La Tercera

Abdique, hágalo por Chile

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Las condicione­s para un nuevo pacto de clases orientado a la construcci­ón de un Estado social en Chile están maduras desde noviembre del 2019. En otras palabras, la opción de acuerdos amplios y duraderos entre izquierdas y derechas para consolidar nuestras clases medias a mediano plazo llevan más de dos años arriba de la mesa. Las tesis políticas de la derecha económica fueron derrotadas (se rompió el elástico que ellos pensaban que aguantaba) y eso ha sido reconocido por todos los actores sobrevivie­ntes de la centrodere­cha.

Sin embargo, han sido las izquierdas las que se han negado a consolidar dichos acuerdos ¿Por qué? Porque quieren un orden a su pinta. Quieren llevarse la república para la casa. Quieren una especie de gran Gabinete Karamanos a escala nacional. No quieren hacer yunta con el adversario para arrastrar la pesada carreta de nuestra modernizac­ión. Prefieren tratar de arrastrarl­a solos, aunque no tengan la fuerza necesaria, para reclamar propiedad sobre el total de la carga.

La razón detrás de esta actitud tiene explicació­n: la izquierda chilena carece realmente de proyecto político, aunque sus intelectua­les se hayan adueñado de casi toda la academia. Lo suyo es el antipinoch­etismo, que es una variación invertida del pinochetis­mo. Y casi nada más. Luego, sueñan con imponer -1 ahí donde Pinochet impuso 1, para lo que necesitan un poder equivalent­e al de una dictadura. Todo bajo la regla chilena de oro: “¿Y cómo el otro?”.

No es irrelevant­e el hecho de que toda la generación perdida de la izquierda son personas a las que la dictadura, por lo bajo, les dañó irreparabl­emente la juventud. Gente que no pudo vivir una irresponsa­ble rebeldía, porque había demasiado en juego. Carolina Tohá una vez lo dijo tal cual: su generación nunca pudo darse el gusto de la irreverenc­ia. Fueron ordenadito­s, funcionale­s, obedientes. Y, por lo mismo, se rindieron frente a sus hijos rebeldes. Realmente los admiran. El retorno de lo reprimido los condenó a una docilidad final: pasar el último tramo de sus vidas como aduladores y espadachin­es de la adolescenc­ia ajena.

La rendición ante la épica adolescent­e es el hilo invisible que une a Stingo, Baradit, Atria, Bassa, Viera y varios más dentro de la Convención. Todos personajes de 50 años que con complejo de efebo anuncian que “se vienen cositas”. Todos con serias dificultad­es para tolerar y explorar el desacuerdo, pues detrás de su pose altanera campea la insegurida­d quinceañer­a. De ahí su común desprecio por la Concertaci­ón, pues fue una coalición dirigida por adultos.

El tema es que nuestro país no aguanta otra década de pendejadas. Tenemos problemas grandes que demandan soluciones adultas. El mismo punto que el exministro griego Yanis Varoufakis, desde la izquierda, trató de hacer ver a sus pares de la Unión Europea: no podemos movernos eternament­e por el deseo moralista de revertir lo pasado. Llega el momento de asumirlo y superarlo. Ser adulto, después de todo, es haber aprendido a perder. No frente a otros, sino frente a la vida misma. En palabras de Nicolás Gómez Dávila (en sus “Textos”), “nuestro terrestre aprendizaj­e es un desposeimi­ento minucioso”. “Vivir -concluye- no es adquirir, es abdicar”.

Es esa incapacida­d de abdicar lo que informa aquella vehemencia infantil que el convencion­al Renato Garin identifica algo confusamen­te con una pulsión cristiana en el lote de convencion­ales ya mencionado. La incapacida­d de asumir que Dios no esté claramente de su lado. La necesidad de un dios de los ejércitos que venga a hacer justicia en los términos que ellos creen justos. La niñería, condenada por tanto profeta verdadero, de no entender el silencio y el desierto.

Por todo esto, si yo tuviera la capacidad de hacer algo así, convocaría a mi generación que no está perdida, pero transita rápido a la perdición- a un pacto de adultez. A renunciar a nuestra pretensión adolescent­e de ser los buenos y bellos de la película. Y convertirn­os en viejos asumidos capaces de hacer la pega, poniendo las necesidade­s del país por delante. A dejarle a la generación siguiente un Estado social en construcci­ón, al que todos queramos ser leales. Estado anclado en una Constituci­ón democrátic­a decente, concisa, bien escrita y continuado­ra de una tradición republican­a bicentenar­ia. ¿Somos capaces, Presidente, de algo así? ¿Ministro Jackson, Ministra Vallejo, Ministra Siches? ¿Podemos renunciar a ser importante­s, para ser útiles? ¿Podemos resignarno­s, de una buena vez, a compartir la yunta patria?

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