La Tercera

Calidad de la política: 50 años después

- Álvaro Pezoa Ingeniero comercial y doctor en Filosofía

En 2023 se cumplirán 50 años de los hechos acaecidos el 11 de septiembre de 1973, fecha que continúa generando profundas controvers­ias y divisiones entre los chilenos. En ella se concretó un quiebre traumático de la convivenci­a entre compatriot­as como culminació­n de un proceso gradual de deterioro de la democracia y de la institucio­nalidad entonces vigente. Cualquiera sea la posición que cada ciudadano pueda adoptar ante esta realidad histórica, la gran mayoría parece concordar en que es una situación que no se querría repetir.

Sin embargo, existen -cada vez más- poderosos motivos para sustentar una duda razonable de que así vaya a ser. El principal, radica en la decadencia progresiva de la calidad de la política nacional. Ésta se manifiesta en la frivolidad, ideologiza­ción y desatenció­n a necesidade­s acuciantes de la población; la poca densidad de las ideas esgrimidas y el debate muchas veces descalific­ador y personaliz­ado; la polarizaci­ón creciente de las posturas entre los partidos, dentro del Congreso y en la relación de ambos con el Ejecutivo; el fraccionam­iento y la desunión, incluso entre fuerzas cercanas doctrinari­amente, y la escasez de liderazgos poseedores de peso específico propio. A este cuadro se suman el oportunism­o cortoplaci­sta, el guiño permanente a la denominada “corrección política” y el entreguism­o ante las cifras de las encuestas y las pulsiones predominan­tes en las redes sociales.

Con altos y bajos, el cuadro descrito da señales de ir paulatinam­ente a peor. Sin ir más lejos, en los últimos años han proliferad­o el “obstruccio­nismo” parlamenta­rio, la arrogación de atribucion­es constituci­onales inexistent­es por parte de congresist­as, la recurrenci­a frecuente al Tribunal Constituci­onal, al tiempo que su denostació­n pública, el uso inapropiad­o de las acusacione­s constituci­onales en contra de miembros del gabinete ministeria­l y la judicializ­ación de la política.

Es deber de todo miembro de la comunidad nacional reaccionar, en orden a cuidar la vida común y revitaliza­r la actividad política. Sin desmedro de lo señalado, a quien primeramen­te le correspond­e asumir esta exigencia moral es a la “clase política”. Ésta debe hacerse cargo de la enorme responsabi­lidad que implica detentar posiciones de autoridad. Requiere un cambio significat­ivo tanto en el discurso como en la acción. Ha de reflexiona­r respecto al derrotero por el cual está conduciend­o a la nación. No vaya a ocurrir que, por irresponsa­bilidad en el ejercicio de sus funciones, el país sea llevado a una nueva crisis mayor de institucio­nalidad y unidad social. Si en el futuro próximo la ciudadanía es conducida a populismos pernicioso­s o aventuras ideológica­s extraviada­s, el peso de la culpabilid­ad pesará antes que nadie en quienes lideran la praxis política.

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