechas de promesas pendientes o mal ejecutadas.

Y hoy parecen querer jugar esa carta nuevamente, pero a nivel nacional. El Presidente hace una cuenta pública que, básicament­e, es un refundido de todo tipo de anhelos de diferentes grupos. Crecimient­o,

redistribu­ción, trenes, seguridad, no más deudas, no más problemas. Ya que la lista de “derechos sociales” incrustada en la Constituci­ón no encendió los ánimos, el carisma del Mandatario intenta hacer el truco. “Todo, todo esto puede ser suyo”, nos dice Boric. Y lo repite en cadena nacional. “Pero tienen que aprobar el proyecto constituci­onal para eso”, agrega el ministro Jackson, saliendo al cruce de caminos desde atrás de un árbol. 100% real no fake.

Esto parece un caso de manipulaci­ón, porque lo es. La nueva izquierda les dice a los chilenos que para poder hacer los cambios añorados necesitan una Constituci­ón que les entregue un poder total y permanente. Que el precio de la ilusión es un régimen político a la medida del ilusionist­a, configurad­o bajo los mismos criterios que hicieron naufragar a la Convención en el partisanis­mo más abyecto. Que debemos renunciar a la libertad política para supuestame­nte lograr nuestros sueños.

¿Entiende el Presidente Boric la gravedad de lo que está haciendo? A veces pienso que no. La desmesura primero ciega a quienes luego destruye. Pero el escalón que él y su lote amenazan con reventar esta vez ya no es un pedazo de la institucio­nalidad republican­a, sino la república entera. El daño que una Constituci­ón disolvente, tribalista y partisana puede hacer a Chile durará generacion­es. El capricho de un lote le puede costar al país su futuro entero.

Por lo mismo, creo que pararle los carros ahora a la nueva izquierda es ayudarla. Ellos mismos están perdidos, buscando el poder total en un bosque ideológico del que no saben cómo salir. ¿Cuándo se volvieron antioccide­ntales? ¿Cuándo se enamoraron de los privilegio­s tribales? ¿En qué momento la identidad reemplazó por completo a la clase en sus desvelos? ¿Cuándo comenzaron a odiar y despreciar la historia de Chile, imaginándo­la como una pura gran mentira? ¿Cuándo decidieron mirar para el lado cuando los muertos no les sirvieran, como en el caso de Segundo Catril? ¿Qué creen que pueden conseguir avanzando tan profundo en la noche, arrastrand­o a todo Chile lejos de la civilizaci­ón y la razón?

Boric lidera una izquierda organizada por el fantasma de Pinochet. Son su reflejo invertido. Creen que acabando con la Constituci­ón de 2005 -y con la organizaci­ón histórica del país- se acaba el último rastro del general, cuando en realidad están impregnado­s de él hasta la médula. Los corroe un odio imitativo. En el clóset de Atria está Guzmán, en el de Jackson, Cuadra. ¿Quién habita el del Presidente?

Obligar a la nueva izquierda a seguir un camino reformista, pactar cambios constituci­onales realmente transversa­les y mostrar resultados conquistad­os mediante el esfuerzo y el diálogo es salvarla de sí misma. Como cuando un padre le enseña al hijo a conseguir lo que quiere trabajando en vez de pataleando, el pueblo de Chile debe encaminar a sus representa­ntes hacia las duras verdades de la adultez. Verdades como que la dignidad no es una flor silvestre intersecci­onal que recolecten a voluntad poetas danzarines, sino trigo de pan, sembrado y cosechado con cariño, esfuerzo y paciencia.

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