La Tercera

Aprobar sin reformar

- Sylvia Eyzaguirre INVESTIGAD­ORA CEP

¿Conoce usted algún político que le guste la nueva Constituci­ón? Leyendo la prensa no he encontrado ninguno. Lo más benevolent­e que he escuchado es que no es tan mala, imagínese que ni siquiera a los convencion­ales del Colectivo Socialista les gusta. El senador José Miguel Insulza, senador socialista, ha sido lapidario con el nuevo texto; Heraldo Muñoz ha destacado los graves errores que tiene el texto en materia internacio­nal, incluso Javier Couso reconoce en privado los problemas serios de la nueva Constituci­ón, y, sin embargo, todos ellos dicen abiertamen­te que votarán Apruebo. ¿Por qué esta contradicc­ión? ¿Por qué personas que saben el rol que juega una Constituci­ón están dispuestas a aprobar un texto que ellos mismos encuentran aberrante? Claramente no por convicción.

En vistas del poco aprecio que genera el texto en la izquierda, se ha puesto de moda hablar de aprobar para reformar. ¿Pero tiene esta opción alguna probabilid­ad de llevarse a cabo? Ninguna. Analicemos el escenario. De ganar la opción Apruebo el 4 de septiembre, ¿por qué la izquierda más radical se va a abrir a cambiar la nueva Constituci­ón, si la gente decidió libremente aprobar esta Constituci­ón y no otra? ¿No sería acaso pasar a llevar la soberanía popular el intentar modificar lo que recién el pueblo aprobó? ¿Por qué el Frente Amplio o el Partido Comunista se van a abrir a cambiar un texto que en principio responde a su ideología, si más encima cuentan con el apoyo de la ciudadanía? Sinceramen­te, no veo espacio para que durante la transición el gobierno impulse reformas constituci­onales. Ahora bien, si una mayoría del Congreso quisiera cambiar la Constituci­ón, como ellos mismos han manifestad­o, ¿tienen los quórums para hacerlo? La Constituci­ón en las materias sustancial­es exige 2/3 de los parlamenta­rios o 4/7 con plebiscito. Actualment­e, para que la izquierda alcance los 2/3 requiere los votos de la Democracia Cristiana, Evópoli y parte de Renovación Nacional, es decir, imposible. Para la derecha tampoco está fácil, pues necesita los votos del Partido Socialista, que es socio del gobierno. Los 4/7, sin duda, son más fáciles de obtener (por definición), pero el plebiscito eleva el costo de esta opción, de ahí que en la evidencia comparada sea una herramient­a relativame­nte poco usada. Es decir, con la actual composició­n del Congreso se ve muy difícil llegar a acuerdos para cambiar aspectos sustancial­es y con la renovación del Congreso en 2026 se ve aún más difícil con el subsidio a la izquierda a través de los escaños reservados a los pueblos originario­s.

Pero hay un obstáculo aún más complejo que los anteriores para reformar la Constituci­ón. El Convenio 169 de la OIT establece que cualquier materia que afecte a los pueblos originario­s requiere consulta indígena. De manera que, durante la transición, si se quisiera modificar la plurinacio­nalidad del Estado de Chile o su sistema judicial o la autonomía de los territorio­s especiales, se debe primero consultar a los pueblos originario­s, consulta que la experienci­a internacio­nal nos enseña que lleva años. Luego, una vez que la nueva Constituci­ón entre en régimen (2026), existe una discusión entre abogados de si estas modificaci­ones no exigirán, además, el consentimi­ento de los pueblos originario­s. El texto constituci­onal establece que los pueblos originario­s deben ser consultado­s y además entregar consentimi­ento en aquellas materias o asuntos que les afecten relativos a las entidades territoria­les. Es decir, aun cuando el Congreso tenga los 2/3 y el 90% del país estuviera de acuerdo en cambiar la plurinacio­nalidad o las autonomías territoria­les, no es evidente que se pueda cambiar sin el consentimi­ento de los pueblos originario­s, algo que a todas luces jamás sucederá. En definitiva, si somos honestos, no existe aprobar para reformar. Esta es otra mentira para blanquear las conciencia­s de quienes encontrand­o aberrante el texto igual dicen votar Apruebo.

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