La Tercera

Humor y política

- Por Gonzalo Cordero | Abogado

Por curiosa paradoja, el humor suele hacernos pensar en cosas serias y la política hacernos reír, probableme­nte porque ambas actividade­s viven en el medioambie­nte de la contradicc­ión. En un interesant­e ensayo Arthur Koestler analiza el fenómeno de la risa y sostiene que ella es la consecuenc­ia espontánea e incontrola­ble que se produce cuando la mente detecta un quiebre lógico en un relato; por eso, nada más falso que el viejo dicho de que “la risa abunda en la boca de los tontos”, en realidad, la risa está ausente en los que carecen de la perspicaci­a para captar esas contradicc­iones.

En la política también habita la contradicc­ión, pero de manera diferente, no es meramente intelectua­l, sino que se expresa en la disociació­n entre lo que se predica y lo que se practica. A veces estas contradicc­iones alcanzan niveles grotescos, son un verdadero atentado al pudor y tienen también algo de candor, porque implican la clásica “ingenuidad” del Rey que supone que puede ir desnudo sin que nadie se percate.

Es lo que pasó con el cambio de denominaci­ón del gabinete de la Primera Dama, para convertirl­o en el “Gabinete de Irina Karamanos”, que superó el estándar del debate político serio, o mejor dicho el debate en serio, al punto que literalmen­te convirtió al gobierno por un par de días en un meme. Esto ocurrió, en buena medida, porque los protagonis­tas llevan años denunciand­o a los poderosos, abjurando de la elite y erigiéndos­e en paladines contra los privilegio­s; pero ahora resulta que a la primera de cambios encarnan, cual Luis XIV, la famosa frase “el Estado soy yo”, aunque más propiament­e en este caso habría que decir “el Gabinete de la Primera Dama soy yo”. Cómo no sonreír, al menos.

Nuestro actual gobierno está formado principalm­ente por jóvenes a los que parece asistirles una contradicc­ión insalvable: quieren seguir presumiend­o del estatus moral de David ahora que tienen el poder de Goliat; lamentable­mente no se puede pretender jugar ambos roles a la vez, sin estar siempre al borde de ser objeto de un meme. Su concepción unidimensi­onal de las relaciones sociales, en que toda interacció­n está definida por el abuso y dominación de los fuertes sobre los débiles, los hace exudar una visión mesiánica de la política, porque ellos no solo representa­n el bien, sino a diferencia de la izquierda que los precedió no se “venden” al modelo.

Por cierto, aunque no abundan, en toda época existen ejemplos de integridad, personas superiores con valores sólidos hasta el heroísmo o la santidad, pero pretenders­e superior es incompatib­le con serlo, creerse mejor que los demás es una suerte de oxímoron moral. Cuando a alguien se le asoma esa contradicc­ión se expone a sufrir la sutil ironía de personas con la agudeza de John Kerry.

Nada destruye más la autoridad del gobernante, cualquiera sea, que exponerse al chiste ingenioso; después de la última carcajada ya no queda autoridad, solo pervive el poder en su basta desnudez. Esa es la paradoja del humor y la política.

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