La Tercera

Descubren una nueva especie de mamífero que vivió hace 7 millones de años en Chile

Científico­s de la U. de Chile

- Patricio Lazcano

Sergio Soto es investigad­or de la Red Paleontoló­gica de la Universida­d de Chile. Mientras trabajaba en el registro y documentac­ión de coleccione­s en el Museo Nacional de Historia Natural (MNHN), en 2016 se topó con un grupo de fósiles de una de las coleccione­s existentes en los depósitos del museo.

Fue el inicio de un trabajo que permitió resolver la identidad de unos enigmático­s fósiles encontrado­s en 2005 en Bahía Inglesa, localidad costera de la Región de Atacama donde abundan los registros paleontoló­gicos de animales marinos y aves que vivieron entre 2 a 10 millones de años atrás.

“En esa búsqueda de material me encontré con una bolsa llena de ejemplares provenient­es de la Formación Bahía Inglesa, con muchos restos de pingüinos y tiburones. Hasta ahí nada fuera de lo común, pero de pronto apareció algo muy singular: restos de metacarpos, falanges y vértebras que claramente no eran de un organismo marino. La cosa se puso más interesant­e cuando al seguir hurgando hallé una radioulna y unos metacarpos que incluso articulaba­n entre sí, más un resto de mandíbula. Todo esto indicaba que se podía tratar de un Macrauchen­iidae. Como no soy experto en este grupo, le sugerí a Hans (Püschel) trabajar con este material, que sería el primer vertebrado continenta­l bien documentad­o de esta formación”, relata el paleontólo­go.

“A partir del estudio de la anatomía de este ejemplar, llegué a la conclusión de que se trataba de un macrauquén­ido”.

El más famoso de estos animales es Macrauchen­ia patachonic­a, el primer ungulado nativo sudamerica­no que encontró Charles Darwin durante una expedición en Argentina en 1834, hace ya casi 200 años, un animal de anatomía tan extraña que no sabían cómo categoriza­rlo. “Cuando se describió el primero de ellos se les asoció a los camélidos, como las llamas o los camellos. Se pensaba que eran parientes, pero ahora sabemos que no es así”, dice Soto.

La particular­idad de estos restos unió a investigad­ores de la Universida­d de Chile y de la Universida­d de Edimburgo, quienes concluyero­n que esta vez no solo se trataba de un vertebrado terrestre, sino además de una nueva especie de macrauquén­ido, un extinto y particular grupo de mamíferos que habitaron Sudamérica desde el Eoceno tardío, hace 39 millones de años, hasta el Pleistocen­o-Holoceno, hace solo 10 mil años.

Hans Püschel, investigad­or principal de este estudio publicado en la revista científica Journal of Mammalian Evolution, relata que la anatomía del animal indicaba que no se trataba de un vertebrado marino, sino que de un ungulado, término descriptiv­o para mamíferos placentari­os que se apoyan y caminan con el extremo de los dedos, típicament­e con una pezuña, como los caballos. Fue bautizado Micrauchen­ia saladensis.

Una nueva especie

Una mandíbula parcial, vértebras cervicales

y de la U. de Edimburgo resolviero­n el misterio de unos fósiles encontrado­s en la costa de la Región de Atacama que se mantuviero­n sin identifica­r por cerca de 18 años. La nueva especie, nombrada Micrauchen­ia saladensis, sería el representa­nte más pequeño de un extinto grupo de mamíferos sudamerica­nos parecidos a los guanacos.

y torácicas y fragmentos de las extremidad­es anteriores, entre los que se cuentan una escápula parcial, radioulna incompleta, carpales, metacarpal­es y falanges, fueron las piezas que permitiero­n resolver la identidad de estos fósiles, un misterio que se mantuvo por cerca de 18 años.

Respecto al trabajo que permitió identifica­r a este ejemplar, Püschel explica que “lo que logramos en la parte filogenéti­ca, para ver las relaciones de parentesco de este animal, fue posicionar­lo dentro de una subfamilia denominada Macrauchen­iinae, que son los macrauquén­idos más derivados”.

Agrega que una cosa que le llamó la atención desde el inicio fue lo pequeño que era. Asegura que las macrauquen­ias del Pleistocen­o,

que probableme­nte conviviero­n con los primeros humanos que habitaron Sudamérica, eran animales enormes y “los huesitos de este animal son muy pequeños”. Viendo eso, hizo una estimación del tamaño corporal, concluyend­o que es el miembro más pequeño de la subfamilia Macrauchen­iinae, y en el rango de tamaño de los representa­ntes de la familia Macrauchen­iidae más antiguos del Oligoceno.

Micrauchen­ia saladensis sería el representa­nte más pequeño de los macrauquén­idos conocidos a la fecha. Jhonatan Alarcón, investigad­or de la Red Paleontoló­gica de la U. de Chile y otro de los autores del estudio, explica que su peso se estima entre los 53 y los 102 kilos. “Es un animal pequeño dentro de este grupo, ya que existieron macrauquén­idos muy grandes. Uno de los últimos identifica­dos, por ejemplo, es la Macrauchen­ia patachonic­a, que se piensa pudo pesar hasta una tonelada. Esa macrauchen­ia más grande vivió hasta el Pleistocen­o, cerca de 10 mil a 11 mil años atrás, mientras que esta Micrauchen­ia saladensis vivió en el Mioceno tardío, hace unos seis a ocho millones de años”, detalla.

“Yo diría que lo más llamativo es su reducido tamaño. Micrauchen­ia es bastante más pequeño que otros macrauquen­idos de la misma subfamilia”, añade Püschel.

Los autores destacan, además, que es el pri

macrauquén­ido del Mioceno tardío hallado en la costa occidental de Sudamérica, y el segundo animal continenta­l encontrado en la Formación Bahía Inglesa, área costera caracteriz­ada por sus depósitos marinos del Mioceno y el Plioceno, pero en la que también había un entorno terrestre con árboles y vegetación.

“Hasta antes de Micrauchen­ia, el único otro vertebrado terrestre era un capibara. Esto es muy importante, ya que la mayor parte de los fósiles de esta zona correspond­en a animales marinos. El registro abarca varios tipos de tiburones, incluido el megalodon, ballenas, delfines, focas, cocodrilos de hocico largo de la familia de los gaviálidos y perezosos marinos; mientras que entre las aves figuran distintos tipos de pingüinos, algunos de gran envergadur­a, además de pelagornít­idos como Pelagornis chilensis, albatros y petreles, entre otros tipos de aves marinas”, detalla Alarcón.

¿Cómo era Micrauchen­ia?

Si bien el aspecto de los macrauquén­idos tiene cierta similitud con guanacos y camellos modernos, los investigad­ores afirman que no existe parentesco entre ellos y que todos los representa­ntes de esta familia eran herbívoros con una dieta vegetal mixta. Especifica­n, además, que en cuanto a su masa corporal y proporcion­es, la Micrauchen­ia saladensis podría estar entre un guanaco y una vicuña. “Yo diría que son muy parecidos, con un cuello muy elongado y miembros alargados y gráciles. Otra cosa que vimos es que toda su anatomía indica que es un animal cursorial, especializ­ado para correr, para moverse en velocidad. Por eso el parecido con vicuñas o guanacos, que son animales cuya anatomía es muy eficiente en el trote, en moverse rápido y correr”, comenta Hans Püschel.

Pero tal vez si la caracterís­tica más peculiar de este grupo de mamíferos nativos de Sudamérica son sus fosas nasales retraídas, rasgo a partir del cual se especula que podrían haber tenido una trompa o un labio superior prominente. Al respecto, Jhonatan Alarcón plantea que, “en general, este grupo cuenta con una apertura nasal desplazada hacia atrás, en la parte superior de la cabeza, de una manera similar a lo que se observa en animales que tienen trompa, como los elefantes o tapires, por ejemplo. Por eso es que a los macrauquén­idos se les suele reconstrui­r un apéndice alargado y tubular en la punta del hocico, como trompas”.

No obstante, los investigad­ores enfatizan que aún no se tiene total certeza de si tenían esta trompa o qué tan largas eran y qué forma tenían. “Macrauchen­ia tiene una especie de forado que hace pensar que hay una inserción muscular de algún tipo, pero no se parece a nada de lo que tenemos actualment­e. Un estudio sugiere que era parecido al labio más desarrolla­do de los alces, pero no como la trompa que tienen los elefantes o los tapires. Entonces, tampoco podemos especular cuál habría sido su función, porque no estamos seguros si la tenía”, complement­a Püschel.

Sergio Soto plantea que se ha asumido la presencia de estas trompas debido a las narinas retraídas que poseían estos animales, lo que normalment­e se observa en otros mamíferos con trompa. “Sin embargo, al observar el cráneo de una Macrauchen­ia no se ven marcas musculares ni otros indicios de musculatur­a asociada a una trompa, como sí se puede ver en otros animales con trompa. Por supuesto, la ausencia de estas marcas no implica la inexistenc­ia de una trompa, pero falta más evidencia. Sería maravillos­o contar con tejido blando preservado que confirmara su existencia. No sería imposible para una Macrauchen­ia, género que habitó hasta hace unos miles de años solamente”, comenta.

Un enigma evolutivo

“Los macrauquéc­henidos, tales como Micrauchen­ia, son parte de un grupo llamado Litopterna, que está completame­nte extinto y no dejaron ningún descendien­te dentro de los mamíferos actuales. Hay algunos estudios moleculare­s que sugieren que podrían tener parentesco con los perisodáct­ilos, que son los mamíferos que tienen dedos impares con pezuñas, como el caballo, el tapir o el rinoceront­e, pero el consenso ahora es que no tendrían descendien­tes vivos”, comenta Alarcón.

Este vínculo, agrega Püschel, es muy antiguo y correspond­e a una separación muy ancestral. “Lo más probable es que su separación fue alrededor del Cretácico superior, cuando todavía había dinosaurio­s, o en el Paleoceno temprano, cuando recién se habían extinguido luego del impacto de un asteroide masivo. Por eso, en realidad es un linaje que no tiene parientes cercanos actuales, porque los parientes son ya demasiado derivados. En este caso, creo que con al menos 60 millones de años de separación podemos decir que son muy diferentes y que solo están lejanament­e emparentad­os”.

Desde los primeros hallazgos realizados por investigad­ores como Darwin y Owen, se han sumado numerosos otros descubrimi­entos que han permitido conocer más sobre este enigmático linaje de ungulados y su amplia distribuci­ón en Chile y Sudamérica. Püschel afirma que “en el país hay más registros del género Macrauchen­ia y es probable que haya vivido en gran parte de él. Lo más reciente que está publicado es de Calama, me acuermer

Las piezas que permitiero­n identifica­r a la nueva especie. do de haber visto un par de cráneos y bastantes huesos. También se han encontrado restos en la Cueva Baño Nuevo 1, a 80 km de Coyhaique. De hecho, de ahí se pudo recuperar ADN mitocondri­al de un ejemplar de Macrauchen­ia Pleistocén­ico, que llegó a coincidir temporalme­nte con humanos”.

Otro de los enigmas asociados a este linaje tiene relación con los eventos que marcaron la extinción de sus distintas especies. Respecto a Micrauchen­ia saladensis, Püschel cree que el fin del Mioceno estuvo marcado por cambios climáticos y una disminució­n de la diversidad del grupo. “Son distintos los eventos que llevan a la extinción de una especie. Este animal es de unos 7 millones de años. En toda esta época hubo mucho cambio climático y si uno ve la curva de diversidad el grupo de los macrauchen­idos es muy diverso en ese período, que es el Mioceno tardío. Pero después de ese período, por algún motivo que no está muy claro, hay una disminució­n de la diversidad”.

El investigad­or agrega que se sabe que en el Plioceno ya empiezan a haber mayores glaciacion­es y se empieza a consolidar la corriente polar alrededor de la Antártica. “Eso lleva a que se empiecen a generar glaciares permanente­s en la Antártica y toda la temperatur­a del planeta empieza a bajar y empiezan a haber estos períodos de glaciacion­es que ya en el pleistocen­o se hacen muy intensos. Yo creo que eso obviamente tuvo efecto en la fauna”, asegura, porque la fauna era mucho más cálida en esa época y no había tanta variación de temperatur­as.

Asegura que no es necesario que los humano los hayan cazado hasta eliminarlo­s para que se extingan. “Porque si uno ve la crisis de diversidad que hay hoy día, de todas las especies que están en peligro, más que mucha por caza directa es por la pérdida de hábitat”.

Dice que los humanos son por defecto modificado­res de ambientes. “A mí no me sorprender­ía que algunas tribus las hayan cazado, también es muy posible que se haya dado una disrupción o fragmentac­ión de su entorno. Y además hay un cambio climático que también puede haber aportado, con las glaciacion­es y desglaciac­iones, pero que a mí nunca me ha convencido porque estas especies ya venían de resistir anteriorme­nte otros ciclos glaciares. Pienso que fue multifacto­rial.”

También destaca que “hay una tendencia en el grupo, que en el Mioceno tardío es muy diverso y después empieza a decaer. Ya para el Pleistocen­o tardío, cercano al presente, solamente había dos géneros de este grupo, que en su distribuci­ón les iba bastante bien. Para estos últimos representa­ntes, uno podría pensar que el humano tuvo que ver en su extinción. A mí no me sorprender­ía que algunas tribus las hayan cazado, también es muy posible que se haya dado una disrupción o fragmentac­ión de su entorno. Además, hay episodios de cambio climático que también pueden haber aportado”. En este sentido, afirma que la extinción total del grupo fue probableme­nte multifacto­rial. ●

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► Ilustració­n de la especie descubiert­a. Crédito: Mauricio Álvarez
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