La Tercera

Entonces, ¿para qué los partidos políticos?

- Gabriel Osorio Cristóbal Osorio Abogados

a reforma de las pensiones, el pacto fiscal y la agenda de seguridad son los ejes de la acción política del gobierno, para el llamado “segundo tiempo”, y ello ha centrado sus esfuerzos, buscando acuerdos en un fragmentad­o Congreso.

Entonces, se entiende que el gobierno quiera jugar todas las cartas, lo que incluye la de llamar a los movimiento­s sociales a la acción, con la esperanza de que estos reinstalen un clima de opinión favorable a las reformas, para impulsarla­s como prioridad.

Pero, se trata, probableme­nte, de un error de apreciació­n. Lamentable­mente, la invocación de los movimiento­s sociales ha servido para acalorar una discusión acerca de la legitimida­d de la protesta ciudadana y sus métodos, con el recuerdo del estallido social y su actual estigmatiz­ación, su fracasada “transferen­cia” al escenario político formal, todo esto, en el marco de una crisis de seguridad. Es decir, parece ser una perspectiv­a llena de inconvenie­ntes, donde la alocución termina produciend­o daños al propio movimiento social.

Pero, además, hay una falencia grave, pues esta discusión extravía el rol de los partidos políticos en el sistema político, al solicitar a los movimiento­s sociales lo que es de su naturaleza. En una democracia, los partidos son pieza fundamenta­l, pues están llamados a representa­r a los ciudadanos en procesos eleccionar­ios. Su deber es articular identidade­s e intereses diversos, y ofrecer una perspectiv­a que aúne voluntades en una plataforma de acción clara y convincent­e.

Históricam­ente no ha habido mejores articulado­res. Sin embargo, los partidos políticos están en crisis en el siglo XXI, lo que dificulta su capacidad de representa­r a la ciudadanía y vehicular su participac­ión.

Son diversas las razones, entre las que se encuentra una sociedad fragmentad­a que no responde a grandes relatos colectivos; una preferenci­a acusada por la inmediatez de los resultados, que menoscaba rutas de más largo plazo que involucran sacrificio­s; una crisis por desconfian­za, en parte porque el juego partidista impide grandes y veloces cambios; y por defectos de los propios partidos, que se han desconecta­do de la realidad social y viven en una cápsula de eco, donde se felicitan y critican por cosas que a nadie más les importa.

Más allá de estos problemas mayúsculos, el sistema no puede permitirse agregar el del reemplazo -real o simbólico- de los partidos políticos por los movimiento­s sociales. Pues aquellos son los únicos capaces de articular intereses, y convencer y movilizar a la ciudadanía.

En la hora en que se discuten importante­s cambios, son los partidos los que deben reconectar con su labor de representa­ción y participac­ión, y, en definitiva, fortalecer su rol en la democracia. Hoy resuena la reflexión del expresiden­te Eduardo Frei Montalva, quien señalaba “el genio histórico de Chile consiste en anticipars­e, para canalizar la inquietud del tiempo, de otra manera será mañana, por medios de estériles agitacione­s, como se llegará a lo que se habría conseguido por una oportuna evolución institucio­nal… los partidos, con todos sus defectos, son vigorosos, y con sus limitacion­es, difícilmen­te reemplazab­les”.

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