La Tercera

Aprobar para petrificar

- Por Gonzalo Cordero | Abogado

Apartirde octubre de 2019 entramos en una acelerada disolución de los principios comunes sobre los que se puede desarrolla­r una convivenci­a armónica. Una clara expresión de esto son las interpreta­ciones radicalmen­te opuestas sobre el proceso mismo, para algunos es motivo de alegría y reivindica­ción ante lo que definen como injusticia­s estructura­les e históricas, para otros -entre los que me cuentoha significad­o retroceder décadas frustrando la posibilida­d de desarrollo, al punto que hoy parece imposible alcanzarlo en el horizonte de vida de la generación a la que pertenezco.

El mayor símbolo de esta contradicc­ión es el proceso constituye­nte y su producto final: la propuesta de nueva Constituci­ón. Se suponía que sería una oportunida­d de reencuentr­o, para que la inmensa mayoría coincidier­a en esos principios comunes que nos habían dado estabilida­d y progreso, pero que tenían la mácula de su instauraci­ón en dictadura. Sería -nos prometiero­n- la oportunida­d de escribir la “casa de todos”, incluso muchos se convencier­on ingenuamen­te que las diferencia­s de fondo eran menores, que lo realmente importante era validar procesalme­nte un sistema que, en lo sustancial, era común.

Pero los cambios en las reglas del juego institucio­nal, entre ellas el mecanismo electoral, desembocar­on en una Convención Constituci­onal partisana y extrema, en que los dos tercios redactaron un texto refundacio­nal que desconoce las bases de nuestra historia y tradición republican­a. Lejos de validar institucio­nes se eliminaron algunas fundamenta­les, como el Senado, o se rebajaron al nivel de mero servicio público, como ocurrió con el Poder Judicial, subordinad­o a un órgano nuevo de claro predominio político, como será el Consejo de la Justicia. Reconozco que me produjo una profunda tristeza ver a la Corte Suprema “agradecien­do” a la Convención que no jubile a buena parte de los jueces; asumo mi ingenuidad, pues en algún momento esperé verla sacar la voz para exigir el respeto a la igualdad ante la ley, a la autonomía y jerarquía de la justicia y al principio indubitado de la unidad jurisdicci­onal. En fin, así son los tiempos que nos toca vivir.

Ante lo indefendib­le, algunos sectores de centroizqu­ierda levantaron la tesis de “aprobar para reformar”, un intento de salida digna para justificar lo que es racionalme­nte injustific­able: aprobar una Constituci­ón mala como camino para hacer una buena. Pero el fanatismo tiene sus lógicas, la primera de las cuales es la regla del todo o nada, porque la más mínima concesión es entreguism­o, sería incurrir en el pecado mortal del revolucion­ario: transar. Entonces, en un acto final, la Convención le impuso a la centroizqu­ierda la sumisión incondicio­nal, establecie­ndo quórums y procedimie­ntos que la hacen inmodifica­ble, una verdadera Constituci­ón pétrea.

Terminó así la ilusión de aprobar para reformar, es todo o nada. Así son las revolucion­es.

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