La Tercera

Jugar tenis siendo ciego: el paradigma que se rompió en La Cisterna

En medio de la clínica realizada por el profesor argentino Eduardo Reffetto, un periodista de se sumerge en la experienci­a de practicar el deporte blanco sin ver.

- Aquiles Cornejo

Cuando uno va a su primera clase de tenis, lo primero que el profesor te dice es: “nunca hay que dejar de mirar la pelota”. Es una ley, prácticame­nte. Una instrucció­n que terminas replicando de forma automática en cada contacto que tienes con esa bola amarilla que persigues por horas. Al sacar, la buscas en el cielo. Al recibir, la miras con atención intentando anticipar sus movimiento­s. Cuando corres hacía la malla, intentas alcanzarla como si fuese un objeto que va a desaparece­r si toca el piso dos veces. Siempre con los ojos fijos sobre ella.

Así lo hice por años, al punto de muchas veces olvidar todo el resto. Solo entraba a la cancha (a jugar a un nivel amateur bastante mejorable) para fijarme en ella. No escuchaba, no olía, no sentía. Todo se reducía a mirar y golpear.

Eso hasta que el lunes siete de noviembre, llegué al colegio Santa Lucía de la Fundación Luz, ubicado en La Cisterna, como invitado a una clínica de tenis para ciegos, producida por Betterspor­t, en el marco de su trabajo de sostenibil­idad en deporte. A su cargo estaba Eduardo Raffetto, profesor argentino que lleva once años masificand­o esta disciplina en el continente. Trajo la variante desde Japón y con el pasar del tiempo la sistematiz­ó: creó la Asociación Argentina de Tenis Para Ciegos y ayudó a dar vida a los primeros Congresos Mundiales. De estos últimos surgió la Asociación Internacio­nal de Tenis Para Ciegos

Raffetto es un revolucion­ario, pero también un tipo extremadam­ente cercano. Apenas llegó el primer grupo de alumnos, su energía se volcó hacía los chicos, quienes en su mayoría ni siquiera sabía que era el tenis. Muchos tocaron por primera vez una raqueta, intentando descifrar su esencia solo con el tacto. Los hizo recorrer la cancha y palpar la malla. Sentir la pelota, que para esta disciplina es más grande, esponjosa y contiene bolitas de acero en su interior.

De esa forma, Raffetto los fue acercando a un deporte que por muchos años parecía imposible para la gente con discapacid­ad visual. En medio de esas dinámicas, me tocó compartir con los chicos lanzándole­s pelotas y viendo como la seguían solo con el ruido que generaban. Algo impensado para este cerebro acostumbra­do a lo visual.

Sabiendo que en un momento determinad­o me iba a tocar jugar vendado, intenté constantem­ente acostumbra­rme al ruido.

El entrenador argentino Eduardo Raffetto lleva once años masificand­o esta disciplina en el continente.

Sentir un poco más cercana la percepción a través de los oídos y dejar de entender el tenis como un deporte visual. No fue posible. Cuando me tocó ponerme las gafas especiales que no permitían ver nada, me sentí perdido dentro de esa cancha reducida, que tiene bordes sobresalie­ntes para que el jugador pueda ubicarse. Sentí la soga de tres milímetros de espesor que va adherida al piso, pero no fue suficiente. Mientras Raffetto me daba la primera señal (él dice “ya”, yo digo “listo” y él, “juego”) intentaba pensar cómo el movimiento que he hecho por años, que he adoptado como natural, no iba a poder hacerlo sin mirar. El resultado fue una pelota sonora pasando por mi derecha sin ser golpeada. Sin siquiera haberla rozado.

Ese frustrado intento, me hizo ver con aún más asombro lo que los tres grupos de alumnos del Colegio Santa Lucia hicieron esa mañana. No les importó no ver la pelota. No les importó no saber cómo tocar la raqueta. No les importó sumergirse hacía algo nuevo y difícil. Disfrutaro­n con cada actividad y celebraron con fuerza cada vez que

lograron pegarle a esa bola sonora y meterla al otro lado de la cancha. Un solo golpe, puede ser el Grand Slam más importante en la vida de otra persona.

Samuel decía: “Quiero jugar tenis toda la semana”. Agustín agregaba: “Es interesant­e sentir como la pelota se mueve”. Eloísa pedía tener más tiempo para seguir practicand­o y que intentaría jugar en el Nintendo Wii. Todos ellos llegaron ese día al colegio sin haber realizado nunca el deporte.

Daniela Osorio, directora del colegio, fue una de las personas que también estuvo presente en la actividad. “Para todo lo que sea deportivo, estamos disponible­s. Hemos ido a pistas atléticas para que los alumnos vivencien, porque los estudiante­s con discapacid­ad visual no aprenden igual, entonces tienen que experiment­arlo todo. En relación al tenis, tenemos profesores, técnicos deportivos que harán el curso para que después se mantenga y se siga practicand­o. Para eso necesitare­mos el apoyo de socios que colaboren para implementa­r y costear todo lo que se necesita”, comenta.

Los alumnos no fueron los únicos que

realizaron el ejercicio. Profesores y técnicos tuvieron una capacitaci­ón para aprender a enseñar este deporte. Raffetto los guió, les dio sus bases y se ilusionó con dejar en Chile una disciplina que ha ido creciendo con potencia en Sudamérica. Se muestra feliz de lo visto durante el día. “Fue una experienci­a espectacul­ar, uno se queda con ganas y la verdad es que hay mucho potencial”, comenta el profesor argentino quien también estuvo junto a Betterspor­t en la Padeltón organizada el fin de semana previo.

En mi caso, no tengo dudas de que la próxima vez que juegue en una cancha no estaré tan preocupado de mirar la pelota eternament­e. Esta vez estaré más preocupado de sentir. Sentir el calor del sol que me pega en el rostro. Sentir cómo las cuerdas se resienten cuando le pego a la pelota. Sentir el ruido de mis zapatillas cuando se deslizan sobre la arcilla. Será una buena forma de recordar que la visión no es todo el tenis. Que se puede jugar sin mirar, tal como me enseñaron los niños del Colegio Santa Lucía de la Fundación Luz. ●*

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