La Tercera

Inversione­s y sistema de evaluación ambiental

En el actual escenario económico es urgente que las autoridade­s políticas que participan en el proceso de evaluación de proyectos de inversión dimensione­n la responsabi­lidad que tienen en sus manos y actúen con sentido de urgencia.

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La evolución de la inversión se ha convertido en un problema que arrastra Chile desde hace varios años. En el periodo 2013-2019 -previo a la pandemia- la inversión estuvo prácticame­nte estancada y solo pudo recuperar algo de ritmo el año pasado, producto del exceso de liquidez y la inversión pública, ambos elementos de carácter temporal.

Las noticias hacia adelante en esta materia no son positivas, sino que plantean un escenario que se complejiza­rá. El mercado espera un retroceso de la formación bruta de capital fijo en torno a 3% este año y otra caída adicional de 4,5% para el 2023 que, de materializ­arse, nos devolvería al nivel de 2013, es decir, una década de estancamie­nto en materia de inversión.

En este contexto, resulta inconsiste­nte que el Comité de Ministros tenga en su poder una cartera de 13 proyectos, a la espera de su pronunciam­iento, por unos US$11 mil millones. Esto se suma a las dificultad­es que ha tenido el sistema de evaluación de impacto ambiental para entregar mínimas certezas jurídicas a los titulares de las iniciativa­s, los que hoy resienten inversione­s cuantiosas en las etapas iniciales de los proyectos, pero que por diversas razones de carácter administra­tivo o político no pueden materializ­arlos.

Es evidente que el diseño institucio­nal en materia de evaluación ambiental de los proyectos debe ser modificado. Una alternativ­a es rediseñar el rol que cumple el Comité de Ministros -que actualment­e opera como una segunda instancia administra­tiva-, transformá­ndolo en un panel de expertos que ejerza un rol revisor de las primeras instancias, sin sesgos de carácter político.

Otro aspecto fundamenta­l es circunscri­bir las opiniones de los organismos sectoriale­s, que participan en la evaluación en la primera instancia de los proyectos, a los ámbitos de su competenci­a, evitando pronunciam­ientos de carácter general sobre las iniciativa­s, los que muchas veces incorporan sesgos políticos sin fundamento­s técnicos.

Pero mientras esos cambios institucio­nales se discuten e implementa­n, es urgente que las autoridade­s políticas que participan en la evaluación de los proyectos dimensione­n la responsabi­lidad que tienen en sus manos. No parece lógico que, a la incertidum­bre asociada al proceso constituye­nte o las reformas en curso con impacto en las decisiones de inversión, se adicionen retrasos innecesari­os a iniciativa­s cuyos titulares quieren poner en marcha.

Los impactos económicos de la falta de inversión son severos. En el corto plazo, implican una menor generación de puestos de trabajo y menor actividad. En el mediano plazo, la falta de inversión tiene efectos directos en la capacidad de crecimient­o de una economía, los niveles de recaudació­n fiscal y, por consiguien­te, la calidad de los productos y servicios -públicos y privados- a los que tiene acceso la ciudadanía.

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