La Tercera

No es fragmentac­ión, es personalis­mo

- Javier Sajuria Profesor de Ciencia Política Queen Mary University

El debate sobre el sistema político nunca es uno de esos temas que mueven la agenda noticiosa ni que aparecen de manera prominente en los noticiario­s. Al contrario, es considerad­o un tema árido y lejano. Eso ha permitido que algunos aprovechen la falta de interés para promover medidas poco sensatas, bajo supuestos irrealista­s. Por otra parte, varios actores políticos parecen tener urgencia en sacarse el tema de encima, con propuestas que ignoran la evidencia. Así, hemos terminado discutiend­o una dicotomía falsa entre fragmentac­ión y gobernabil­idad, en vez de conversar sobre el principal problema: el excesivo personalis­mo de nuestra política.

Partamos por algunos conceptos básicos. Los sistemas políticos son un conjunto de políticas que funcionan coordinada­mente, como si fuesen engranajes del mismo motor. No existe una fórmula mágica o una medida única que pueda resolver todos los problemas de esta sala de máquinas. Si ya es difícil ponerse de acuerdo sobre cuáles son los engranajes que fallan, es mucho más difícil determinar cuáles hay que cambiar. Y muchas veces la respuesta consiste en que quienes tienen poder, sepan perderlo. Hemos escuchado últimament­e a quienes creen que con cambiar una sola pieza –por ejemplo, incorporar umbral a los partidos para entrar al Congreso– basta para resolver los problemas. Sin embargo, esas soluciones suelen ser insuficien­tes, e incluso generar más daño.

Por otro lado, el sistema electoral chileno tiene una particular­idad que lo hace impopular: votamos por personas, pero los cupos en el Congreso se les asignan a las listas. El resultado es evidente: personas electas con menos votos que quienes quedan afuera, además de candidatos que se creen dueños de los votos y los ocupan para obtener retribucio­nes de su partido.

Por último, hemos escuchado un supuesto chivo expiatorio: la fragmentac­ión, o el creciente número de partidos en el Congreso. Si bien es evidente que estos han aumentado, la evidencia en Chile y en el resto del mundo pone en duda la obsesión con culpar a la fragmentac­ión de los problemas de gobernabil­idad. Es cierto que cada día es más difícil coordinars­e en el Congreso, pero eso no se debe a la proliferac­ión de partidos, sino que a su ineficacia para coordinar a sus representa­ntes. La falta de disciplina y coherencia interna los vuelve simples vehículos electorale­s: permiten llegar a destino, pero estorban a la hora de continuar. Con partidos llenos de caudillos que se creen dueños de sus votos, da un poco lo mismo si tenemos 2 o 15 partidos. Mientras no tengan la capacidad interna de coordinars­e, seguirán siendo un cascarón vacío de contenido y coherencia.

Incluso poniéndono­s de acuerdo sobre este diagnóstic­o, no es tan claro cómo solucionar el problema. Algunos hemos propuesto medidas que tienen historia en países de la región, como la eliminació­n de las listas electorale­s, la conformaci­ón de listas cerradas y mayor poder disciplina­rio a los partidos. Pero nada de eso le gusta a quienes tienen que hacer estas reformas, ya que a nadie le gusta autorregul­arse para perder poder. Constatar esta complejida­d es parte del trabajo de la ciencia política, la disciplina que estudia estos temas. La misma que ha sido latamente ignorada en esta discusión.

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