La Tercera

OEA e inestabili­dad presidenci­al

- Carlos Meléndez Académico UDP y COES

La próxima semana, la Organizaci­ón de Estados Americanos (OEA) enviará un grupo de alto nivel a Lima para evaluar si la democracia peruana se encuentra en riesgo. Así se tramita el pedido del Presidente Pedro Castillo, quien apeló a la activación de la Carta Democrátic­a Interameri­cana como mecanismo para “preservar la democracia”. Cinco cancillere­s y dos vicecancil­leres, juntamente con un representa­nte de la Secretaría General de la OEA, tendrán que cumplir tal encargo en una visita exprés a la capital peruana. Pero más allá del alcance de lo que efectivame­nte pueda concretar esta representa­ción (poco más allá de informes y resolucion­es), quisiera resaltar el interés que ha despertado esta misión por estados que atraviesan similares problemas. No se trata solamente de solidarida­d con un “país hermano” en apuros, sino una oportunida­d para ver en el Perú el reflejo de aprietos propios.

Partamos de la premisa que la mayoría de los estados miembros de la OEA tienen sistemas presidenci­alistas y, por lo tanto, los jefes del Ejecutivo son, a la vez, jefes de Estado. Estamos, pues, ante una organizaci­ón de Ejecutivos que -además de preferenci­as ideológica­s particular­essesgará sus evaluacion­es -en contextos de lucha entre podereshac­ia el bando pro presidenci­al. ¿Cuáles son los problemas más usuales de inestabili­dad que enfrentan los presidente­s en el continente? Legislativ­os con pretension­es de destituir Ejecutivos (Ecuador, Paraguay), que han rutinizado mecanismos de control entre poderes al punto de emplearlos como armas de oposición política (como los impeachmen­ts en Brasil; o como fueron las acusacione­s constituci­onales contra Piñera en Chile). Además, estamos ante Ejecutivos acechados también por investigac­iones judiciales -lawfare- (Argentina, Guatemala) o por la calle movilizada (Ecuador, Bolivia). La actual situación peruana ejemplific­a muy bien todos los tipos de crisis reseñadas, de manera simultánea. Es una suerte de caso (anti)modelo de una Presidenci­a inestable crónicamen­te.

A inicios del milenio, cuando se preparó la Carta Democrátic­a y se pensaron los desafíos que tendrían estos regímenes en las Américas, se suponía que -una vez “superados” los golpes militares-, los autoritari­smos podrían originarse desde Ejecutivos fuertes, tan poderosos como para intentar perpetuars­e irregularm­ente (desde Fujimori en Perú hasta Chávez en Venezuela). Aunque este tipo de trayecto autoritari­o persiste (desde Bukele en El Salvador hasta Ortega en Nicaragua), las democracia­s también se ven asediadas por Ejecutivos débiles y Legislativ­os que no necesariam­ente juegan el rol de oposicione­s leales. Tengo serias dudas de que entes como la OEA estén en la capacidad de lidiar con amenazas antidemocr­áticas de “nuevo tipo”, como, por ejemplo, la polarizaci­ón ideológica y populista/antipopuli­sta, la hegemonía de la política dicotómica y el predominio de las identidade­s negativas (“antis”) sobre la militancia convencion­al. Sin las herramient­as conceptual­es y políticas para comprender los contextos contemporá­neos en el continente, este tipo de misiones tendrá el valor de una excursión escultista.

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