La Tercera

¡ES LA CONVENCIÓN CONSTITUCI­ONAL, estúpido!

- Por Sebastián Edwards

El viaje del Presidente Gabriel Boric a la Cumbre de las Américas fue todo un éxito. Es cierto que en una de las reuniones formales cometió un gaffe, al no reconocer la presencia de John Kerry en la testera. Pero la verdad es que ese episodio en nada empaña la imagen positiva que dejó Boric tanto en Canadá como en Estados Unidos. De hecho, casi todos los presentes valoraron que haya reconocido su “metida de pata” y se haya disculpado de inmediato. (Y, desde luego, todos celebraron la salida cervecera de Kerry). La enorme mayoría de las personas que conocieron a Boric por primera vez –incluyendo al primer ministro canadiense, Justin Trudeau– quedaron impresiona­das con su franqueza, con su autenticid­ad y con su compromiso con un ideario político. Incluso, quienes no comparten sus creencias apreciaron su frescura y su temperamen­to amistoso, curioso y natural.

Sus intervenci­ones fueron muy bien recibidas, y su don de la palabra fue comentado por todos. Lo escuché en dos oportunida­des en las que improvisó, y se notó su calidad oratoria y su pasado de líder estudianti­l.

Los mensajes a los inversioni­stas fueron moderados y enfatizaro­n la necesidad de que los cambios que propicia su gobierno se hagan en orden y en forma gradual. Dijo, repetidame­nte, que Chile era un país seguro para invertir, y planteó la tesis que el mundo necesita a Chile, tanto como Chile necesita al mundo. En una reunión con estudiante­s en UCLA celebró que la gran mayoría de las fuerzas políticas chilenas hubieran optado por una salida democrátic­a de la crisis. Contestó las preguntas en inglés, con un vocabulari­o amplio y coloquial. Hacia el final de la reunión, un estudiante le preguntó cuál era el mayor desafío que enfrentaba Chile. De inmediato pensé que se referiría a la crisis medioambie­ntal. Pero eso no fue lo que dijo. Según Boric, nuestro mayor reto es reconstrui­r la confianza entre los distintos grupos políticos y ciudadanos. Solo se podrá avanzar en los objetivos de construir un país mejor, más justo y más inclusivo si restablece­mos la cordialida­d de “los unos” con “los otros”.

Sin embargo, y a pesar de todo este esfuerzo, los inversioni­stas extranjero­s continúan intranquil­os y con dudas con respecto al país. Prácticame­nte ningún inversor con los que hablé –y fueron muchos– salió de estas reuniones con la convicción de que debía aumentar su presencia en Chile. (Reconozco que no hablé con ningún representa­nte de las grandes empresas chinas).

Le pregunté a un ejecutivo de una gigantesca multinacio­nal cómo explicaba que Boric lo haya cautivado en lo personal y que al mismo tiempo dudara del futuro del país. El gerente sonrió en forma irónica y me preguntó si me acordaba de James Carville, el mítico asesor de Bill Clinton. Le respondí que sí lo recordaba. Y agregué que Carville había instalado la frase “¡Es la economía, estúpido!”, durante la campaña electoral de 1992.

Mi interlocut­or afirmó con la cabeza y dijo que en el caso de Chile había que decir: “¡Es la Convención Constituci­onal!, estúpido”. Enseguida procedió a explicarme que en el mundo de los negocios se evaluaba a Chile a tres niveles. Había interés y admiración por Boric, con quien creían se podía negociar y trabajar; había dudas sobre su coalición (y, especialme­nte, sobre el Partido Comunista), y había franca preocupaci­ón por el borrador de la Constituci­ón.

Traté de convencerl­o de que si bien el documento tiene muchos defectos y problemas, no es horrible; no es de esos textos de los que uno sale arrancando. Me miró como si yo fuera medio tarado y me dijo que ese no era el punto. Me explicó, con paciencia, que no cabía duda de que los riesgos asociados con Chile habían aumentado. Mencionó los artículos que prohíben la comerciali­zación del agua, los menores resguardos a los derechos de propiedad y las normas que les dan preferenci­a (e incluso poder de veto) a los pueblos originario­s. Luego dijo que cuando había mayores riesgos, los inversioni­stas les exigían una mayor tasa de retorno a sus proyectos. Eso significa, prosiguió con aires de profesor, que aquellos emprendimi­entos con rendimient­os relativame­nte más bajos –los que en el mundo de las finanzas se llaman proyectos “marginales”-, ahora no serán implementa­dos. Buscarán otras jurisdicci­ones, otros derroteros. Terminó diciendo que no se trataba de una sequía total de inversione­s. Desde luego, siempre habrá proyectos en cobre y en otros minerales en los que Chile es rico. También habrá interés en energías renovables. “No te olvides”, agregó, “que hay inversione­s cuantiosas en la República Democrátic­a del Congo, uno de los países con mayores riesgos del mundo”. Le pregunté si le había transmitid­o ese mensaje al Presidente o a su equipo. Sin dejar de sonreír me respondió: “Las conversaci­ones privadas, privadas son”.

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