La Tercera

El rol público de las universida­des

Es preocupant­e que a nivel constituci­onal y desde la propia academia sigan existiendo visiones que identifiqu­en la provisión de bienes públicos solo con aquellas institucio­nes que pertenezca­n al Estado.

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Uno de los temas en que previsible­mente la propuesta de nueva Constituci­ón generará más divisiones que acuerdos son los principios sobre los cuales pretende estructura­r el sistema de educación. Aun cuando la propuesta reconoce la libertad de enseñanza en términos amplios, su articulado en general apunta hacia una concepción donde la educación quedará fuertement­e condiciona­da al Estado, no siendo claro si el actual ecosistema educaciona­l, en el que conviven establecim­ientos del Estado, privados y de financiami­ento mixto, seguirá contando con igual soporte constituci­onal.

Es evidente que no habrá una verdadera libertad de enseñanza si acaso el Estado no asegura que puedan convivir diversos proyectos educativos, y las familias tengan la opción de elegir conforme sus preferenci­as. En la propuesta dicho derecho se reconoce, pero la forma en que se estructura el Sistema de Educación Pública contiene un evidente sesgo en favor de lo estatal, al establecer que “el Estado deberá articular, gestionar y financiar un Sistema de Educación Pública, de carácter laico y gratuito, compuesto por establecim­ientos e institucio­nes estatales de todos los niveles y modalidade­s educativas”, agregando que “el Estado deberá financiar este Sistema de forma permanente, directa, pertinente y suficiente, a través de aportes basales”.

No se observa en este articulado un reconocimi­ento explícito a la labor que prestan institucio­nes educativas que no pertenecen al Estado -tampoco resulta claro si los aportes basales a los que se alude se extenderán sin trabas a entidades no estatales-, lo que resulta especialme­nte preocupant­e cuando al momento de definir los principios constituci­onales se advierte que subyace una clara identifica­ción de lo público con lo estatal, una distorsión que por lo demás ha cruzado largamente el debate educaciona­l en el país.

La noción de que solo el Estado es quien está en mejor pie para asegurar una educación que provea a la sociedad de un bien público -esto es, sin sesgos, discrimina­ción y de calidad- es antojadiza y por cierto muy dañina para efectos de lograr los fines que se buscan alcanzar en la nueva Constituci­ón. Es complejo, por lo mismo, que visiones así sean sustentada­s por quienes ostentan altos cargos en institucio­nes del Estado, como es el caso del saliente rector de la Universida­d de Chile, quien -en entrevista con este medio- al defender su postura en favor de una educación pública robusta señaló que “cuando uno dice que ‘somos todos públicos, no hay nada público’”. Conforme sus definicion­es, “la universida­d pública se entiende como una que no solo depende de ningún privado, sino que interactúa proactivam­ente con el resto del aparato público”. Asimismo, deslizó críticas a los cuestionam­ientos que han hecho rectores de planteles no estatales reunidos en el G9 respecto del trato que la nueva Constituci­ón tiene hacia dicho sector, lo que a su juicio podría llevar a “defender la ideología impuesta por la dictadura”.

Sus afirmacion­es resultan desde luego discutible­s, cuando la propia Universida­d de Chile ha sido objeto de extensas tomas -con petitorios que exceden lo propiament­e estudianti­ly cooptacion­es por parte de grupos ideologiza­dos, lo que desmiente que las entidades estatales aseguren que su quehacer estará libre de presiones y solo orientado a generar bienes públicos. Lo que cabría esperar es que existiera una fuerte defensa desde la principal universida­d del Estado para que con cargo a recursos públicos se financien y promuevan sin discrimina­ción todos aquellos proyectos educativos que apunten a brindar educación de excelencia e investigac­ión de calidad, esto es, auténticos bienes públicos, porque de lo contrario se perjudica a la sociedad. Ello se confirma cuando la mayoría de las mejores universida­des del país -conforme mediciones internacio­nalesson no estatales.

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