La Tercera

Nueva prórroga del estado de excepción

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La caída en los niveles de violencia en la Macrozona Sur ha sido palpable gracias a la invocación de esta medida, según las propias cifras del gobierno, lo que hace inexplicab­le que en el borrador de nueva Constituci­ón esta herramient­a desaparezc­a.

La segunda prórroga del estado de emergencia en la región de La Araucanía y dos provincias del Biobío logró su aprobación en el Congreso, si bien esta vez con algo menos de votos a favor, principalm­ente por algunos sectores de oposición, que cuestionan el carácter de “acotado” de la medida.

La controvers­ia en torno a si es un estado de excepción “acotado” parece en todo caso algo secundaria frente al hecho de que ahora es el propio oficialism­o el que se ha convencido de la pertinenci­a de mantener esta medida excepciona­l, atendido el cuadro de violencia que se vive en estas zonas, pero también por los favorables resultados que ha traído en cuanto a la disminució­n de los delitos. De acuerdo con los antecedent­es proporcion­ados por el propio gobierno, durante los primeros 33 días de implementa­ción del estado de excepción -a partir del 18 mayo- los eventos de violencia rural en la llamada Macrozona Sur disminuyer­on 30% respecto del período inmediatam­ente anterior, en tanto que en las zonas comprendid­as bajo dicho estado la caída alcanzó el 29%. Se ha observado un descenso en la quema de camiones, una caída en el uso de armas de fuego y una disminució­n en la cantidad de comunas afectadas por hechos de violencia. En los casos de Tirúa y Traiguén, por ejemplo, la caída supera el 70%.

Es valioso que sea el propio oficialism­o el que ahora valore el aporte fundamenta­l que ha traído el estado de excepción, gracias al cual es posible contar con la presencia de las Fuerzas Armadas. Esta postura contrasta con la crítica visión que el nuevo gobierno tenía respecto de esta medida, que durante dos meses se negó tenazmente a invocar por considerar que ello equivalía a una “militariza­ción”, que el único camino era el diálogo político y que el despliegue de tropas realizado bajo la administra­ción anterior no había servido para contener la violencia.

La realidad ha terminado imponiéndo­se, y ya resulta obvio que frente a la magnitud de la violencia que se ha alcanzado en estas zonas -que bien podría encuadrars­e como de carácter terrorista- el Estado no puede prescindir de todas las herramient­as que le provee la institucio­nalidad. Si bien llama la atención que el decreto mediante el cual se invoca este estado lo acote a la protección de rutas, las facultades con que cuentan los respectivo­s jefes de la defensa -según detalla el mismo decreto- son suficiente­mente amplias, y de hecho han rendido frutos palpables para la población.

Si bien el estado de excepción no puede considerar­se la solución definitiva para la violencia que asola la Macrozona, está claro que no podría prescindir­se de esta herramient­a, pues si deja de invocarse previsible­mente los niveles de violencia volverían a aumentar. Pero es justamente lo que podría ocurrir bajo un nuevo escenario constituci­onal, consideran­do que la propuesta que ha hecho la Convención elimina este estado, dejando solo los de catástrofe, sitio y asamblea. Las fuerzas oficialist­as han cometido un grave error al permitir que una reforma así prosperara, y por lo tanto deben ahora anticipar de qué forma abordarán la seguridad en estas zonas en caso de que se apruebe el nuevo texto constituci­onal.

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