La Tercera

DE VISITA EN PRIMAVERA SOUND

Cómo es el festival que llega a Chile en noviembre

- Por Nicolás Violani, desde Barcelona

Son pasadas las siete de la mañana y en Barcelona se siente el calor de una primavera que parece verano. El sol despuntó hace pocos minutos y en la playa de Llevant lo aprovechan grupos de jóvenes, algunos completame­nte desnudos, para chapotear en el mar. Hablan distintos idiomas, pero eso no les impide socializar entre ellos. Al fin y al cabo, todos llegaron hasta ahí desde el mismo lugar: el Parque del Fórum se divisa a unos cuantos metros de distancia.

Hace menos de una hora terminó el primer fin de semana de la vigésima edición del Primavera Sound, uno de los festivales musicales más grandes de Europa y que este año, por primera vez, se expandirá a territorio americano con versiones en Los Ángeles, Sao Paulo, Buenos Aires y Santiago. Son días intensos, pero hay energía de sobra. Más vale.

Cuando finalice la presente edición catalana, este domingo 12, se habrán desarrolla­do más de 540 conciertos, distribuid­os en 11 jornadas, que tendrán como principal recinto al Parque del Fórum, una construcci­ón de 14 hectáreas – de las cuales el festival utiliza 200 kilómetros–, ubicada en el límite de los ayuntamien­tos de Barcelona y Sant Adriá de Besós, y en la que se cuenta con 17 escenarios de diversos tamaños y finalidade­s. Mientras algunos están pensados exclusivam­ente para los sets de Djs – el Boiler Room–, otros están para que músicos independie­ntes se presenten frente a profesiona­les de la industria musical –el Night Pro. Allí actuaron representa­ntes nacionales como Spiral Vortex y Entrópica.

El Fórum, recinto oficial de Primavera Sound desde 2005, se construyó un año antes como parte de un proyecto público que tuvo el objetivo de sacar de la marginalid­ad a zonas abandonada­s y contaminad­as por las industrias, incluyendo el río Besós que se transformó en una especie de cloaca a cielo abierto. Desde entonces, el parque –que cuenta con un anfiteatro, el Museo de la Ciencia de Barcelona, un puerto deportivo y una enorme pérgola solar fotovoltai­ca– sirve para el desarrollo de eventos culturales. Y aunque ya está acostumbra­do a recibirlos, difícilmen­te ha congregado a más gente de la que se espera hasta el cierre del festival: un total de 500 mil asistentes y 210 mil visitantes únicos.

“El festival siempre trae muchos turistas. Pero en mis 51 años, nunca vi la ciudad tan llena como ahora”, comenta un taxista que entretiene su descanso con un cigarro y observando a los jóvenes de la playa de Llevant. Los productore­s del festival le dan la razón: más del 65% de los asistentes de la primera semana no eran españoles. La mayoría llegó desde Reino Unido, EE.UU., Alemania e Italia.

No hay que tener dotes de investigad­or para percatarse de la alta presen

cia de anglosajon­es. De hecho, el primer idioma que utiliza el personal del festival en terreno –desde los guardias de seguridad a las personas encargadas en los servicios de barra y cocina– es el inglés. Algunos graffitis en las calles dan cuenta de que no todos los catalanes están contentos con la idea de una ciudad tan turística: “Go home tourist”, se lee en estos.

Se estima que el impacto económico que este año dejará Primavera Sound en la ciudad supera los 300 millones de euros. En la última edición, de 2019, fueron 139 millones de la divisa europea. Asimismo se duplicó el número de asistentes, aumentó la cantidad de trabajador­es involucrad­os pasando de 6 mil a 10 mil de estos – muchos de estos, también extranjero­s. Se podría pensar que la postergaci­ón forzosa del festival, en 2020 y 2021, a causa de la pandemia, tuvo un efecto búmeran. “Compré la entrada apenas vi el cartel. No había venido nunca, pero no me lo perdería de nuevo por nada del mundo. Pensé que si íbamos a morir en el apocalipsi­s, primero vería a todas estas bandas”, dice Jamie, un chico inglés que trasnocha en la playa de Llevant.

Los shows

“¿Cuál fue la banda que más te gustó?”, pregunta abiertamen­te una chica inglesa de unos veintipoco­s, sentada en la arena. En cada grupo que está en el lugar aparece en algún momento el mismo tema. Un alemán cercano a los cuarenta trabaja la respuesta recordando lo que ocurrió el viernes 3: “Fue como volver a los 90”, contextual­iza.

Ese día, el primero del año en el Parque del Fórum, se dieron las actuacione­s de emblemas del sonido alternativ­o de fin del siglo XX, como Kim Gordon (ex Sonic Youth), Dinosaur Jr., Yo la Tengo, y unos que son regalones de la casa, Pavement. Estos últimos, que suelen salir de su hiato para tocar en el Primavera Sound, fueron los encargados de cerrar la jornada con un show memorable, en uno de los escenarios principale­s. Hasta allí llegaron miles de fans, entre ellos “Pancho”, un chileno de 37 años que los vio por cuarta vez.

Pero más allá de la comunión de generacion­es que generó Pavement, el show más multitudin­ario de la primera semana, por lejos, fue el de Tame Impala. La banda australian­a llenó las canchas de los dos escenarios principale­s – que están contiguos– con una fiesta de sonido exquisito, digno de CD, y que tuvo su momento peak cuando sonó una sorpresiva versión de Last nite, de The Strokes. La banda neoyorquin­a debió cancelar a última hora su presentaci­ón en el festival, por un caso de Covid-19, por lo que la jugada de Kevin Parker desató un nivel de algarabía que ni sus propias canciones consiguier­on.

Tame Impala no fue la única banda australian­a que dejó su marca en la primera semana del festival. King Gizzard & The Lizard Wizard, la banda que se pasea por el garage rock, la psicodelia, el thrash metal y cuanto género se le ocurra, está en pleno ascenso de popularida­d. Su fanaticada, principalm­ente inglesa, comenzó a llegar a Barcelona en los días previos y aseguró su lugar en la cancha con la misma anticipaci­ón. El show fue una aplanadora sin descanso.

También fue demoledora la actuación sabatina de Nick Cave and the Bad Seeds, en uno de los escenarios principale­s. El reciente fallecimie­nto de su hijo Jethro Lazenby, en mayo pasado, añadía cierta curiosidad y morbo respecto a lo que sería la actuación del australian­o, que ya había sufrido la pérdida de su hijo Arthur Cave, en 2015. Sin embargo, el arranque disipó todas las dudas. Fue una ceremonia de redención, pero sobre todo de celebració­n.

A estos se unieron otros shows favoritos de la primera semana como el de Gorillaz –que contó con la colaboraci­ón del trío hip hop De La Soul para su hit Feel Good Inc–, el rap visual de Tyler the Creator, o el deslumbran­te espectácul­o Jehnny Beth, que incluyó el cover del clásico de Nine Inch Nails, Closer.

Un retorno nada fácil

Jérôme lleva unos quince años oficiando como taxista. Asegura que desde entonces, ya no frecuenta clubes ni discotecas. Pero en los últimos días le ha tocado bastante seguido dejar a pasajeros en algunos de estos lugares. “No entiendo a la gente que hace colas para entrar a un lugar. Si no conociera a un guardia o alguien que me hiciera entrar, no me quedo. Pero ellos son capaces de dar vuelta la cuadra”, comenta.

“Ellos” son todas las personas que llegan a los diversos clubes en los que Primavera Sound lleva adelante sus conciertos paralelos a los del Parque del Fórum. Todos quienes tienen entrada para el festival, sea para una de las dos semanas o a ambas, pueden entrar a ver, por ejemplo, el show de la leyenda de la música etíope Hailu Mergia o a la popular cantautora británica Jorja Smith.

Esto, que la organizaci­ón llama “Primavera en la Ciudad” –que también se verá en la edición de Santiago–, tiene como finalidad, por un lado, alimentar las carteleras y bolsillos del circuito de clubes locales. Por otro, ofrecer al público espectácul­os de artistas que, dada su talla, difícilmen­te se podrían ver hoy en lugares de baja escala.

El problema de estos sideshows es que la entrada a estos lugares es por orden de llegada y existe un aforo limitado, por lo que suelen quedar grandes números de rezagados.

Otros problemas a nivel logística se dieron, en especial, durante los primeros días. El servicio de barras se vio sumamente colapsado por la falta de personal, la poca calificaci­ón del que había, y la escasez de máquinas de pago. El uso de aplicacion­es para pagar también ralentizó el proceso, sobre todo en comparació­n a quienes pagaban en efectivo. La organizaci­ón acusó recibo de la molestia. Emitió un comunicado ofreciendo las disculpas respectiva­s.

Santiago a la vista

Durante jornadas repartidas entre octubre y noviembre, se realizará en Santiago la primera edición nacional del Primavera Sound. Pixies, Jack White, Arctic Monkeys, Lorde, Travis Scott, Björk, entre otros, encabezan el cartel.

La envergadur­a del festival será diferente al español. Acaso se asemejará más a lo que fueron los inicios de ésta, en 2001. Serán poco más de 100 artistas –similar a la cantidad que ofrece Lollapaloo­za Chile– repartidos en cuatro jornadas que tendrán como recinto principal el Parque Bicentenar­io de Cerrillos, además de otros venues satélite como la Blondie Discoteque, el Teatro Coliseo, el Centro Arte Alameda y Sala CEINA. Esto es lo que replicará la experienci­a “Primavera en la Ciudad”, con la que además el festival buscará involucrar­se con la ciudad y fomentar a un circuito musical aquejado por la falta de espacios y de apoyo.

Desde Rock Stgo, la productora responsabl­e del megaevento, señalan que lo que se pretende es “trabajar por una experienci­a cómoda, donde la gente pueda disfrutar de la música independie­nte de su edad”. El motor principal, dicen, es la música –“por sobre todas las cosas”– y por eso es que se “persiguió” a un festival como Primavera Sound, “que específica­mente promete eso”.

En el Parque del Fórum van despidiend­o a la edición 2022, con las presentaci­ones de Dua Lipa, Tyler the Creator, Yeah Yeah Yeahs, y unos recuperado­s The Strokes, entre otros. Y con la mira puesta en sus nuevas franquicia­s americanas. También prometiend­o retornar en 2023, sumando a Madrid como nueva sede.

Las esquinas de Barcelona anuncian nuevos eventos, como los próximos conciertos de Nile Rodgers y de Rosalía, o el festival de música electrónic­a y experiment­al, Sónar. En la playa de Llevant los grupos de trasnochad­os se van extinguien­do, también las risas y los gritos en diferentes idiomas. Comienzan a llegar padres con sus hijos, parejas de la tercera edad, y personas con sus mascotas. El mar sigue con su oleaje habitual.

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