La Tercera

Contra el pensamient­o mágico

- Jopsefina Araos INVESTIGAD­ORA IES

“El hombre es una historia inconclusa”, afirmó el intelectua­l francés Raymond Aron en una entrevista a fines de 1980. Con ello resumía lo que fue una verdadera cruzada contra el determinis­mo que suele invadir la explicació­n de los procesos políticos, como si la acción humana no tuviera mucho más que hacer que remover los obstáculos que impiden el despliegue incontenib­le de la historia. La política es contingenc­ia, no necesidad, y el futuro permanece siempre abierto; inconcluso. Negarlo pavimenta el camino para un maniqueísm­o donde la disputa política se divide entre aquellos que, por ceguera o maldad, desconocen esa orientació­n asumida como inevitable y aquellos dispuestos a aceptarla y caminar con ella. Nuestros políticos hoy por hoy siguen resistiénd­ose a aceptar ese carácter indetermin­ado de la realidad. A sus electores prefieren decirles que sus agendas se enmarcan en la marcha incontenib­le de los tiempos, en el lado correcto de la historia. Presentan así las alternativ­as ofrecidas por sus adversario­s como retrocesos, desvíos de retardatar­ios que no quieren echar a andar las transforma­ciones exigidas y cuyas estrategia­s no son más que manipulaci­ón y engaño. Es justamente esto lo que pareciera advertirse en las últimas declaracio­nes del Presidente Boric, ante el anuncio de los partidos de derecha de ir por el Rechazo en el plebiscito del 4 de septiembre: “la derecha rechaza, es legítimo, pero no le digan a la gente que acá hay terceras vías”, sentenció.

Uno puede entender las razones escondidas en la tajante afirmación del Mandatario. Habiendo atado explícitam­ente el gobierno su propio destino al de la Convención y su borrador, reconocer la posibilida­d de una tercera vía es como anticipar la derrota. Hay algo de pensamient­o mágico en todo esto: convencido­s de que el lenguaje hace la realidad, prefieren no nombrar lo que temen; no vaya a hacerse efectivo. ¿Cómo podríamos pedirle al Presidente, si su propio programa supuestame­nte depende del nuevo texto, que diga delante de todos que hay otras opciones disponible­s? Sin embargo, por más empatía que tengamos con su difícil posición, Gabriel Boric está sumido en una paradoja. Pues al mismo tiempo que, por medio del encantamie­nto de no nombrar las cosas, intenta contener la posibilida­d del rechazo del borrador constituci­onal, pone a su propio gobierno al borde del abismo: no hay más camino que éste y, sin embargo, de ganar el Rechazo, tendrán que salir al día siguiente a afirmar lo contrario. ¿Cómo se moverán en esa nueva versión de su ya caracterís­tica inconsiste­ncia, habiéndose puesto solos en un callejón sin salida?

Quizás convenga entonces al Presidente abandonar este pensamient­o mágico, que es también una forma camuflada de emplazar a la ciudadanía; ella queda frente al mismo abismo que el gobierno y pareciera que su voto no se juega más en el convencimi­ento de contar con una buena propuesta, sino en el miedo a no recibir nada después. Si volvemos a Aron, la existencia de una tercera –o cuarta o quinta– vía debiera ser una certeza con la que contamos en todo momento, una garantía de nuestras democracia­s. El carácter inconcluso de nuestra historia exige que la política tenga siempre a mano una nueva alternativ­a, aunque en el camino se haya venido abajo aquella por la que nos habíamos jugado. Porque el compromiso del Presidente no es en primer lugar con la Convención, sino con el mandato ciudadano que mayoritari­amente pidió un nuevo texto. Y si acaso la propuesta no convence, habrá que empezar de nuevo. La derecha en eso, esta vez al menos, tiene la razón.

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