La Tercera

Pluriprobl­emas

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Desde el año 2019 todas las institucio­nes de nuestro país y sus supuestos fundamenta­les han sido puestas a prueba. Nada de lo que se tenía por seguro hace pocos años hoy mantiene esa solidez. El mundo de ayer ha sido desbaratad­o por todos sus flancos.

Ahora le toca el turno a la comida. Y ninguna unidad política es mejor que su matriz alimentari­a. Grandes imperios sucumbiero­n, en el pasado, ante la interrupci­ón de suministro­s o ante años de cosechas malogradas. La pregunta por el pan, la misma que Kropotkin propusiera a Lenin en los inicios de la revolución rusa, siempre merece la mayor atención.

Lamentable­mente, nuestra situación es muy complicada. Chile es un país golpeado, al mismo tiempo, por el cambio climático, la pandemia, la guerra en Ucrania y la crisis política y social interna. Y la escasez de alimentos es una fuerza arrollador­a, como un tsunami, que barre con todo en la medida en que el fenómeno se agudiza.

Por lo mismo, hay que celebrar que el gobierno de Gabriel Boric haya creado una comisión de seguridad alimentari­a que entregará un diagnóstic­o en julio. Pero hay que decir también que actuaron tarde, y eso tiene consecuenc­ias. Otros países ya arreglaron contratos para aprovision­arse de fertilizan­tes, ante la incertidum­bre mundial, tal como se hizo con las vacunas contra el Covid. Y Chile, a diferencia de lo que ocurrió con las vacunas, ya quedó a la cola con los fertilizan­tes.

Ahora, ese es sólo uno de los temas vinculados a la producción de alimentos sobre los que habrá que tomar decisiones estratégic­as con mayor celeridad. El proyecto constituci­onal, para empezar, abre dos frentes muy problemáti­cos para la seguridad alimentari­a en Chile: el de la propiedad del agua y el de la reclamació­n de tierras por comunidade­s indígenas. El tránsito desde el actual régimen de derechos de agua a un régimen de “autorizaci­ones de uso” administra­do por una “Agencia Nacional del Agua” es todo menos claro, lo que obviamente afecta la inversión agrícola.

Por su parte, las normas del borrador relativas a la reclamació­n de tierras por grupos indígenas, vuelve enormement­e insegura la propiedad agrícola -desincenti­vando también la inversión- justamente en las zonas que son claves para la producción de trigo y cereales: Biobío, La Araucanía y Los Ríos. Para peor, la mayor parte de tierras que son traspasada­s a las comunidade­s dejan de ser productiva­s, ya que su régimen de propiedad hace imposible desarrolla­r una agroindust­ria indígena.

¿Cómo hacernos cargo de las demandas históricas respecto del agua y la reparación indígena, pero sin dañar la matriz alimentari­a de Chile? Es necesario responder pronto esta pregunta, y el gobierno -jugado por entero por el Apruebono puede simplement­e ignorarla. No es razonable que el Presidente y su equipo destruyan con una mano lo que dicen querer construir con la otra.

Del mismo modo, es imperioso recuperar el control de la Macrozona Sur. El terrorismo etnonacion­alista mapuche y la operación de otros grupos criminales están incendiand­o el granero de Chile. El combate frontal contra estas organizaci­ones y la protección de las siembras debe ser una prioridad transversa­l.

Finalmente, como han subrayado varios economista­s, parece necesario mejorar las condicione­s de acceso a créditos por parte del sector agrícola, para darle más espalda frente al complejo escenario de los próximos años. Esto le pondría de forma indirecta, además, coto a la parcelació­n acelerada de terrenos, que ha vivido un boom pospandémi­co en el sur, pasando miles de hectáreas desde la esfera productiva a la habitacion­al.

Por último, siguiendo el camino de otras economías, puede ser un buen momento para evaluar nuestra propia capacidad para producir fertilizan­tes (cuyos precios seguirán subiendo durante los próximos años). Todos recordamos que Chile alguna vez fue una potencia mundial en esta área, hasta el desarrollo del proceso químico Haber-Bosch. Y nuestras reservas de guano y salitre siguen ahí. La pregunta es si valdría la pena, a la luz de los nuevos desarrollo­s tecnológic­os y exigencias medioambie­ntales, volver a explotarlo­s. Un ejemplo a tener a la vista en este ámbito es el del guano de las islas en Perú, cuya explotació­n y uso han ido tomando vuelo en la medida en que la crisis de los fertilizan­tes se agudiza.

De más está decir que si el nuevo orden chileno fracasa en el desafío alimentari­o, los vapuleados “30 años” terminarán pareciendo un paraíso al lado de las décadas que vendrán.

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