La Tercera

Pedrito y el lobo

- Javier Sajuria Profesor de Ciencia Política Queen Mary University

“No, si esta semana de seguro llegamos a un acuerdo”. Esa es la cantinela que hemos escuchado por tres meses desde los distintos actores políticos sobre la eventualid­ad de un nuevo proceso constituye­nte, pero esas palabras suenan tan vacías como los bolsones de confianza que la ciudadanía tiene en ellos. Poco importan los continuos sondeos de opinión que muestran la persistent­e necesidad de una nueva Constituci­ón, y mucho menos importan aquellos que plantean que la ciudadanía busca resultados en un plazo de tiempo corto.

Los incentivos no están disponible­s para ninguno de los sectores políticos. Por el lado del gobierno, el daño que generó la derrota de septiembre reconfigur­ó el rumbo hacia uno de moderación y pragmatism­o (con estatua a Aylwin incluida). Y esa estrategia pareciera estar dando frutos, ya que las dos reformas estrella del Ejecutivo -tributaria y previsiona­l– avanzan a paso calmo pero seguro por los pasillos del Congreso. Incluso las prioridade­s más inmediatas, como el control de la delincuenc­ia y la inmigració­n, han mostrado una cara más similar a los años concertaci­onistas que al ethos frenteampl­ista de los últimos años. La necesidad de acuerdos amplios se consolida, a pesar de los instintos extremista­s que aún quedan en la coalición de gobierno.

Por el lado de la oposición, los incentivos nunca han estado presentes, menos ahora. Los liderazgos de la derecha nunca caminaron con convicción al proceso constituye­nte, y los que lo hicieron, pagan hasta hoy el costo interno del fracaso. Arrastrar los pies sin pudor se ha convertido en un hobby a estas alturas.

Pero algo en que ambos sectores coinciden es en el miedo que otorga la incertidum­bre de un nuevo proceso. La falta de acuerdo sobre un sistema electoral abre la puerta a que, nuevamente, los actores tradiciona­les pierdan todo control del proceso. La idea de otro equipo de constituye­ntes que no tengan conexión con sus electores ni capacidad de coordinaci­ón es una de las pesadillas compartida­s por gobierno y oposición. Peor aún si es que esos escaños se los llevan partidos nuevos y con poca cohesión interna.

Pero todos estos análisis de intencione­s evitan mencionar a la ciudadanía a la que están llamados a representa­r. Las condicione­s estructura­les que dieron lugar a las protestas de 2019 se mantienen vigentes, incluso más que antes. La frustració­n ciudadana con la política y los partidos también. Pero nada de esto basta para que lleguemos al final de la semana con un acuerdo.

Tal como el cuento de Pedrito y el Lobo, ya no hay credibilid­ad de que esta tragedia vaya a terminar. Al contrario, pareciera que solo queda la convicción de que la confianza ciudadana no puede caer más bajo (porque efectivame­nte, está en el fondo) y que eso les da más tiempo para seguir pretendien­do que negocian. Cuando llegue el momento del acuerdo, si es que llega, tampoco les creerán su compromiso.

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