La Tercera

Chernóbil desde Ventanas

- Sebastián Izquierdo Coordinado­r académico CEP

El ambiente es desolador. Una larga y vacía playa; paseos costeros, restaurant­es y comercios que no reciben turistas desde hace décadas; los días parecen levemente nublados, pero en realidad es el vapor y gas tóxico que emanan de las casi veinte industrias que terminaron por destruir la bahía de Quintero. Este es el escenario en el que se encuentra un lugar que originalme­nte era un gran atractivo vacacional, rica en pesca y en agricultur­a, menoscabad­a tras la instalació­n de la primera termoeléct­rica y fundición estatal en Ventanas. La creación de este polo industrial, que ha crecido en sus décadas de funcionami­ento, significó una importante fase de desarrollo, hoy anulada por una serie de desastres medioambie­ntales.

A comienzos de los 90, tras declarar que la zona se encontraba saturada por anhídrido sulfuroso y material particulad­o respirable, se hizo el primer intento por rescatarla, con la creación de un plan de descontami­nación. Sin embargo, el proceso de revisión de dicho proyecto no inició hasta el 2011; mismo año en que se dieron a conocer los episodios de convulsion­es, vómitos y desmayos de la escuela La Greda, ubicada a 600 metros de una termoeléct­rica. ¿La solución? Paradójica­mente esta tuvo que cerrar, tras cuatro generacion­es de exalumnos que alojaban en sus recuerdos un abandonado establecim­iento con restos de hollín.

Un par de derrames de petróleo y otros cuantos más que no se supieron, y decenas de alzas de emisiones de dióxido de azufre y otros incidentes ambientale­s, han sido la tónica en esta zona de “sacrificio”. Consideran­do esto, el cierre de la anacrónica fundición de Ventanas -que obliga a Codelco a fundir subsidiari­amente a grandes fortunas disfrazada­s de pirquinero­ses una señal poderosa. Así, no es de extrañarse que el Ejecutivo, interesada­mente, quisiera sumarse por medio de la intromisió­n en la decisión del gobierno corporativ­o, otorgándos­e la responsabi­lidad de que “ningún trabajador se quedará sin empleo”. En lo que el gobierno sí debe tener injerencia, es en el diseño de un plan de progreso que determine construir una nueva fundición de mayor capacidad, que cumpla con los más altos estándares internacio­nales, ubicada en una zona que no esté saturada, como ya lo está Puchuncaví.

Sorprende que conociendo la larga trayectori­a que tiene el “accidente” ambiental en Quintero-Puchuncaví, estemos tan en pañales. Un informe que emitió recienteme­nte la Contralorí­a, respecto de por qué la gestión ambiental no ha permitido dar solución al desastre, obtiene conclusion­es preocupant­es: tenemos un orden regulatori­o insuficien­te para los contaminan­tes, pues no hay estándares para el suelo ni para algunos contaminan­tes del aire; se desconoce la cantidad de gases producidos por cada empresa de la zona; y la descoordin­ación estatal ofrece un futuro poco esperanzad­or. Son muchos los desafíos para rescatar a lo que muchos califican como el “Chernóbil chileno”. Ojalá que, a diferencia de ese catastrófi­co hecho, seamos capaces de lograr una transición socio-ecológica justa, parar detener un desastre que ha ido destruyend­o lentamente todo a su paso.

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