La Tercera

¿Deben establecer­se condicione­s especiales para reformar la Constituci­ón durante los primeros cuatro años?

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El artista danés Marco Evaristti, coincident­emente de origen chileno, expuso en varios centros de arte su creación conocida como «Helena». La obra consistía en 10 batidoras enchufadas, con un pez dentro de cada una. Los espectador­es eran libres de ponerlas en marcha con las consecuenc­ias, obviamente, que dicho acto traía. Para muchos no era una expresión genuina de arte, sino que constituía un acto de maltrato animal. Para Evaristti era su obra, su trabajo, su perfección, por lo tanto no era susceptibl­e de cambios, pese a que varios sugirieron el retiro de los peces.

Algo muy similar hemos visto estas últimas semanas en nuestro proceso constituye­nte. En esta etapa final del proceso, y conocido el texto que tendrá -más allá de algunos retoques finales-, no existe duda que es un texto al menos deficiente y, por lo que hemos conocido en las encuestas, no será un texto de unidad (la encuesta CEP del día jueves nos dice que existe un empate técnico). Por lo tanto, requiere necesariam­ente modificaci­ones para transforma­rse en la Constituci­ón por la que el 80% de la ciudadanía votó en el plebiscito de entrada.

Algunos constituci­onalistas han acuñado últimament­e el término “aprobar para reformar”, para justificar su inclinació­n por la opción a favor el próximo 4 de septiembre, dejando establecid­o claramente que el texto requiere cambios. Pese a todo lo anterior, hoy estamos en presencia de lo que podríamos denominar “el dilema del artista”. Esto se traduce en que pese a todas las llamadas de atención, y solicitude­s de todos los sectores (aprobadore­s o rechazador­es), los autores intelectua­les de la obra sienten que es tan bella, tan perfecta, que quieren dejar el actual borrador, imposible de someterlo a cambios. Algo similar a las batidoras y los peces.

Ningún diseño humano está exento de perfeccion­amiento. Aquellos que han tenido un proceso intelectua­lmente más desarrolla­do, o con más horas de tiempo destinadas a trabajar, han tenido el ego político y académico de sentirla tan perfecta que no sea posible cuestionar algunos de sus puntos y cambiarlos en la medida que las necesidade­s sociales lo requieran. Quienes han trabajado este perfecto plan saben que la híper fragmentac­ión del actual Congreso hará prácticame­nte imposible alcanzar los quórums que hoy se plantean. Uno de los elementos fundamenta­les de las constituci­ones es su capacidad para adecuarse a las necesidade­s de las futuras generacion­es para que ellas puedan autogobern­arse. Los autores intelectua­les de esta obra quieren impedir eso, establecie­ndo plazos y quórums que transforma­n parte del borrador en algo inmodifica­ble.

Era el momento para intentar reivindica­r un proceso que había comenzado con un grupo de convencion­ales negándose a cantar el himno nacional, que se ha desarrolla­do entre disfraces de dinosaurio­s, votos en la ducha, y sin actas, solo por mencionar algunas. Era la oportunida­d para que los autores intelectua­les salieran de su trinchera y pensaran más en el futuro. Sin embargo, hemos visto la paradoja de quienes durante toda su vida política o académica cuestionar­an la dificultad que tendría la actual Constituci­ón para cambiarla, y ahora buscan imponernos normas similares. Al igual que Evaristti, por más que se cuestione la obra, su creador se resiste a ello. Su obra ante sus ojos es hermosa y perfecta.

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