La Tercera

La irradiació­n del temor

- Magdalena Browne Decana Comunicaci­ones y Periodismo UAI, Sociologa e investigad­ora LEAS UAI

La última Encuesta Bicentenar­io de la Universida­d Católica mostró una mirada sombría de los chilenos respecto a la sociedad y su entorno. Entre las diversas corrientes de opinión detectadas en el estudio, una merece especial atención por sus efectos: el aumento de la preocupaci­ón y del temor frente al delito. Ya antes otras investigac­iones habían ilustrado esta situación. A fines del año pasado, tanto Fundación Paz Ciudadana como la encuesta ENUSC del INE presentaro­n los registros más altos desde que miden este fenómeno, en horizontes de tiempo de 23 y 10 años, respectiva­mente.

A partir de investigac­ión anterior (Scherman y Etchegaray, 2013; Browne y Valenzuela, 2018), se puede presumir que el progresivo incremento de los delitos más violentos -como los homicidios- podría ser un factor multiplica­dor del temor, pues este tipo de crímenes recibe mayor atención ciudadana y de los medios de comunicaci­ón, “resonando” así en forma persistent­e y prominente en las conversaci­ones cotidianas de las personas.

El temor está relacionad­o tanto con la percepción de la probabilid­ad de ser víctima de un delito como con la autopercep­ción de vulnerabil­idad –qué tan frágiles y con qué nivel de control nos visualizam­os frente a un evento delictivo-, algo que está desigualme­nte distribuid­o en nuestro país: son las mujeres, los de más edad y los grupos de menores ingresos, los que siempre se declaran más temerosos. La sensación de temor se enraíza así en la baja confianza en la eficacia de los dispositiv­os institucio­nales de prevención, defensa y control disponible­s.

Para la política pública, la irradiació­n del temor es un problema en sí mismo, especialme­nte en América Latina (Dammert, 2012). Variada investigac­ión internacio­nal (Lee et al., 2020) da cuenta que el miedo repercute en la calidad de vida de las personas -por ejemplo, en la restricció­n de movilidad, abandono de espacios públicos, aumento de la segregació­n urbana, incremento del estrés, ansiedad y aislamient­o. Un alto temor puede también deteriorar el capital social, debido al fortalecim­iento de actitudes negativas asociadas a la desconfian­za interperso­nal, en particular frente a desconocid­os de distinto origen social, cultural o nacionalid­ad.

Los temores deben ser encauzados debidament­e por el sistema institucio­nal. No pueden quedar a merced de los vaivenes electorale­s, terreno fértil para proclamar medidas “efectistas” contra el crimen. Ni menos dejarlos en manos de liderazgos autoritari­os que se nutren de la rabia y culpabiliz­an a grupos sociales enteros con diagnóstic­os maniqueos. Como plantea la filósofa Martha Nussbaum, la exacerbaci­ón de la retórica simplifica­dora del miedo tiene su efecto en la democracia: divide, inmoviliza e impide la cooperació­n. Pero, sobre todo, desenfoca. No permite construir una política seria y contundent­e contra el crimen y la propagació­n del temor, pues dificulta cimentar su pilar fundamenta­l: el acuerdo y la articulaci­ón transversa­l del Estado y de todo el espectro político, para generar un sistema coherente, basado en evidencias, con estrategia­s realmente efectivas en el largo plazo.

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